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La guerra, hipocresía mental organizada

https://www.ambito.com/opiniones/ucrania/la-guerra-hipocresia-mental-organizada-n5408070

El conflicto entre Rusia y Ucrania nos interpela a realizar un análisis situacional macro de lo que representa la guerra en sí y, sobre todo, desarrollar una mirada ética y política sobre un escenario que esperemos los argentinos, a 40 años de la gesta de Malvinas, nunca tengamos que vivirlo de nuevo en carne propia.

¿Porque la guerra en Ucrania se ha visibilizado mucho más que otras? ¿Es un dilema eminentemente económico? Probablemente no. Podemos afirmar que la mayoría de los rusos y ucranianos no viven en una pobreza extrema, aunque existen una diversidad de problematicas socio-económicas (y macroeconómicas, sino observemos la alta tasa de endeudamiento de Ucrania con el FMI, o mismo los niveles de productividad de Rusia), que los hacen relativamente vulnerables como la mayoria de los ciudadanos a nivel global.   

¿Es un problema de percepción de escases de recursos estratégicos – alimentos e hidrocarburos? Tampoco. Para citar a la historia, todas las guerras de Medio Oriente provocaron turbulencias productivas y financieras a nivel global – sobre todo en términos de la inflacìón que golpea a los países más pobres -, pero ninguna de ellas con consecuencias que hayan generado estupor ante una coyuntura que, aunque compleja, puede ser solucionada en el mediano plazo.

¿Es una cuestión ideológica? Ningún internacionalista discute realmente si estamos ante una lucha del ‘bien contral el mal’, o si vivenciamos un Deja Vú de las batallas entre Nazis y Comunistas. Seguramente haya unos cuantos simpatizantes del Tercer Reich en Ucrania, pero no son la mayor parte de la poblacion. Y Putin es un capitalista acérrimo, defensor de la propiedad privada ‘a su modo’: con una oligarquía a su lado que hace negocios bajo el manto de un ‘agresivo nacionalismo cristiano’, tiene a la mitad de la población ‘encantada bajo el hechizo’ que representa el regreso del otrora gran imperioso Ruso. Y la otra mitad se encuentra temerosa de terminar encarcelada si pelea por algunos mínimos derechos cívicos.

¿Se encontrará la respuesta en el temor a que las miles de ojivas nucleares que posee Rusia desaten una Tercera Guerra Mundial ante una respuesta por parte de la OTAN? La mayoría de los que estamos vivos no sabemos lo que es relmente un conflicto militar a escala internacional entre varios Estados de relevancia; las péliculas de Hollywood no tienen parangón en la mundo real con respecto a lo que sería una devastadora guerra nuclear en el siglo XXI.

En este sentido, más allá de la perocupaciòn por Rusia, China – ejemplificado en el reciente pacto AUKUS entre Estados Unidos, Australia y el Reino Unido para contener sus pretensiones regionales (Taiwán, el Mar de la China Meridional, etc.) -, o Irán – con su programa nuclear y la posibilidad de desestabilizar todo el Medio Oriente -, la decisión de que todos apreten sus respectivos ‘botones rojos’ – con la devastación a escala global que ello conllevaría – es muy improbable. 

Entonces la reflexión poría ser: ¿Porqué impacta tanto esta guerra?  O podríamos preguntarnos: ¿Porqué no estamos ‘tan conmovidos’ con la muerte de ‘hombres, mujeres y niños inocentes’ en otras partes del mundo?

¿Alguien piensa en los 233.000 muertos en Yemen en la última década, con 2.300.000 niños sufriendo algún grado de desnutrición? ¿Quién pone el foco en la guerra que se inicio hace más de un año donde se estima que más de 9 millones de etíopes necesitan algún tipo de ayuda humanitaria? ¿Y las 14 millones de personas (más del 25% de la población del país) que han sufrido algún tipo de vejación desde el Golpe de Estado en Myanmar? Ni que hablar el conflicto en Siria, el cual dejó más de 380.000 muertos y 200.000 desaparecidos.  

Nuestra latinoamerica tampoco se encuentra excenta de violencia y muerte. Aunque no hay un conflicto inter-estatal, sabemos que el Estado Mexicano ha perdido el monopolio de la violencia en amplias zonas del país, donde la ley y el orden rigen a cargo del Cártel de turno. La consecuencia: 275.000 asesinatos en los últimos 15 años. Por otra parte, los crímenes también se encuentran a la orden del día con eje en la violencia política (Nuicaragua) o socio-económica (Haití). Allí también los muertos se cuentan de a miles.

¿Será porque son sudacas, mulatos, con rasgos semitas, o asiáticos que no se nos eriza la piel? Lamentablemente, tenemos que afirmar que dentro del actual estupor mundial generalizado, este punto pareciera ser el más importante: el origen racial/étnico de los ucranianos. No podemos ser hipócritas. Población blanca – muchos de tes rubia -, europea, cristiana, con rasgos tipicamente ‘occidentales’ (y los valores que ello conlleva). Nunca mejor expresado el dicho «Todos somos iguales, pero algunos son más iguales que otros».

Lo más interesante, y he aquí tambien la relevancia de la colonización mental – porque hoy en día los Estados se pelean mediante ciberataques, campañas de desinformación, coacción económica o la instrumentalización socio-política de los migrantes – es que se logra convencer sobre una verdad altruista a seres humanos que no pertenecen a estos colectivos ‘racialmente superiores’, pero apoyan su causa. Y sin intentar bucear muy profundamente, podemos afirmar que tampoco tienen mucho que ver un obrero industrial del cordón central de los Estados Unidos, con un granjero del Sudoeste Ucraniano.

Pero ello ocurre y el racismo intrínseco, aquel que normaliza y diferencia entre quienes pueden vivir mejor (al menos un poco) de quienes lamentablemente les ‘tocó’ la mala suerte de nacer en paises pobres, gobernados por dictadores impunes que nos les importa su pueblo, y sobre todo muy alejados de ese ‘patrón de belleza exterior’ impuesto por el dogma de la cultura OTAN – porqué no definirlo de esa manera en estas épocas donde reina la simbología militar -, es el pensamiento de una gran parte de la población global que ‘sufre’ por las familias ucranianas.

Finalmente, creo que una porción no menor de nuestra población argentina es un gran exponente de ello; y porqué no decirlo, a lo que también se le adiciona un popurrí de todo lo expuesto previamente. ¡No solo son un pueblo europeo de tez blanca (como teóricamente somos nosotros), de clase media (como teóricamente somos nosotros), sino que además odiamos a los comunistas (porqué nos dijeron alguna vez que son malos), y a los que hablan con vehemencia como el presidente Putin (sin importar lo que dice – aquí podríamos hacer una alguna alegoría con una ex presidenta -) porque ello es violento, y sobre todo a los que pretenden destruir nuestro modo de vida occidental (??)!. Y así podría seguir.

Ahora bien, ¿Y por los niños Quom desnutridos del Chaco, no nos angustiamos? ¿Es necesario – o suficiente – que se encuentren en un conflicto armado para que seamos ‘cruzados’ y salgamos en su defensa? ¿O intrínsicamente muchos de nosotos tenemos inculcado que ellos entran dentro de los parámetros de indios (negros para la clase media-alta citadina), pobres y vagos, a los que les gusta vivir en la indigencia sin trabajar?

En fín, lo que podemos afirmar es que este escenario de guerra ha reflejado fielmente, lo que podríamos denominar una vez más, nuestra ‘hipocresia mental organizada’.   

La guerra que desnuda la relevancia de la economía real

Por Pablo Kornblum para Ámbito Financiero el 10/3/2022

https://www.ambito.com/opiniones/guerra/la-que-desnuda-la-relevancia-la-economia-real-n5389783

Los tiempos de guerra suelen ser aquellos que nos permiten abrir los ojos, mostrarnos en un instante, en una foto, lo que la dinámica de la vida coyuntural nos ensombrece nuestra compleja realidad cotidiana.

Mientras las tropas rusas continúan atacando Ucrania, el impacto económico del conflicto se concentra principalmente en tres variables claves: la energía, las materias primas y los productos agrícolas.

Por supuesto, dependiendo de ser más o menos ‘amigo’, o la autosuficiencia que tenga cada país para abastecerse, la escasez y los precios por ‘las nubes’ tienen un mayor o menor impacto, además de las derivaciones indirectas que ello pueda conllevar. Solo para dar un ejemplo, si un país que depende energéticamente de Rusia recibe menos gas, tiene que reemplazarlo utilizando otras fuentes disponibles en el mercado internacional, lo que afectaría los suministros para terceros Estados.

Por el contrario, algunos países pueden vivenciar un ‘boom’ positivo para sus economías. Si pensamos en Perú, el país andino podría convertirse en un nicho atractivo para la exportación de gas que satisfaga las necesidades energéticas de Europa central: Alemania, Polonia y el norte de Italia que son, en la práctica, los países que más consumen gas en el periodo de invierno y con finalidades industriales.

Los números que explicitan lo expuesto son más que claros: Rusia es el segundo mayor exportador de petróleo y el mayor exportador de gas natural del mundo. Europa, por su parte, recibe de Rusia casi el 40% de su gas natural y el 25% de su petróleo. Un arma de guerra sustancial como respuesta a las sanciones económicas impuestas por Occidente. ¿Si le afecta Rusia la imposibilidad de exportar a Occidente – cuestión que todavía se encuentra en discusión en el seno de la Unión Europea por las consecuencias macro y microeconómicas que conllevarían -? Por supuesto que sí. Pero Rusia hace rato que mira hacia Oriente, sobre todo después de la guerra de Crimea de 2014: China es el mayor socio comercial de Rusia y ambos países ya han discutido la construcción de nuevos gasoductos para transportar gas ruso.

Por otro lado, los precios en los mercados de trigo y maíz llegaron a su punto más alto desde 2012. Rusia y Ucrania, alguna vez llamadas «el granero de Europa», exportan más de una cuarta parte de la producción global de trigo, una quinta parte del maíz y el 80% del aceite de girasol. En este punto, las derivaciones son también más que complicadas: los números indican que Ucrania enviaba hasta el comienzo de la guerra el 40% de sus exportaciones de trigo y maíz a África y al Medio Oriente, geografías donde la menor provisión de alimentos esenciales y la inflación derivada de ello pueden mellar fuertemente la inestabilidad social.

Por su parte, el posible desabastecimiento de metales indispensables como el paladio, el aluminio o el níquel, suscitaría un trastorno más para la dinámica de las cadenas de valor global. Por ejemplo, dado que Rusia es el mayor exportador de paladio en el mundo, los precios de este metal que se usa en los sistemas de escape de los automóviles, los teléfonos celulares, e incluso en los empastes dentales, se han duplicado en los últimos días. También ha estado aumentando el precio del níquel, el cual se utiliza para hacer baterías de autos eléctricos. Ni que hablar del gigante europeo de la aviación, Airbus, el cual se abastece de titanio de Rusia.

Por supuesto, al final del día la guerra tiene sus derivaciones en la economía financiera.  Las naciones occidentales eliminaron a Rusia de la red de comunicaciones bancarias Swift, como así también prohibieron cualquier transacción con el Banco Central de Rusia, el cual posee 630.000 millones de dólares de reservas en divisas. Para contrarrestar esta situación, Rusia ha estado trabajando con China en el diseño de nuevos sistemas de pagos internacionales que puedan eludir el dólar y, por lo tanto, reducir la capacidad de Estados Unidos para ejercer presión a través de sanciones.

Por otro lado, Rusia lleva tiempo preparando lo que sería la creación de su propia criptomoneda oficial, el rublo digital. Durante estos últimos meses, 2 de los 12 bancos que hay en Rusia ya completaron transacciones entre clientes en los que se usaba esta moneda digital. Y como salvoconducto de corto plazo en este escenario de conflicto bélico, Vladimir Putin anunció medidas que buscan frenar la caída del rublo: desde la duplicación de la tasa de interés de referencia (llevándola del 10,5% al 20%), hasta que los exportadores se vean obligados a convertir en rublos el 80% de sus ingresos obtenidos en monedas extranjeras desde el primero de enero de 2022, entre otros.

Es claro que al final del día, las derivaciones de la economía real que pueden afectar a la inflación, los bonos o las criptomonedas, son solo eso: el complemento – aunque necesario en la mayoría de los casos – de lo que realmente importa, de lo que se consume y se produce, de lo que permite que nos alimentemos, nos traslademos, podamos comunicarnos.

Entonces uno se acuerda de nuestra querida Argentina: de Vaca Muerta, de nuestro campo, de la imperiosa necesidad de alguna vez por todas tener una industria competitiva, de potenciar los servicios tecnológicos que puedan insertarnos de lleno en el mundo. Si logramos fortalecer estos procesos, le dejamos solo el margen de error u omisión maliciosa a los procesos de endeudamiento cíclico, a la fuga de capitales, a la montaña rusa financiera que representan las criptomonedas sin control.

Sino piensen en este momento histórico único. Si nos hubiéramos abocado a tener una política energética adecuada – en lugar de sufrir por los dólares que se nos van a escurrir de las manos con los incrementos de los precios de la energía -, un sector agroexportador que trabaje codo a codo con cualquiera sea el gobierno de turno – que liquide las divisas en tiempo y forma, y no esperando la negociación coercitiva para retrasar los incrementos de precios en el mercado doméstico -, y una política económica soberana en términos de abocarse al financiamiento internacional exclusivamente para producir y exportar más, seguramente podríamos vivenciar este contexto geopolítico global en una situación económica cuasi positiva en su totalidad.

Pero la única verdad es la realidad y estamos discutiendo como pagarle la deuda al FMI, como incrementar las retenciones sin que se produzca una rebelión en el campo, y como mantener el tipo de cambio y la tasa de interés en valores ‘razonables’ para que no se dispare la inflación. Evidentemente, la patria financiera, derivado del descuido de la economía real y la ‘diosificación del hacerse rico sin producir’, hace años viene ganando.

Las guerras son todas una porquería; pero si nos ponemos a reflexionar en que al menos esta entre Rusia y Ucrania sirva para algo, sea para abrirnos la cabeza y nos permita pensar estratégicamente a futuro que es lo relevante. Pero también, y sobre todo, que es lo que nos ha llevado a los frecuentes fracasos a los que estamos acostumbrados.

Estrategia nacional ante una guerra fría duradera

Pablo Kornblum para Ámbito FInanciero 2/2/2022

https://www.ambito.com/opiniones/rusia/de-que-lado-se-tiene-que-poner-argentina-el-conflicto-y-ucrania-n5363754

De un lado, Estados Unidos, Reino Unido, la OTAN. Del otro Rusia, China y aliados. Así está el mundo hoy; con una foto que no es nueva, más bien es una película que se fue pergeñando a principios de este siglo XXI, y que sepultó el ‘fin de la historia’ con hegemonía imperial estadounidense con el consecuente reflejo de la consolidación de un mix entre el realismo clásico y la interdependencia compleja de las relaciones internacionales. Y en relaciones internacionales, como ciencia social que es, todas las razones de avance y conquista, por poder y riqueza como ha sido siempre, son válidas.

Que Kiev es considerado el lugar donde nació hace más de más de un milenio la República rusa, la llamada ‘Rus de Kiev’, aquella enorme federación de tribus eslavas que dominó el noreste de Europa durante la Edad Media y tenía su epicentro en la capital ucraniana. Que además los eslavos orientales tuvieron una cultura común en la que prevaleció el cristianismo ortodoxo y el idioma ruso. Que sus bases se fortalecieron con el nacimiento de la Unión Soviética en 1922. Que alrededor del 17% de la población ucraniana se identifica con la etnia rusa, y para un tercio ese es su idioma nativo.

Para la contraparte Occidental, Ucrania es el aliado democrático en la lucha contra la ‘autocracia’, el mercado abierto que quiere florecer bajo el manto de los valores del respeto a los derechos humanos. Kiev desea fervientemente, y tiene la autonomía estatal para hacerlo defendiendo su territorio soberano, de unirse tanto a la OTAN como a la Unión Europea (UE). Además, y por sobre todo, es un vital proveedor de recursos naturales. Y aquí Rusia también juega un papel vital: en 2021 proporcionó alrededor de 128 mil millones de metros cúbicos de gas a Europa, de los cuales alrededor de un tercio fluyó a través del territorio ucraniano.

Lo que tenemos entonces es una Rusia, que no piensa retroceder ‘ni un ápice’ en su postura, con aliados tácitos de relevancia bélica fundamental, como lo es principalmente China. Del otro lado la OTAN, fragmentada posicionalmente en sus diferentes matices, pero que entiende que el cinturón de contención que implica Ucrania y los países de la región representa un posicionamiento político, ideológico, y hasta podríamos decir moral.

Por supuesto, lo más relevante es el negocio de la guerra, donde ambos bandos se ven beneficiados. Las industrias de la Defensa a nivel global se encuentran de parabienes. ¿Causal o consecuencia de un conflicto que seguramente se extenderá en el tiempo? ¿Tendremos un nuevo paralelo 38 a la coreana? Poco importa la respuesta. Negocios son negocios.

Estamos entonces ante un conflicto a prolongarse y dos bandos claramente diferenciados. ¿Dónde se ubica nuestro país? O deberíamos mejor preguntarnos inicialmente si sirve decidir posicionarnos a favor de uno u otro lado de la renacida ‘cortina de hierro’.  No ha sido una característica a lo largo de la historia de nuestro país, donde generalmente – para no decir casi siempre – nos hemos ubicado en la ‘tercera posición’, parafraseando al general. Más aún, hemos dado tantas vueltas como veleta sin manija – desde las ‘dudas estratégicas’ ante la segunda guerra mundial, hasta la vergonzosa venta de armas a Ecuador de los 1990’después de la ayuda peruana en Malvinas -, las cuales, pecando de sinceridad, nunca nos han dado resultados positivos.

El no tener coherencia ha sido una característica nacional en la mayor parte de los aspectos de la vida del país. ¿Por qué hubiera sido diferente en política exterior? Más allá de ello, el problema central de esta temática es la relevancia denotada en esta coyuntura geopolítica sobre los destinos de la humanidad. Aquí no hay grises. Si en algún momento, en el mediano o largo plazo, se dispara la chispa y suenan los tambores de la guerra, tenemos que estar preparados. No hay segundas oportunidades.

El problema es que ante nuestra situación actual, no podemos desentendernos, o intentar ‘jugar a la neutralidad’. Teoría de la dependencia por donde se la mire. De un lado, la deuda colosal e impagable con los Estados Unidos (perdón, con el FMI), quien todavía rige los destinos de ‘nuestras democracias capitalistas occidentales’, en adición a una historia de lazos culturales con el viejo continente, la cual contrabalancea la renovada relevancia del enemigo británico. Del otro lado, la amistad – y sobre todo las inversiones en infraestructura estratégica – con los rusos (no nos olvidemos de la vacuna Sputnik), en complemento con los aliados Chinos (exportaciones salvajes + swap salvador).     

En definitiva, hay que volver a las fuentes. Es claro que no podemos desentendernos del sistema globalizado y vivir autárquicamente como parias de un mundo cada día más dinámico e interrelacionado. Lo que si podemos hacer es lograr el tan mentado orden institucional interno, estabilizar la macroeconomía, generar políticas redistributivas para terminar con la pobreza, y buscar estar a la vanguardia tecnológica cuidando lo más que se pueda el medio ambiente, nuestro hogar. Y por supuesto, desarrollar un aparato militar sostenible de relevancia, que nos permita estar siempre a la altura de las circunstancias.

Y ello requiere políticas de Estado, que van más allá del color político que pueda tener el partido gobernante y, como ha ocurrido a lo largo de los años, nos ha puesto ante el mundo de uno y otro lado del mostrador intercaladamente según el período de la historia que uno quiera tomar. Porque en términos nacionales, la única manera de enfrentar el tifón de un conflicto internacional del cual podemos no ser parte ni seguramente tener la capacidad de injerencia en él, es encontrarnos cohesionados y sólidos para poder ampliar el margen de maniobra.

Sin embargo, lo expuesto solamente no alcanza. Debemos complementarlo con el trabajo conjunto de políticos estadistas y técnicos especialistas que comprendan el escenario geopolítico y geoeconómico: solo bajo su sapiencia se podrá tomar posición de la mejor forma posible. Porque sino, dados los recursos naturales que poseemos (agua dulce) y nuestra posición geoestratégica (Antártida), esperar bajo una situación de anomía y confusión recurrente es como tener que decidir en este conflicto de dimensiones globales tirando una moneda al aire. Donde solo queda esperar caer del lado que nos beneficie; o, mejor dicho, del lado que no potencie más nuestras debilidades contracíclicas. Aquellas que, continuamente, esquilman la vasta riqueza que la historia y nuestra geografía nos han regalado.