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La infantilidad europea para lavar culpas en África

Para Ámbito Financiero, Marzo 2023

https://www.ambito.com/opiniones/la-infantilidad-europea-lavar-culpas-africa-n5681235

El presidente de Francia, Emmanuel Macron, aseveró hace pocos días que «no es responsabilidad de Francia» que la República Democrática del Congo no haya sido capaz de restaurar la soberanía «ni militar ni de seguridad ni administrativa. No hay que buscar culpables fuera”, sentenció el primer mandatario galo.

Sus declaraciones no ayudan a reinsertar a Francia en un primer plano de aceptación, en un continente donde Rusia y China están ganando presencia en el territorio, haciéndose de las materias primas y ocupando los espacios que antes pertenecían a Occidente. Estados que nunca dan lecciones de democracia y no fingen ser amigos. Su actitud es práctica, sin ideologicismos ni condescendencias.

Y eso no es todo: los préstamos de China no generan duras ataduras, a diferencia del financiamiento de las instituciones tradicionales, como el FMI y el Banco Mundial, que crean fuertes obligaciones para quienes se endeudan, comprometiéndolos a medidas de austeridad y programas estructurales de ajuste, de legislación laboral o política cambiaria, o mismo de tipo comercial y regulación financiera. Solicitan si, que la inversión se realice con equipamiento y tecnología de China; como así también, para cubrirse del riesgo de la secesión de pagos, los préstamos se encuentran atados a la venta compulsiva de las materias primas que requiere la demanda interna del país asiático. Requerimientos que, comparado a la sumisión hacia occidente, es una salvedad dentro de un acuerdo visto como beneficioso para ambas partes.   

Y ello no es todo: el Gobierno Chino provee financiamiento para el Banco de Desarrollo Africano o la Fundación para el Desarrollo de China y África, a través de los cuales provee asistencia e inversión en infraestructura, ofreciendo créditos y préstamos preferenciales para la construcción de Hospitales o la provisión de insumos y entrenamiento a los agricultores de África. La medida no es de alta rentabilidad e interés económico directo de corto plazo, pero es un claro gesto político para estrechar lazos y desplazar otros actores estatales – China es, actualmente, el principal inversionista en la economía africana -. Y los números lo sustentan: para citar solo un ejemplo, las exportaciones francesas a África equivalieron a un 25% de las chinas en 2022.

Rusia también habla con números. Durante la reciente conferencia parlamentaria internacional ‘Rusia-África en un mundo multipolar’, el presidente Vladímir Putin aseguró que su país “ha condonado más de 20.000 millones de dólares en deudas a países africanos». Asimismo, Putin aseguró que Rusia suministrará, gratuitamente, alimentos a los países necesitados de África, en contraposición de la postura de sus ‘enemigos’: casi la mitad de los cereales que partieron desde Ucrania en el último año terminaron en países europeos, y apenas tres millones de toneladas fueron de manera directa hacia países africanos. Como contraparte, Rusia exportó 12 millones de toneladas de alimentos a África en 2022. Y ello no es todo: el volumen del comercio mutuo crece anualmente hasta haberse ubicado en los casi 18.000 millones de dólares durante el año 2022.

El mandatario también destacó que su país y los países africanos “defienden las normas morales y los principios sociales tradicionales para nuestros pueblos, oponiéndose a la ideología colonial impuesta desde el exterior». Y para cerrar el círculo de atracción, desde Moscú le adicionan además una fuerte dosis de ‘poder blando’. Un ejemplo menor es la reciente apertura a orillas del río Oubangui, en la República Centroafricana, de un centro cultural que ofrece un carrusel para niños, clases de ruso para adultos, y proyecciones de películas provenientes del gigante euro-asiático.

Dado lo expuesto y retomando al caso francés, lo más burdo y sarcástico de todo son las propias declaraciones del Elíseo: «Es una nueva oportunidad para comprender el continente en su complejidad y analizar mejor las transformaciones que se están produciendo, en términos climáticos, de salud y de seguridad, pero sobre todo en relación a las oportunidades económicas, ya que el continente será el mercado más dinámico del mundo».

¿Hace un siglo que se encuentran cogobernando (mejor dicho, expoliando sus recursos, como por ejemplo el cobalto y el litio, cruciales en la fabricación de autos eléctricos) a otrora colonias y no saben que es lo que estas necesitan? Por otro lado, ¿no tienen ni un poco de decoro en disimular la necesidad de no perder a los ‘novedosos dinámicos mercados’ (sin importarles si es bajo un proceso de inclusión socio-económica, o dentro de una dinámica que solo exprima al máximo la rentabilidad de las empresas foráneas)?

No es entonces raro, irracional, ilógico, que el presidente de la República Democrática del Congo, Félix Tshisekedi, le responda con dureza a Macron: «Esto debe cambiar, la forma en la que Europa y Francia nos trata. Debes comenzar a respetarnos y ver a África de un modo distinto». Evidentemente, la presencia gala en la África francófona provoca cada vez más hostilidad y recelo, proveniente de un rol paternalista que poco tiene que ver con la viveza y el aprendizaje de política exterior en términos de los avances que ha habido en el siglo XXI’. Es que, aunque continúe siendo una premisa para algunos, es cada vez más difícil domesticar a las sociedades – lo que incluye un costo creciente para las Elites africanas de disimular sus alianzas con las ex potencias coloniales -.

Dado lo expuesto, no podemos circunscribir las relaciones metrópoli / ex colonia solo a Francia. Es que la potencialidad de la vieja Europa languidece, pari passu, a la nueva reconfiguración geopolítica bipolar, donde al enemigo oriental (Rusia/China y aliados) se le opone una OTAN bajo los mandamientos del Reino Unido y los Estados Unidos. ¿Dónde queda el rol de la Unión Europea? Enmarañada en su amplitud y sus variados dilemas endógenos; donde, al final del día, los intereses electorales nacionales – léase dinámicas económicas, culturales y religiosas propias – terminan pesando más que la lucha por salvar los ‘valores democráticos occidentales colectivos’. Ello se refleja en el errado enfoque del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, quien se refiere permanentemente a la lucha entre ‘la democracia y la autocracia en ascenso’; un concepto demasiado binario para una época de desafíos complejos.

Por ende, no es de extrañar que el presidente de Namibia, Hage Geingob, le haya dado una contundente respuesta al embajador de Alemania, Herbert Beck, cuando este último le recriminó la presencia de ciudadanos chinos en su país: “En Namibia, el número de chinos que vienen aquí es cuatro veces más que, por ejemplo, la comunidad alemana”.

En ese sentido, el presidente de Namibia, le explicó al embajador alemán por qué la presencia de la comunidad china no supone un problema para su país. “Los chinos no han venido aquí a jugar, que es lo que hacen los alemanes, por cierto. ¿Me habla de los chinos? Mientras hemos permitido a los alemanes venir aquí sin visado y les pusimos alfombra roja, muchos de nuestros ciudadanos sufren acoso en Alemania, incluso diplomáticos. ¿El problema son los chinos? ¿Por qué no hablamos de Alemania y de cómo nos trata? Los chinos no nos tratan de esa manera”. Todo dicho.

Sin embargo, parece que desde Alemania no han comprendido las necesidades que implican la situación. No alcanza con que el embajador alemán prometa un «gesto para reconocer el inmenso sufrimiento infligido a las víctimas” con US$1.300 millones para ser invertidos en infraestructura, atención médica y programas de capacitación que beneficien a las comunidades afectadas desde la época de la colonia. Es que en la primera década del siglo XX, cuando la actual Namibia era la colonia alemana de África del Sudoeste, decenas de miles de personas murieron cuando las fuerzas imperialistas reprimieron brutalmente los levantamientos de dos de los principales pueblos del país, los Herero y los Nama, matando a la mayor parte y llevando a otros a un desierto (el desierto de Omaheke, en el este del país) donde la mayoría falleció de hambre (los sobrevivientes terminaron en campamentos utilizados como mano de obra esclava). De este modo, el país europeo expulsó a comunidades de sus tierras, las que fueron entregadas a colonos alemanes. En la actualidad, los namibios alemanes son el grupo más grande entre los agricultores blancos, poseyendo alrededor del 70% de las más extensas y fértiles tierras del país.

Por lo tanto, habría que explicarles a los alemanes que un flujo de dinero no determinante, no implica la realización de un cambio estructural, sino más bien que explicita un paliativo inocuo en términos morales. Sino pregúntenos a los argentinos, los cuales hemos sido formados como nación bajo una sociedad terrateniente oligárquica, la cual poco ha cambiado. Donde un grupo minoritario de argentinos – hagamos la vista gorda por un momento a las vastas tierras propiedad de extranjeros diseminadas por todo el país -, conllevan en su ADN una sed de imponer políticas y abrazar divisas bien guardadas en paraísos fiscales, con una cuasi dependencia de la nación como un todo, que lejos está de haberla favorecido a través de la generación de un ciclo de desarrollo sustentable.

¿La concentración de la riqueza agrícola es la única problemática de nuestro país, lo que no nos permite salir del pozo en el cual estamos metidos? Claro que no. ¿El campo es un sector genuino y clave en la provisión de divisas? Si, no quedan dudas. Pero la estructura sistémica que abona la concentración de poder y riqueza – en conveniencia con la elite (foránea o local) que protege los intereses de clase -, perturba una genuina distribución de la riqueza. Y eso tiene que a mejorar. Porque cuando los beneficios exorbitantes de unos pocos se pavonean ante el sufrimiento de las mayorías, propias o extrañas, el sentimiento de bronca tiene la perpetuidad asegurada. Ya sea en Namibia, en la República Democrática del Congo o en Argentina.  

La Guerra fría bipolar ya esta en marcha

Pablo Kornblum para Ámbito financiero – MArzo 2023

https://www.ambito.com/opiniones/la-guerra-fria-bipolar-ya-esta-marcha-n5670502

Hace pocos días, el presidente ruso, Vladimir Putin, suspendió la participación del país en el último tratado de control de armas nucleares firmado con Estados Unidos. El acuerdo New START, era el último que quedaba entre ambos Estados y se había prorrogado por cinco años en 2021. Más allá de poner en palabras el famoso dicho “el que avisa no traiciona” – a sabiendas que Rusia es el país que posee la mayor cantidad de ojivas nucleares y, en este sentido, explicita su potencial uso como último recurso – el discurso del presidente ante el Parlamento tuvo otros conceptos de relevancia para analizar.

Por un lado, Putin afirmó que desde el siglo XIX Occidente ha intentado arrebatar a Rusia sus «tierras históricas, lo que ahora se llama Ucrania”, y que financió la revolución de 2014 que derrocó a un gobierno prorruso, para apoyar un gobierno de ideología neonazi. Según Putin, “Desde el año 2014, el Donbass ha luchado para defender el derecho a vivir en su propia tierra, a hablar su lengua materna, luchó y no se rindió bajo el bloqueo y los constantes bombardeos, el odio inconfesable del régimen de Kiev, y ha creído y ha esperado que Rusia acudiera al rescate”. Una lucha que rememora las viejas disputas de avance territorial del siglo XX, trayendo a colación una batalla ideológica que, aunque quisieran darla por muerte, se recicla bajo la propia impronta del ser social.

Más aún, a lo expuesto se le adiciona con fuerza el choque cultural, derivado de los cambios antropológicos de las últimas décadas: «Ellos (las élites occidentales) mienten constantemente, distorsionan los hechos históricos y no dejan de atacar nuestra cultura, la Iglesia Ortodoxa Rusa y otras organizaciones religiosas tradicionales de nuestro país». Bajo esta lógica, el mandatario se comprometió a proteger a los niños rusos de «la ideología de la degradación y la degeneración». De acuerdo con Putin, Rusia es «un país abierto y una civilización distintiva, pero sin pretensiones de exclusividad y superioridad». Esa imposición que sí, según el presidente ruso, ha querido imponer occidente a través de la globalización neoliberal. Podríamos decir ‘una macdonalización con rostro LGBT’.

Siguiendo con la temática económica, Occidente, según Putin, quiere dividir a Rusia y robarle sus vastos recursos naturales. Por ello “quiero construir un sistema seguro de pagos internacionales que reduzca la dependencia de Occidente. El comercio ruso se está reorientando hacia países que no nos aplican sanciones, ampliando nuestras prometedoras relaciones económicas exteriores, y construyendo nuevos corredores logísticos. Los datos que nos avalan se encuentran a la vista: la economía rusa resistió el conflicto mejor de lo que habían sostenido los expertos: el PBI se contrajo solo 2,1% el año pasado, por debajo del 2,9% previsto”. Este escenario pone una vez más sobre el tapete la relevancia de la economía real y los recursos estratégicos, los cuales Rusia cuenta en abundancia. Pero, además, manifiesta como el proceso de globalización y crecimiento económico de la periferia le jugó como un bumerang a los países centrales de las democracias occidentales: los mercados son para todos y, en el actual contexto de apertura multipolar, los grandes jugadores se posicionan en todas las geografías.

También Putin hablo en retrospectiva. El mandatario aseguró que Rusia no cometerá errores del pasado: aunque la defensa nacional es la prioridad más importante, al desarrollarla no se puede destruir la economía. «Las autoridades rusas saben lo que hay que hacer para un desarrollo constante, progresivo y soberano, a pesar de todas las presiones y amenazas externas». Es evidente que Rusia tiene claro que no puede equivocarse como en la extinta Unión Soviética, la cual sucumbió económica y financieramente ante las presiones de la carrera geopolítica y geoeconómica contra los EE.UU. 

Por ello, para alcanzar el objetivo de su crecimiento económico sustentable, le habló a su consecuente ‘oligarquía económica’, base y sostén de un modelo corporativista aliado a su Elite política: “Los empresarios rusos que guardaban sus fondos en los países occidentales no solo observaron cómo los mismos fueron ‘congelados’, simplemente tuvieron que entender que han sido robados». Y señaló que los grandes empresarios rusos “deben comprender que seguirán siendo forasteros de segunda clase para Occidente”, por lo que les instó a quedarse en su patria y trabajar para sus compatriotas. Tal cual se plantea en su país aliado, China.

Justamente, el máximo responsable de la diplomacia del gigante asiático, Wang Yi, mantuvo una reunión con el secretario del Consejo de Seguridad ruso, Nikolái Pátrushev, en la cual sostuvo que “Las relaciones sino-rusas son maduras y sólidas como una roca; soportarán las pruebas de esta variable situación internacional. Claramente, podemos afirmar que los vínculos entre ambas naciones no sucumbirán a la presión de otros países”. No solo ambos Estados son socios económicos fundamentales: además, la administración de Xi Jinping ve a Rusia como un enemigo en primera línea de combate contra la influencia de la OTAN – especialmente estadounidense – en el Mar de la China Meridional, ‘su’ región que defiende con celosía.

En este sentido, China contradijo las afirmaciones de Estados Unidos sobre un supuesto envío de armas a Rusia, y advirtió que no aceptara la presión norteamericana. «Quien no para de proporcionar armas al campo de batalla es Estados Unidos, no China. Estados Unidos no está cualificado para dar órdenes a China, y nunca aceptaremos que Estados Unidos dicte o imponga cómo deben ser las relaciones sino-rusas», expresó el portavoz de la Cancillería China, Wang Wenbin.

Ante la discursiva del ‘lado oriental del muro’, la respuesta estadounidense no se hizo esperar: a pocos días de que se cumpla un año del comienzo del conflicto entre Rusia y Ucrania, el presidente estadounidense, Joe Biden, llegó hasta Kiev para reunirse con su par ucraniano Volodimir Zelenski. Allí anunció que su país le daría una ayuda de 500 millones de dólares para solventar la guerra. Posteriormente, frente a ciudadanos polacos y refugiados ucranianos en Varsovia, el mandatario aseguró que «las democracias del mundo velarán por la libertad hoy, mañana y siempre. Rusia nunca vencerá a Ucrania”. Palabras vacías en tiempos de guerra. Pero, además, con afirmaciones falsas.

Porque Biden sabe que Rusia no va a ser vencida militarmente. Básicamente por dos cuestiones: 1) Rusia (léase Putin) no va a permitirse una derrota. Nunca, y bajo ningún tipo de condicionamiento. Menos en el actual disruptivo escenario mundial actual. 2) La OTAN no se encuentra dispuesta a pagar el costo de la guerra física, real, de contacto, poniendo sus hombres en el campo de batalla. Armamento si, vidas humanas, no. No son muchos los gobiernos que resistirían políticamente el enfrentarse a madres que mandan a sus hijos a morir a tierras lejanas que, con sinceridad, nada les importan. No es políticamente correcto, pero, por más blancos y rubios que sean, los ciudadanos ucranianos no entran dentro del círculo preciado de los principales miembros Otanistas. Si los recursos naturales que bendicen sus tierras, o mismo la industria de la guerra, que también es un gran negocio; sin embargo, ello es muy difícil de comprender para el ciudadano global medio.  

Es que una cosa es la política interior, los manejos internos, y otra la geopolítica y la geoeconomía con sus intereses macro. Que se afectan y son interdependientes, pero no son lo mismo. Y los nuevos regentes de la disputa bipolar, la OTAN por un lado, y la alianza sino-rusa con sus aliados por el otro, lo saben muy bien. Por ello, los países que quieren ser protagonistas del nuevo mundo se encuentran buscando ese equilibrio entre el poder y el querer de la política; entre el satisfacer las necesidades más básicas de sus poblaciones, y el encontrar la más sabia manera de eludir el peligroso ruido de los tambores de la guerra.

El miedo suele ser más efectivo que la razón y el corazón – 29-1-2023

https://www.ambito.com/opiniones/capitalismo/el-miedo-suele-ser-mas-efectivo-que-la-razon-y-el-corazon-n5637892

Mientras la economía cotidiana nos interpela a través de la coyuntura (moneda común de comercio con Brasil, recompra de deuda externa, inflación), hubo hace pocos días una noticia basada en el informe de la prestigiosa ONG británica Oxfam, que nos obliga a ‘parar la pelota’ e interpelarnos en la cuestión sistémica, en el largo plazo, en el futuro que queremos para las próximas generaciones. 

Bajo el título «La supervivencia de los más ricos», Oxfam señala que los multimillonarios han duplicado su riqueza en los últimos diez años, y que el 1% de la población más pudiente del mundo ha ganado 74 veces más que el 50% más pobre. Más aún, el 1% más acaudalado acumula desde 2020 casi el doble de riqueza que el resto de la humanidad, ya que su fortuna se disparó en US$ 26 billones, mientras que el 99% inferior solo vio aumentar su patrimonio neto en US$ 16 billones.

Es decir, con la crisis desatada por la pandemia, y la escalada de los precios de los alimentos y la energía tras el conflicto entre Rusia y Ucrania (las 95 más grandes empresas del mundo en estos rubros han duplicado sus beneficios en el 2022, generando una renta extraordinaria de 306.000 millones de dólares, de los cuales destinaron el 84% a remunerar a sus accionistas) se ha demostrado que, bajo contextos de grandes desastres humanitarios, no todos pierden. Podríamos decir que hasta algunos los prefieren para seguir acrecentando su riqueza.

¿Este escenario de desigualdad es novedoso? Para nada. Más aún, en cuanto a las políticas macroeconómicas de tinte impositivo en pos de un proceso redistributivo, ya está todo (o casi todo) escrito: se deben aplicar no solo medidas tributarias de emergencia, sino y, sobre todo, sustentables, como la aplicación de impuestos al patrimonio, la elevación de la tributación sobre las rentas del capital y las ganancias financieras, y el incrementar la tributación sobre la renta del 1% más rico. Como complemento superador, se debe promover un gran acuerdo fiscal transnacional con el objetivo de ampliar la cooperación y la coordinación de políticas tributarias con medidas para afrontar la evasión y los paraísos fiscales, así como el impulsar la revisión de los beneficios tributarios ineficientes. Un acuerdo que debería servir como base para la construcción de un sistema fiscal global más incluyente, sostenible y equitativo. Y punto.

Ahora bien, si lo descripto se sabe hace décadas y nada de lo propuesto se lleva adelante, es porque existen otras prioridades; ya sea por acción u omisión. En este sentido, están quienes sostienen que los gobiernos deben priorizar los reperfilamientos de las deudas y el cumplimiento de las obligaciones con grandes acreedores internacionales en lugar de impulsar reformas tributarias relevantes y progresivas; otros afirman que el aplicar mayores impuestos a los súper ricos y a las grandes empresas conllevará a una retracción en la producción, siendo un grave error que perjudicará a las mayorías. Todo en pos de una mayor credibilidad, confianza en quienes dicen tener las soluciones mágicas de la inversión y sus derivaciones positivas en el empleo, la recaudación, y la dinamización del consumo.

Como contraparte, otros pensamos que es simplemente una cuestión de poder e intereses, de prevalencia de los que quieren que nada cambie. Es más, por lo que se observa, parece que las políticas que se realizan van en sentido contrario a lo que sería lograr un mundo más equitativo. En este aspecto, un estudio reciente de la ONG Research School of International Taxation, en el que se han analizado 142 países, se revela que, por cada punto porcentual de reducciones fiscales a las grandes empresas, los gobiernos han incrementado los impuestos al consumo, fuertemente regresivos, en un 0,3%. Así, de cada 100 dólares de impuestos recaudados a nivel global, el 44% corresponde al IVA y otros impuestos sobre el consumo; el 19%, a la renta personal; y el 18%, a los salarios. Únicamente un 14% viene de la tributación empresarial y un 4%, de los gravámenes a la riqueza (si, solo el 4%). El 1% restante corresponde a otros impuestos.

¿Y quien detenta esta capacidad, este virtuosismo para acumular capital y evitar ser coercionado impositivamente por los ‘infames gobiernos depredadores’? En la publicación austríaca Contrast, el académico Schwartz lo desarrolla de manera tajante: «Cuando se habla de familias muy ricas, les preocupan tres cosas: quieren aumentar su dinero mediante inversiones. Quieren minimizar sus impuestos. Y quieren pasar su dinero – libre de impuestos si es posible – a la siguiente generación. Luego educan a sus hijos para que hagan lo mismo».

Por supuesto, no solo poseen ingentes cantidades de dinero, sino que tienen un poder que se distribuye de forma dinástica: es que el dinero de los más ricos no sólo les compra una vida de lujo sino, sobre todo, influencia en los negocios, medios de comunicación, partidos políticos y, sobre todo, la justicia económica. Preferiblemente en aquellos que los ayudan a garantizar que no habrá impuestos de sociedades, impuestos sobre el patrimonio o impuestos de sucesiones más altos en el futuro. Claro como el agua.

Pueden existir casos aislados, como la iniciativa de Marlene Engelhorn, una joven millonaria austriaca heredera de la empresa química BASF, quien cofundó en febrero de 2021 Taxmenow, una asociación de personas adineradas que exige que los gobiernos se queden con una parte mucho mayor de su patrimonio heredado, argumentando que estas fortunas no ganadas deberían ser asignadas democráticamente por el Estado. Los liberales aplaudirán el abnegado desinterés de la iniciativa del individuo; sin embargo, no es suficiente que el 1, 5 o 10% de las personas o empresas más ricas del mundo se pongan a disposición de una fiscalidad progresiva. No para cambiar al matriz socio-económica de la empobrecida humanidad. 

¿Podemos dejar que este proceso de inequidad creciente siga ocurriendo? Podemos. Pero también puede ocurrir, en tiempos de cansancio y redes sociales que a todos llegan, que en algún momento la olla hirviente estalle, y el agua caliente se propague como lava de volcán e impacte a todos, absolutamente a todos, a su alrededor. Una combinación letal que puede dar lugar a movimientos de descontento social profundos, extremadamente peligrosos para quienes desean mantener el statu-quo a como sea.

¿Es necesario tener que llegar al límite para actuar? ¿Se deberá esperar un altruismo de las Elites en su conjunto? Aunque la moral de los ricos se lo dejo a los estudiosos de la filosofía, algunos temerosos del curso de la historia ya han empezado a tomar nota. No por nada, la última edición de la revista semanal alemana Der Spiegel, la mayor de Europa con una tirada de millón de ejemplares, publicó en su portada la foto de Karl Marx con la leyenda “Tenía razón Marx: bajo el capitalismo no hay destino viable para la humanidad”. En definitiva, el miedo suele ser más efectivo que la razón y el corazón.

El poder popular versus el destino manifiesto – Ámbito Financiero – Diciembre 2022

https://www.ambito.com/opiniones/reino-unido/s-vs-escocia-el-poder-popular-versus-el-destino-manifiesto-n5606217

La Corte Suprema del Reino Unido dictaminó que Escocia no tiene el poder de celebrar un nuevo referéndum sobre la independencia sin el consentimiento del gobierno británico. La contestación por redes sociales de la Primera Ministra escocesa, Nicola Sturgeon, del gobernante Partido Nacional Escocés (SNP por sus siglas en inglés), no tardó en llegar: “Una ley que no permite a Escocia elegir su propio futuro sin el consentimiento de Westminster, expone como un mito cualquier noción del Reino Unido como una asociación voluntaria”.

En cuanto a la razón principal, Londres sostiene que la cuestión se resolvió en el referéndum de 2014, en el cual los votantes escoceses rechazaron la independencia con un 55% de los sufragios contrarios a la escisión. Sin embargo, desde Edimburgo argumentan que la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, a la que se opuso la mayoría de los votantes escoceses, ha cambiado radicalmente el panorama político y económico.

La historia indica que Escocia e Inglaterra han estado unidas políticamente desde el año 1707. Mientras Escocia tiene su propio parlamento y gobierno desde 1999 – lo que le permite elaborar sus propias políticas sobre salud pública o educación -, el gobierno del Reino Unido en Londres controla los asuntos claves, como son la defensa o la política fiscal. O sea, determina las dos principales aristas que cualquier jurisdicción desea detentar: el poder económico y de coerción.

Está claro que la idea de un Reino Unido grande, con perspectiva de volver a poner a la Gran Bretaña en su lugar, se contrapone con los intereses particulares, propios de la necesidad de un pueblo de encontrar un propio destino. Culturas con matices diferentes, percepciones ideológicas con contrapuntos, pero principalmente, con claros diferendos en el manejo y las prioridades en la distribución de los recursos económicos.

En este sentido, el Brexit fue un momento bisagra de diferenciación: mientras que en los medios de comunicación británicos los temas predominantes de la campaña a favor de la salida de la Unión Europea fueron la inmigración y el sistema sanitario, para los escoceses tuvieron más importancia las cuotas de pesca o el transporte público. Por otro lado, las generaciones más jóvenes, que han crecido con las libertades intracomunitarias, han aprendido a apreciarlas y no quieren perderlas. Menos ideología y más pragmatismo, se podría decir. Y sino pensemos en el masivo apoyo británico a los ucranianos; un amor que se va ‘apagando’ lentamente ante la imposibilidad de calefacccionarse a medida que llega el invierno europeo.  

Al día de hoy, para el SNP el Gobierno británico ha implementado políticas de austeridad que han llevado a cientos de miles de escoceses a la pobreza. “Si solo representamos el 8% de la economía del Reino, entonces que nos permitan disponer del control total de nuestros campos petroleros en el Mar del Norte (alrededor del 90% del crudo británico se extrae de pozos situados en las zonas reclamadas como propias por los secesionistas de Escocia), el mundialmente famoso whisky de malta, la industria textil, los motores a reacción, y los diversos servicios bancarios que manejamos”, se quejan desde Glasgow. Es que Escocia tiene industrias exclusivas de gran importancia, pero para el parlamento británico su relevancia es menor a la que tendría en una Escocia independiente.

En este aspecto, en Glasgow no están tan equivocados: en el Parlamento de Westminster, los representantes escoceses ocupan solo el 9% de los puestos de la Casa de los Comunes. A pesar de que ello es consecuente a su estatus demográfico dentro del Reino, afirman que esta situación hace que paguen más impuestos por persona que el resto del país, que su oposición a la privatización de servicios públicos sea inútil, que no les permitan  crear un fondo petrolero como el de Noruega – con el que se apoyaría indirectamente el gasto social -, o mismo que tengan que resignarse a la existencia en su territorio de armas nucleares, como son los submarinos armados con los misiles Trident que se encuentran en la base naval de Clyde, en la localidad de Argyl and Bute.

Ante el contexto descripto, no podemos negar que nos encontramos con el fino ‘toma y daca’ de las causas y consecuencias de pertenecer. Por ejemplo, los principales bancos que operan en Escocia ya han manifestado su intención de trasladarse a Londres si se realiza el referéndum y gana la independencia; una decisión que entra dentro de la lógica teniendo en cuenta que el Estado británico controla el 80% de la mayor entidad, el Royal Bank of Scotland. Ahora bien, ‘Todo Pasa’, como diría Don Julio, y seguramente el sistema financiero se va a terminar reconfigurando. Con sus riesgos y consecuencias. Como lo piensan muchos catalanes o norirlandeses: hay que ‘jugársela’, tomar partido, desprenderse de una lógica, un statu-quo dado y normalizado.

A pesar de ello, es más que entendible que los escoceses se juegan una patriada compleja; vivimos bajo sociedades cambiantes, donde la dinámica es más individualista, menos generosa hacia lo colectivo. Pero a veces hay que tomar decisiones difíciles, costosas desde lo emocional, pero sobre todo desde el bolsillo. Entonces los escoceses tendrán que buscar nuevos mercados, otras alianzas estratégicas. Para avanzar con firmeza y sin miedo solo es necesario tener en claro que de lo único que no se vuelve es de la muerte física – y a veces de la corporativa -. Pero los Estados – siempre que no haya algún conflicto bélico que haga tambalear el statu-quo (sino pregúnteles a los ucranianos) -, sobreviven.

En definitiva, y como pasa en todas las latitudes, ante tanta desilusión popular sobre los diferentes gobiernos – de todo tipo y color político -, incapaces de brindar soluciones superadoras a las mayorías, la búsqueda de un cambio, irreverente, no siempre racionalizado, es pedido a gritos. Bajo este marco, las grandes epopeyas, ideológicas, programáticas, y de poder real, yacen en las penumbras del olvido.

En el medio, ni laboristas y conservadores quieren auto sentenciarse como el partido que dejó ir a Escocia; ello los condenaría políticamente a un escenario difícil de remontar. Más complejo aún, de vencer el ‘sí’ se abrirían dos años de negociaciones entre Londres y Edimburgo para repartirselos bienes y las deudas. «El diablo está en los detalles», dice un viejo refrán anglosajón. Lo hubieran pensado antes. Mejor dicho, hubieran realizado políticas públicas propositivas y equitativas para todo el pueblo del reino. Ahora parece ser tarde. O, mejor dicho, no parece haber voluntad de cambio de quienes detentan el poder (aquel poder, que nunca debemos olvidar, otorgado por el mismo pueblo). Pero mientras el eje se centra en volver a generar esa imponente y arrolladora ‘Gran Bretaña Global’, hacia adentro, un pueblo se resquebraja.

Teoría de la dependencia, con rasgos asiáticos – Cronista Comercial – Diciembre 2022

https://www.cronista.com/columnistas/el-salvador-y-bitcoin-china-acecha-mientras-bukele-no-se-rinde-y-se-asoma-al-precipicio/

En medio de una crisis profunda de secesión de pagos, una economía que conjuga la dolarización de hecho y el Bitcoin como moneda de curso legal, déficit comercial y de cuenta corriente, reservas languidecientes e intereses de la deuda por las nubes, el Vicepresidente de El Salvador, Félix Ulloa, ha dicho que “China ha ofrecido comprar toda nuestra deuda (lo más urgente son 670 millones de dólares en bonos con vencimiento el 24 de enero de 2023), pero debemos andar con cuidado. No vamos a vender al primer postor, hay que ver las condiciones”.

Aunque el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China, Zhao Lijian, dijo que no estaba al tanto del asunto cuando se le preguntó al respecto, cuando el ‘río suena’ es que algo ocurrió. Y precisamente, está vez no fue con la sigilosa penetración que promueve y pretende de sus partenaires el gigante asiático. Sin embargo, no hubo enojo formal ante semejante furcio: la paciencia confuciana sabrá llevar ‘a buen puerto’ una respuesta a las necesidades de financiamiento salvadoreñas. 

Más allá de la puntual dinámica diplomática, este hecho se enmarca en una compleja situación de corto plazo, donde el gobierno salvadoreño se encuentra utilizando las pocas reservas de dólares que le quedan para recomprar su propia deuda. Es que, desde la dolarización de 2001, el país necesita conseguir dólares para proporcionar liquidez a los bancos nacionales, las empresas y los hogares, mantener el gasto público y asegurar las importaciones. Hasta el momento, ni las menguantes exportaciones ni las ingentes remesas (que implican el 20% del PBI) pueden siquiera dar tregua a la escasez de divisas. Por ende, el camino de la política económica tiene un solo destino: recurrir al endeudamiento en los mercados financieros internacionales. Y ya sabemos cómo se termina; solo hay que estudiar un poco de menemismo explícito.

Pero lo expuesto no es lo más grave; como suele ocurrir, la ceguera del presidente Bukele – por acción deliberada, u omisión inepta -, es lo más peligroso para las mayorías empobrecidas que sobreviven bajo una violenta desigualdad. La decisión de usar el Bitcoin (cuyo precio actual es el más bajo desde noviembre de 2020) como moneda de curso legal desde 2021 – el primer país en el mundo que lo hace -, se encuentra enmarcada en un compromiso de respaldo del Banco de Desarrollo Nacional de convertibilidad inmediata entre el dólar y el Bitcoin a través de la App del gobierno (Chivo), manejada por una empresa privada estadounidense. Todo bajo un marco de absoluta oscuridad; un sálvense quien pueda para mantener ficticiamente a flote al país.

Sin embargo, Bukele insiste en la salvación mesiánica: se atraerá dinero del exterior a través de inversiones y más remesas a través de Chivo, convirtiendo al país en un paraíso fiscal de las criptomonedas. ¿Sabrá que no se pueden pagar importaciones o deuda externa soberana con Bitcoin? Poco le importa al autodenominado ‘CEO’ de El Salvador. Más aún, el marco legal creado permite comprar propiedades con Bitcoin, como así también eludir la ley de prevención del blanqueo de capitales, facilitando el lavado internacional de dinero a través de su reventa y fuga del país en forma de dólares limpios.

Estamos entonces no solo ante un país que no es sustentable en el tiempo, sino que además coquetea con prácticas que están tratando de ser abolidas en las finanzas internacionales. Y ello lejos se encuentra de una moral altruista; más bien es el temor a una nueva ola de inestabilidad y derrumbe sistémico. Y El Salvador, como ‘conejillo de india’ de lo que no se debe hacer, seguramente será uno de los primeros en caer ante un escenario macro global adverso en términos de políticas conservadoras y refugio de valor en activos ‘limpios’. 

En este sentido, también desde el exterior ya le han hecho saber los riesgos que se corren, más aún en el contexto actual: el fin de la expansión cuantitativa y las subidas de tipos de interés por parte de la Reserva Federal, harán aún más difícil la financiación en dólares del país. Increíblemente, es algo que Bukele tampoco parece entender, ya que le ha sugerido por Twitter al banco central estadunidense a endurecer su política monetaria.

Pero el FMI ha sido claro y ha instado al Gobierno a abandonar la lógica ‘bitconiana’ si quiere recibir ayuda financiera, ya que considera que “hay grandes riesgos asociados al uso de Bitcoin para la estabilidad e integridad financiera y la protección del consumidor, así como posibles contingencias fiscales negativas”. De hecho, la institución ya le había recomendado a El Salvador no convertir en moneda de curso oficial al Bitcoin. Si el propio FMI lo dice, que de ingenuidad virginal tiene poco y nada, algo tienen que cambiar. Puede no ser exactamente lo que dice el Organismo, pero el camino actual lejos se encuentra de un proceso de racionalidad económica en términos de crecimiento y desarrollo armónico.

Por el contrario, lejos de escuchar las recomendaciones del FMI, el gobierno salvadoreño ha decidido ‘poner toda la carne en el asador’, anunciando la creación de ‘Bitcoin City’ como objetivo ulterior. Esta ciudad, libre de impuestos salvo el IVA, se pagará con la emisión de 1.000 millones de dólares en ‘bonos volcán’, los cuales tendrán un vencimiento a 10 años y pagarán un 6,5% de interés anual, muy inferior al interés del resto de bonos ‘normales’ – los cuales llegan a superar el 30% de interés anual -. La mitad de los ingresos de los bonos se utilizarán para comprar Bitcoins, que a su vez quedarán congelados durante cinco años y se venderán para pagar a los tenedores. Además, aquellos inversores que posean 100.000 dólares en ‘bonos volcán’ durante cinco años, obtendrán automáticamente la ciudadanía salvadoreña. En definitiva, un plan que acelerará los mecanismos antes descriptos: endeudarse para comprar más Bitcoins solo va a aumentar el riesgo país, algo que puede traducirse en la imposibilidad de refinanciar y pagar las deudas.

Mientras tanto, los chinos se relamen sabiendo que los salvadoreños se encuentran ‘camino al colapso’. Aquí no hay altruismo; solo poder y recursos – y un acceso al Pacífico desde Centroamérica -. En este sentido, El Salvador está a sus pies: desde hace un par de semanas, las empresas salvadoreñas ya no podrán exportar bajo las preferencias que le concedía el Tratado de Libre Comercio con Taiwán, ya que la Sala de lo Constitucional de la Corte Suprema de Justicia declaró sin lugar el amparo que había presentado la Asociación Azucarera de El Salvador. Con esta decisión, el país pierde la cuota anual de 80.000 toneladas métricas de azúcar que podía exportar a Taiwán sin el pago de aranceles, lo que representa un 15% de las exportaciones totales de este producto. Pero lo expuesto ya es solo una nimiedad ante el gigante que todo lo devora; por eso no es de extrañar que El Salvador y China ya han comenzado las negociaciones para firmar «lo más pronto posible un tratado de libre comercio”, el cual, según el gobierno centroamericano, «traerá un abanico de oportunidades para las empresas que operen en El Salvador».

Por supuesto, esta política china con mirada global ha encontrado en el sur continental una presa fácil que desde hace más de un cuarto de siglo la mira con cariño. Más aún, hace pocos días el gobierno argentino logró cierto aire cambiario a partir de la confirmación de la ampliación del swap por 5 mil millones de dólares. Cabe recordar que el esquema del swap consiste en una línea de crédito contingente de disponibilidad; una vez que se activa y se convierte a dólares, comienza el cobro de intereses por el monto utilizado. En este aspecto, un uso directo de la ampliación del swap es el pago de las importaciones provenientes del propio gigante asiático, en un año donde se espera que el déficit comercial bilateral sea de unos 8 mil millones de dólares, lo que podría ser un récord histórico. De cualquier manera, se trata de un refuerzo para las reservas, ya que los dólares que no se utilicen para pagar importaciones de China, quedarán liberados para cualquier otro destino. Y, en el contexto actual, ello es lo más relevante: billetes verdes frescos sin condicionamientos de política económica.

En definitiva, más que teoría de la dependencia versión cepalina, esto es más bien subordinación, lisa y llana, aprovechándose de la impericia de los gobiernos de turno. Como contraparte, realismo puro y duro por parte de China. Y ante esta situación, como ocurre siempre, la única forma de frenar esta dinámica, este círculo vicioso que impide poder dialogar a la par, es solidificando la institucionalidad política y la situación económica-financiera doméstica.

De lo contrario, el aluvión chino – o el estadounidense, quien rija los destinos de la humanidad en las décadas venideras –, nos llevará puestos a quienes no tenemos el ‘don de mando’ en la arena internacional. Es que lo único certero es que nadie va a parar la lógica multipolar de la lucha por el poder y la riqueza por parte de las potencias. Por ende, debemos aprovechar los todavía válidos principios de territorialidad (aunque endebles) que suelen prevalecer en la no inmiscuisión de los terrenales asuntos internos, para construir un muro de capacidades – y valores – que nos permita enfrentar el complejo mundo que se viene. Desde la discutidamente llamada ‘periferia’, pero con independencia política y económica. Y porqué no, parafraseando al general, con un poco de justicia social. 

La ‘creditocracia’, discusión ausente en las elecciones de los Estados Unidos – Ámbito Financiero – Noviembre 2022

https://www.ambito.com/opiniones/estados-unidos/la-creditocracia-discusion-ausente-las-elecciones-los-n5580899

Entre julio y septiembre del corriente 2022, la deuda de los hogares estadounidenses ascendió a un nuevo récord de 15,24 billones de dólares, un incremento del 1,9% (286.000 millones de dólares) con respecto al segundo trimestre del año. Sin embargo, no ha sido un tema de discusión entre Demócratas y Republicanos de cara a las elecciones recientemente acaecidas; probablemente porque la dinámica del endeudamiento es parte de un escenario normalizado, no solo al norte del Rio Bravo, sino a nivel global: según un informe del Institute of International Finance (IIF), actualmente las deudas de los hogares a nivel global se encuentran en su punto histórico más alto, superando los 47 billones de dólares, lo que equivale al 60% del PBI mundial.

Para comenzar, podemos afirmar que ya ha quedado en desuso la moral burguesa tradicional que establece que el consumo viene posibilitado por el ahorro, siendo este producto de un trabajo previo. Por el contrario, el endeudamiento ha invertido la dinámica situacional: ya no estamos ante la capacidad de adquirir bienes y servicios como resultado de un esfuerzo ya realizado, sino que primero se compra y se consume, y luego se trabaja para pagar las deudas resultantes.

En este sentido, la visión altruista, utópica, de la provisión de crédito para las mayoritarias clases medias y bajas, es la de corregir la desigualdad de ingresos, cerrando (o difiriendo) la brecha material existente entre la (insuficiente) realidad salarial y el sueño consumista – o bienestar según quien lo quiera reflejar -. Sin embargo, nos hemos convertido en una sociedad atrapada en la ‘creditocracia’, donde el objetivo es mantener al ciudadano endeudado el mayor tiempo posible; escenario que se observa cada vez más frecuentemente en todos aquellos que deben pedir dinero prestado para satisfacer sus necesidades básicas. Como diría Delouze, el hombre ya no se encuentra más ‘encerrado bajo sociedades disciplinarias’; por el contrario, se lo controla a través del endeudamiento. Una relación de fuerza y de poder asimétrica, donde el sistema de crédito trasluce un consumo reglado, forzado, instruido y estimulado.

De este modo, no es una variable menor – sin entrar en la disputa entre si prima la ‘causa’ o el ‘efecto’ -, en el contexto de una reestructuración capitalista que ha conllevado que la mayoría de las ganancias corporativas lleguen gracias a las actividades financieras, especialmente en forma de préstamos, a través de un flujo constante de dinero que incrementa ingentemente sus ganancias. Del otro lado, un mundo en el cual millones no pueden llegar a fin de mes y a duras penas pagan el mínimo mensual, junto con exponenciales multas o recargos por pagos atrasados. Un proceso que claramente solo provee beneficios marginales y coyunturales para los trabajadores, las Pymes, y todos aquellos que buscan ser parte de un proceso virtuoso de creación de riqueza endógena.

A pesar de ello, existe una fuerte corriente subyacente de moralidad asociada a tener que pagar las deudas; como si debiera ser una de las prioridades del ser humano responsable, más allá de su condición socio-económica, la coyuntura laboral, o las contingencias que acaecen durante la vida (enfermedades, divorcios). Como diría Walter Benjamin: “la religión capitalista es una religión de la desesperación porque su culto no tiende a la redención de la culpa sino a agravarla y a convertirla en universal”. Ahora bien, como contraparte, las elites económicas no suelen preocuparse en demasía ante procesos de endeudamiento complejo y de difícil repago: ante la adversidad, son rescatadas por sus amigos o por la clase dirigente (sino pregúntenle a quienes resultaron beneficiados de la estatización de la deuda privada de 1982 en nuestro país, solo para dar uno de los incontables ejemplos). No hay consecuencias ni daño emocional; por ende, pareciera entonces que solo existe un doble estándar donde la moralidad sólo funciona en una dirección.

Bajo este carácter fetichista, el sacrificio implica que cuando el mercado, la banca o el capital así lo requieran hay que ‘apretarse el cinturón’ y aceptar las medidas de austeridad y el desempleo, además de ‘agachar la cabeza’ – generalmente sin entender demasiado – ante la expropiación del excedente social acumulado para ‘salvar’ a unos bancos ‘demasiado grandes, demasiado importantes para quebrar’, o aceptar que las arcas de los Estados se encuentren vacías porque las obligaciones impositivas de las empresas, la industria y los más ricos de entre los ricos, desalientan la inversión.

Del otro lado, se encuentra aquellos que sí sufren los créditos perpetuamente revocables y fluctuantes, presos de inflaciones y devaluaciones crónicas, que hacen de las mayorías deudoras permanentes bajo un contexto de estancamiento salarial y deterioro de los mercados internos. Aquellos que deben con anticipación su trabajo y porvenir. Como dice Baudrillard, aquellos que viven “un modo de temporalidad pre-constreñida, hipotecada”. Todo lejos, muy lejos, del altruismo financiero que mencionamos previamente en este artículo.

En definitiva, mientras cada vez una mayor parte de los hogares en los Estados Unidos y en el mundo toma deuda para pagar gastos cotidianos como alimentos y medicamentos, las elites promueven la valorización de un modelo particular de ciudadano, un modelo de gasto crediticio orientado a la responsabilidad individual. Un sistema que ‘cerca’ a las clases medias y bajas para con el inevitable uso del crédito, mostrándola como la única opción viable, sensata y de sentido común.

¿Y si ponemos por delante la deuda más importante, la deuda activa y permanente con los miles de millones de postergados de la sociedad global? ¿Y si, en lugar de involucrar una mixtura de racionalidades de mercado y relacionales, probamos con salarios más altos y dejamos el financiamiento para situaciones particulares que realmente lo requieran? Y no. Se termina el negocio, por no decir el curro, que implica, además – y por sobre todo – el mayor empobrecimiento de las mayorías.  Porque en realidad, las prácticas crediticias y las economías domésticas no deberían tratarse exclusivamente de la adquisición de bienes de consumo o de consumismo, sino de integrarse, salir de la pobreza y ser digno. Basta entonces de dejarnos llevar por los grandes medios de comunicación que confunden responsabilidad con intereses espurios. Basta que la culpa sea del chancho y nunca del que le da de comer.

¿Una crisis energética que hace peligrar el statu-quo europeo? – Cronista Comercial – Octubre 2022

https://www.cronista.com/columnistas/una-crisis-energetica-que-hace-peligrar-el-statu-quo-europeo/

Si algo ha diferenciado a la mayoría de los países de Europa sobre el resto del mundo es la capacidad de respuesta institucional para mantener, dentro de ciertos márgenes de razonabilidad, una sustentabilidad macroeconómica que evite grandes crisis sociales, a pesar de los bajos salarios o la inequidad reinante propia de la lógica sistémica. O, al menos, proveer soluciones plausibles en el corto plazo.

El caso más extremo del corriente siglo ha sido el de las hipotecas Subprime surgido en los Estados Unidos, que rápidamente se trasladó por los vasos comunicantes de las finanzas internacionales hacia el viejo continente, sobre todo a los PIGS (Portugal, Irlanda, Grecia y España), pero principalmente a Grecia, donde la crisis de la deuda fue un detonante para la victoria del Partido de izquierda Syriza, ‘peligrosamente subversivo’ en términos económicos para Bruselas. La respuesta fue clara y contundente: el ajuste había que hacerlo – a pedido de los grandes bancos, principales acreedores -; sin embargo, se le brindó al gobierno heleno cierto margen de maniobra – paliativos, se podría decir -, para que el sendero a la normalidad sea lo ‘menos agónico’ posible.   

Podríamos afirmar que una razón por la cual la ciudadanía europea se haya mantenido dentro de la frontera de la dignidad, ha derivado de que la variable inflacionaria se ha mantenido imperceptible por décadas. Por ende, que gran parte de la población tenga ingresos en términos reales que alcance para sobrevivir, y no tener sorpresas a la hora de ir al supermercado, les genera alguna esperanza que las cosas cambien – para bien – en algún momento. Eso propugna la estabilidad neoliberal.

Pero las cosas han cambiado. El actual conflicto en Ucrania requiere hacer esfuerzos extraordinarios para palear una escasez de oferta energética y sus derivaciones inflacionarias (alrededor de 10% interanual en casi toda Europa). Desde una cuidadosa suba de las tasas de interés por parte del Banco Central Europeo – que analiza con cautela y temor una estanflación en el corto plazo – hasta una afirmación por parte de la Comisión Europea que sostiene que los países de la Unión deben prepararse para bloquear la minería de criptomonedas – y de paso aprovechan para obstaculizar un mercado que ha crecido un 900% en 5 años y no pueden controlar –

En términos de ayudas estatales, la recientemente saliente Primera Ministra, Elizabeth Truss, propuso un ingente aumento del gasto – 100 millones de Libras Esterlinas -, que incluía un subsidio de energía por 2 años para hogares y empresas. El problema es que al mismo tiempo propuso una exponencial reducción impositiva para los más ricos y las corporaciones de 45 mil millones de Libras Esterlinas, cuyo razonamiento era que estos últimos inviertan sus excedentes y generen producción y empleo.

Con un agujero fiscal que rondaba las 70 mil millones de Libras Esterlinas, los mercados – adalides del equilibrio fiscal – denostaron la medida, entendiendo que ello significaría una política neta de endeudamiento y, en medio de una corrida contra la libra – el Banco Central de Inglaterra debió intervenir con compras masivas de bonos para tranquilizar a los inversores -, se dio marcha atrás a una medida que le costó su dimisión.

Por supuesto, la forma de producción no ha quedo exenta de la discusión. En este sentido, el mes pasado los laboristas británicos forzaron una votación parlamentaria por el Fracking, generando divisiones dentro del propio Partido Conservador, lo que incluyó amenazas a los legisladores con la expulsión del partido si no votaban contra la moción laborista, a pesar de que en el último programa político partidario tory se había opuesto a este tipo de extracción.

¿El resultado de la crisis será entonces una base industrial más verde, como propugna los planes de transición de la Unión Europea? El tema es a qué plazo y que jugadores sobrevivirán: probablemente los que se encuentren en rubros menos demandantes de energía, como así también quienes tengan mayor espalda financiera, margen de maniobra, capacidad de generar eficiencia energética. Por ahora, el carbón, gas, o lo que sea para paliar la crítica situación cortoplacista, será bienvenido. La moraleja que queda para los hacedores de políticas públicas es que las soluciones deben ser estructurales; sino se realizan políticas de Estado cuando y como corresponde, un escenario coyuntural disruptivo puede ser altamente peligroso.

En este aspecto, el actual aumento vertiginoso de los precios de la energía está precipitando un descenso alarmante en la competitividad de los consumidores de energía industrial de Europa. Un claro ejemplo es el caso de Bayer, la empresa farmacéutica y biotecnológica que había anunciado en 2019 planes para pasarse completamente a las energías renovables. Pero ahora ha reactivado el carbón ‘por si acaso’ no puede satisfacer las necesidades para la producción. Otro caso alemán es el del fabricante de automóviles Volkswagen, quien anunció que continuará operando las centrales eléctricas en su casa matriz de Wolfsburg con carbón durante los próximos dos inviernos, en lugar de cambiar a gas como estaba previsto como parte de sus esfuerzos de descarbonización.

Al mismo tiempo, la Comisión Europea ha aprobado una normativa para reducir la demanda de gas en un 15% para marzo de 2023. Aun así, la eficacia de las medidas intra-comunitarias dependerán de la solidaridad entre los Estados miembros y la voluntad de coordinar los suministros, los cuales hasta el momento han sido infructuosos. Realidades asimétricas, intereses propios, conflictos latentes, podríamos decir. Sino pregúntenle al presidente de Francia Emmanuel Macron, enojado con Berlín por no haber consultado a sus aliados sobre los 200.000 millones de euros que volcó a la economía alemana para ayudar a amortiguar el impacto del aumento de los precios de la energía, los que según París distorsionan el ‘sistema interno del mercado único’.

Dado lo expuesto, para que los diversos gobiernos lleven cierto halo de racionalidad a las disputas inter-fronterizas, se torna también fundamental el debate sobre la distribución de los costos crecientes dentro de los diversos actores privados que participan en la economía energética regional. En este aspecto, desde la Comisión Europea se ha diseñado un plan que permitirá recaudar más de 140 mil millones de Euros con un gravamen a las ganancias extraordinarias de las compañías de gas, petróleo y carbón. “Estas empresas están obteniendo ingresos que nunca contabilizaron, ni siquiera soñaron. En nuestra economía social de mercado, las ganancias son buenas. Pero en estos tiempos está mal recibir beneficios extraordinarios, beneficiándose de la guerra y a costa de los consumidores”, señaló su presidenta, Ursula von der Leyen. ¿Tendrá el suficiente poder político para llevar adelante esta medida? ¿Podrá torcerle el brazo a uno de los oligopolios más poderoso económicamente del mundo? Difícil negociación, con probable resultado ambiguo.

En el mientras tanto, los cierres generalizados están generando preocupaciones que abren la puerta a rivales de regiones con costos de energía más bajos: urge reemplazar los 155 mil millones de metros cúbicos de gas natural provenientes de Rusia, alrededor del 40% del consumo total de gas del bloque. Es que nadie niega que una reducción o suspensión de las exportaciones, aunque sea temporal, corre el riesgo de traducirse en una pérdida permanente de cuota en el ultra competitivo mercado global. No son pocos los que entienden que la solución superadora – o la perdición definitiva – se encuentra en la geopolítica. En este sentido, Bruselas espera reducir la dependencia energética incrementando el suministro por tubería de países como Argelia y Noruega, así como aumentando masivamente las importaciones de GNL desde más lejos.

Por supuesto, dependerá el tipo de alianza/acuerdo que se pueda alcanzar con un determinado actor, en la compleja actualidad de la arena internacional. Qatar es un claro ejemplo: siendo un país que tradicionalmente envía el 70% de su GNL a clientes asiáticos con contratos fijos a largo plazo – los cuales le ofrecen certidumbre mientras invierte miles de millones de dólares en infraestructura energética – por ahora, solo podría desviar entre el 10% y el 15% de la producción actual a Europa hasta que entren en funcionamiento nuevos proyectos; sin embargo, existen inconvenientes ya que los gobiernos europeos no solo negocian a través de conglomerados corporativos – lo que genera un problema al involucrar a actores privados que, aunque persuasibles, tienen sus propios intereses -, sino que además los Estados asiáticos han puesto obstáculos ya que se encuentran preocupados por las ‘desviaciones de producción’ que puedan afectar su cuota de provisión de importación energética, con las derivaciones negativas en su participación de las cadenas de valor global que ello conlleva.

A pesar de todo lo mencionado, lo más relevante para la Elite europea es poder mantener el statu-quo, el poder y la rentabilidad de sus ganancias sin que las tensiones sociales erosionen el tan preciado ‘sistema democrático occidental’ en el cual asientan sus bases. Por eso no es de extrañar el malestar que generó en las clases medias y bajas del Reino Unido la suba de las tasas intereses y su impacto en las cuotas de los préstamos hipotecarios. O la huelga en el sindicato petrolero para exigir aumentos salariales y en protesta por la intervención del gobierno francés para romper las medidas de acción directa dispuestas por las trabajadoras y los trabajadores de refinerías.

Y así podemos seguir recorriendo la ‘Europa Desarrollada’. En Alemania y Suecia, los trabajadores de las aerolíneas exigieron aumentos salariales acordes con la inflación acumulada, al igual que los de las empresas ferroviarias. En España, las principales centrales sindicales se enfrentan a la negativa de las cámaras empresariales para avanzar en un acuerdo que permita “la renovación de los convenios colectivos en términos salariales aceptables para los trabajadores y las trabajadoras”. En Italia, miles de trabajadores y empresarios Pyme salieron a la calle a reclamar por no poder hacer frente a las crecientes facturas de energía.

¿La respuesta de los gobiernos? ‘Creatividad administrativa’, conciencia para cuidar al máximo los gastos, reducir la demanda de energía, y sobrevivir al actual – que lleva ya varios meses – escenario de zozobra. Un proceso de socialización de pérdidas, esfuerzos colectivos típicos de momentos bélicos de siglos pasados. La humanidad no cambia, y los valores nacionalistas creados culturalmente tampoco. Por supuesto, nada toca las bases del sistema. Ni las problemáticas subyacentes de una región que se desangra en un proceso de desindustrialización, gentrificación reemplazada con inmigrantes de bajos salarios, y una glorificación asimétrica de las diferencias de productividad que promueve el capitalismo neoliberal.

Jean Monnet solía decir que «La gente solo acepta el cambio cuando se enfrenta a la necesidad, y solo reconoce la necesidad cuando la crisis se avecina». ¿Hay miedo a la agresión militar rusa? Probablemente en algunos sectores de la población. Lo que seguro existe para las crecientes clases medias y bajas es más preocupación por el impacto de la guerra en términos de escasez e inflación. Nunca más apropiado recordar a aquel profesor de tango argentino, el cual se había ido a vivir a Ucrania, y que en los albores del conflicto sostuvo en una entrevista televisiva: “Me fui del país por la difícil situación económica, y aquí nos va muy bien. No le tengo miedo a un misil, soy de Lanús. Volvía todas las noches a mi casa a las tres de la mañana. Eso sí da miedo”.

Mientras tanto, la rueda sigue girando. Y aunque las presiones populares se acrecientan y los partidos de extremas ganan cada día más adeptos, por ahora, el statu-quo se mantiene infranqueable. A resistir; sobre todo, pensando en un conflicto de largo plazo, en un mundo bipolar que ha cambiado las lógicas de poder macro. Sin embargo, para la microeconomía de las mayorías desfavorecidas de la otrora ‘Europa de la prosperidad’, por ahora todo sigue igual. O peor.  

Objetivos puntuales, decepciones generalizadas – Ámbito Financiero – Octubre 2022

https://www.ambito.com/opiniones/objetivos-puntuales-decepciones-generalizadas-n5566167

Así está el mundo. Alejado de los grandes acuerdos programáticos e ideológicos, con objetivos puntuales, ya que cambiar el sistema es imposible. ¿O en realidad, según la interpretación que se puede embeber de los medios de comunicación masivos, las modificaciones marginales que satisfacen intereses particulares pueden ser suficientes para alimentar el gran estímulo de consumo capitalista que nos asegure la felicidad? Lo único que podemos afirmar es que los oficialismos, el Estado, no lo puede proveer en cantidad y calidad para todos; más aún, se suele estar cada vez peor, donde para las mayorías todo es más costoso y complejo. Entonces no sorprende que se persiga lo opuesto y más agresivo, más intolerante. Aunque en realidad, no queda bien en claro que pueda brindar soluciones. Más aún, generalmente – para no decir casi siempre – esto no es así.

La absurda muerte de Mahsa Amini, el 16 de septiembre, tres días después de que la llamada ‘policía de la moral’ la arrestara por no llevar correctamente puesto el velo, desató una revuelta nunca vista desde la Revolución Islámica. Ellas solo piden derechos y libertades, en un país en el que sufren discriminaciones en todos los niveles, donde les es imposible compatibilizar la lucha cotidiana por expresarse y vivir según sus gustos y deseos, con un régimen enajenadamente represivo. Por suerte, prima el altruismo: ellas no promueven el ‘ojo por ojo’, dejando en claro que no reniegan la premisa que sostiene que la potestad de uno termina donde empieza la del otro, y que cada mujer puede escoger si vestir atuendos occidentales o más conservadores.

En realidad, el problema de fondo es la pérdida de control. Y ello no es algo de ahora; previo a la revolución había ciertas libertades sociales, pero no políticas. Todos los partidos estaban controlados por el rey: era una sociedad vigilada, la prensa no podía ser independiente, y cualquier tipo de activismo político podía llevar a los ciudadanos a prisión. Pero, además, el complemento de no poder dominar es, sencillamente, el miedo. Temor a que se desmorone el preciado statu-quo que algunos tan sigilosamente protegen. Solo para citar un ejemplo, los clérigos sostienen que, si conquistan ciertos derechos profesionales y sociales, las mujeres van a descuidar su rol de madres y esposas.

Algunos podrán decir que lo expuesto es lo contrario a lo que ha ocurrido en Cuba hace pocos días: la mayor parte de la población ha dicho ‘sí’ al referéndum que aprobó un nuevo ‘Código de las Familias’, el cual permitirá el matrimonio igualitario, la adopción por parejas del mismo sexo y la ‘gestación solidaria’ (vientre subrogado sin compensación económica), entre otros avances que garantizan derechos durante décadas vedados y que suponen un paso de vital relevancia social, en un país que en los años sesenta del siglo pasado marginó a los homosexuales y los internó en campos de trabajo forzado.

Sin embargo, la victoria para las minorías ha sido empañada por la coyuntura – es razonable que así sea -, y también debe exponerse: los derechos sociales, jurídicos, políticos y económicos deben ir de la mano, y no ser excluyentes a tal punto conque sea suficiente que se solapen unos con otros. Si escasean los alimentos y las medicinas, si es costoso alcanzar la supervivencia material básica, los esfuerzos podrán ser valorados, pero siempre serán insuficientes. Sobre todo, para una oposición que grita a los cuatro vientos “Patria y Vida” contra la administración del presidente y primer secretario del Partido Comunista, Díaz Cannel.  Es que, en el mediano o largo plazo, la realidad siempre termina decantando en el pedido oxigenante para vivir mejor: desconocer, limitar y hasta criminalizar el disenso, o el ocultar errores e insuficiencias propias, termina pulverizando el medianamente válido argumento de que ‘la culpa la tiene el bloqueo’, o que no todas las variables económicas endógenas o exógenas puedan ordenarse propositivamente.

En sentido similar, observar el ascenso al poder de la líder fascista Giorgia Meloni en Italia deja entrever los temores, pero especialmente la apatía o el desconocimiento – la abstención da un salto histórico al alcanzar el 36% -, sobre todo porque la historia ha demostrado que libertad política y los indicadores socio-económicos han sido desfavorables para la mayoría de los italianos de aquella época. Por ello no es extraño que haya algo más, ese empujoncito siempre necesario para terminar de conquistar el ‘voto anti’ de los decepcionados corazones: las políticas del anterior gobierno de centro-izquierda, no han hecho más que favorecer el ascenso de la derecha, sin constituir ninguna alternativa apreciable en materia de derechos, condiciones favorables para la clase trabajadora y desarrollo económico sustentable. Más aún, solo han normalizado conceptos como ‘represión’, ‘nacionalismo’ y ‘militarismo’.

A todo esto, hay que adicionarle que este contexto también muestra un mal sistémico de nuestra época: la confirmación de la gran desconexión entre los partidos ‘gobernantes’, las instituciones y la masa de ciudadanos; especialmente entre los jóvenes (donde la tasa de abstención se acerca al 50%) y el Sur olvidado. Pobres, confundidos e ignorantes; eso es lo que desean aquellos que solo quieren mantener sus privilegios. Los de adentro y los de afuera.

Porque, finalmente, todo termina siendo una pelea entre ‘la casta’. La propia Úrsula Von Der Leyen, presidenta de la Comisión de la Unión Europea, había dicho con expresión autoritaria y ambigua: «Veremos el resultado de la votación en Italia. Si las cosas van en una dirección difícil, tenemos instrumentos, como en Polonia y Hungría». Se refería, con tono amenazante, a las potenciales sanciones a países con gobiernos «iliberales» que no votan según los ‘valores de Europa’. ¿Se posiciona la ‘Europa democrática’ en contra de las derechas eclesiásticas nacionalistas? No. Solo quieren ‘paz social’ y poder acordar con ‘pares’ que manejen los mismos ‘códigos institucionales’ para hacer negocios. Nada le interesan los desclasados y los parias de la exigua seguridad social.                                                                                            

Bajo lo expuesto, podemos afirmar que estamos cada vez más lejos de la anarquía, pero más cercanos a una decepción cíclica que nos hace olvidar el pasado recurrentemente. Y ese es el peor error: podemos dejar pasar todo, banalizar situaciones, pero nunca olvidar la historia. Porqué para avanzar hacia un escenario superador (de eso se trata la vida, que las futuras generaciones vivan mejor que nosotros), tenemos que entender que hay ciertas cuestiones que no se pueden volver a repetir.

En definitiva, la temática del velo, en el fondo, es un símbolo. Reconciliarse con un pasado cercano de intolerancia y discriminación, es un avance insuficiente. Y las mayores restricciones a los derechos civiles de los grupos LGBT y los inmigrantes, es un retroceso peligroso. Toda una muestra de película de época. La triste conjunción es tener que darle algo de razón a los que insisten que la historia es cíclica, que la violencia junto con la apatía sectaria sean el plafón de pujas de intereses por el poder y la riqueza que, lamentablemente, continúan siendo el per se de la humanidad.  

La bipolaridad, el nuevo statu-quo internacional -Ámbito Financiero – Septiembre 2022

https://www.ambito.com/opiniones/rusia/la-bipolaridad-el-nuevo-statu-quo-internacional-n5543925

En medio de la escala de tensiones en una guerra todavía ‘tibia’, los presidentes de Rusia, Vladímir Putin, y de China, Xi Jinping, se reunieron por primera vez desde el inicio de la guerra en Ucrania bajo el marco de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), un grupo conformado por China, Rusia, India, Pakistán, Kazajistán, Uzbekistán, Kirguistán y Tayikistán, el cual ha sido fundado en 2001 como una organización política, económica y de seguridad para rivalizar con las instituciones occidentales. 

En la reunión, el líder chino se ha abstenido de condenar la operación rusa contra Ucrania o de calificarla de «invasión», en línea con el Kremlin. Por su parte, Putin respaldó explícitamente a China en relación con Taiwán: «Tenemos la intención de adherirnos firmemente al principio de ‘una sola China'». Además, mientras el primer mandatario ruso condena “las provocaciones de Estados Unidos y sus satélites en el estrecho de Taiwán», Beijing sostiene que se está en contra de las sanciones contra Moscú por “no tener base en el derecho internacional” y “no solucionar los problemas de fondo”, a pesar de que Putin sostuvo que usará todos los medios – inclusive los nucleares – para defender la “integridad territorial de Rusia”. Hay quienes dudan de una alianza, aunque sea tácita. Pero los gestos y discursos dicen mucho. Y aunque cada Estado tiene sus intereses propios, está claro de qué lado de la novedosa cortina de hierro quedarán.

Bajo el escenario descripto, para combatir al nítido enemigo occidental y mientras Europa intenta alejarse del petróleo y el gas rusos, Putin continuará impulsando los vínculos como Asia, como por ejemplo el reciente acuerdo para con la construcción de un oleoducto hacia China a través de Mongolia. La historia ya lo ha demostrado: el afianzamiento económico es la base para la solidificación de cualquier alianza política. 

En este sentido, es interesante que, tanto China como Rusia, buscan repetir aquel liberalismo clásico entre Estados (no así a nivel intra-estatal) que promovió la otrora Unión Soviética con sus países satélites, o el mismo gigante asiático luego de su ingreso formal a la OMC en el año 2001. «Nuestra política está desprovista de todo egoísmo. Esperamos que los demás participantes de la cooperación económica construyan sus políticas sobre esos mismos principios, sin utilizar el proteccionismo, las sanciones ilegales y el egoísmo económico para sus propios fines», dijo Putin.

Y de allí, de la diplomacia fraternal, los aliados orientales se encuentran a un paso de la ayuda militar. No por nada a principios de mes navíos rusos y chinos efectuaron una patrulla conjunta en el océano Pacífico para «reforzar su cooperación marítima». Más aún luego de las recientes declaraciones del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, en las que afirmaba que Estado Unidos está dispuesto a intervenir militarmente en Taiwán. «Es una grave vulneración del compromiso estadounidense a no apoyar su independencia», advirtió Mao Ning, portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China.

Ante este caótico contexto, no es extraño que Beijing refuerce su concepción belicista. Por ejemplo, luego de la reciente reunión de los líderes de Kazajistán y China, Xi le propuso a la república centroasiática fortalecer la cooperación en el ámbito militar y de seguridad a la vista de la ‘difícil situación internacional, defendiendo la seguridad común en la lucha contra el tráfico de drogas y el crimen organizado internacional’, así como contra las tres «plagas» – término utilizado por Pekín para referirse al terrorismo, el separatismo y el extremismo religioso -. Es que estos momentos de escalada de tensiones son más que útiles para ‘meter todos los gatos en la misma bolsa’. No por nada el gobierno chino ya ha utilizado esta fórmula para justificar la represión de la población musulmana uigur en Xinjiang, región china fronteriza con Kazajistán.

Por supuesto, en esta ‘amplitud’ de la búsqueda de alianzas ‘orientales’ que permitan eludir las sanciones occidentales, Putin se reunió con el presidente iraní Ebrahim Raisi, con quien trató la pronta firma de un gran acuerdo de cooperación aprovechando el drástico incremento de los intercambios comerciales en los últimos años. También lo hizo con el primer ministro indio Narendra Modi – India se ha convertido en el segundo comprador de petróleo de Rusia, después de China -, y con el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, con quien abordó el cumplimiento del acuerdo de exportación de cereal y fertilizantes desde Ucrania y Rusia alcanzado en julio pasado en Estambul.

Sin embargo, este contexto de bipolaridad no se encuentra exento de ‘temores’; es que las sanciones a la ‘cubana’, se encuentran a la orden del día.  Por ejemplo, algunas empresas turcas han empezado a rechazar el pago a través del sistema ruso de tarjetas MIR ―un acuerdo anunciado tras el anterior encuentro entre Putin y Erdogan― por miedo a ser objeto de sanciones secundarias por parte de Occidente. Por supuesto, la picardía del ‘empresario innovador’ Shumpetereano – por supuesto con el soporte gubernamental de Moscú – reflota en cualquier geografía y momento histórico: rusos con pasaporte turco y a través de empresas que son formalmente turcas (en la primera mitad de 2022 se fundaron 601 empresas con capital ruso en Turquía), son libres de comerciar tanto con los países miembros del club comunitario europeo, como con Moscú.

A ello hay que adicionar el sistema ‘a la swap chino’ – está listo para su entrada en vigor un acuerdo que permitirá a Turquía pagar un 25% del gas que adquiere de Rusia en rublos, a lo que además Erdogan había propuesto pagar en parte en liras turcas -, como así también la inversión extranjera directa (IED) en la central de Akkuyu, la primera nuclear que tendrá Turquía y que construye una empresa rusa con una inversión de algo más de 9.000 millones de dólares. Y porque no, un dato de color: el apartado de “Errores y omisiones” de la balanza de pagos de Turquía se ha incrementado hasta cifras récord (24.400 millones de dólares en los siete primeros meses del año), algo que algunos dicen por lo bajo que son ingresos en el sistema financiero turco a través de ‘canales no oficiales relacionados con Rusia’. Hecha la ley, hecha la trampa. Sobre todo, en épocas donde la inteligencia económica y las artimañas financieras se encuentran a la orden del día.

En definitiva, en el ajedrez internacional, más complejo que nunca, la actividad se ha potenciado ante esta ‘novedosa bipolaridad’, proveniente de la resquebrajada unipolaridad estadounidense desde finales del siglo pasado – comenzando con la crisis neoliberal/financiera de los tigres asiáticos y Latinoamérica -, donde la multipolaridad ficticia creada se tornó inefectiva, y la búsqueda de acuerdos regionales se comenzaron a enmarcar claramente en vínculos estatales bilaterales de base, aquellos que realmente han logrado consistencia y (algunos) resultados positivos.

Ante este contexto minimalista, urge la necesidad de generar una fortaleza endógena, de la creencia en instituciones que funcionen, libres de los vicios de la corrupción y de la inoperancia. En el tablero actual, el individualismo estatal es la moneda corriente en un juego pragmático, en donde todos los países buscan aprovechar cada nicho, cada oportunidad de lograr una alianza oportuna.

Es que mientras las tensiones escalan y las interrelaciones pueden ser decisivas en un potencial novedoso posicionamiento global, un paso en falso puede ser peligroso. Más aún en un país como el nuestro, donde todavía no queda claro que nuestra ‘tercera posición’ en política exterior, nos haya brindado en algún momento reales beneficios. ¿Culpas propias o de terceros? ¿Ambas? La respuesta es discutible. Ahora bien, la única verdad es la realidad. Y hasta el momento, al menos en términos de nuestro histórico posicionamiento global, la dinámica tendencial lejos ha estado de ser favorable.     

China ¿la bondadosa? – Ámbito Financiero – Septiembre 2022

https://www.ambito.com/opiniones/china/la-bondadosa-n5529818

El Gobierno de China, el prestamista bilateral más grande de África, confirmó la condonación de la deuda de 17 países del continente por 23 préstamos sin intereses que vencían a finales de 2021. Como si fuera poco, redireccionó 10.000 millones de dólares de sus reservas del Fondo Monetario Internacional a las naciones del continente. Ello no es una novedad: desde el año 2000 hasta la actualidad, China otorgó más de 200 mil millones de dólares en préstamos a los gobiernos africanos y sus empresas estatales, la mayoría a través de líneas de crédito y financiación para el desarrollo.

Aunque los detalles del alivio anunciado no se conocen – tampoco el monto o los países beneficiarios -, el precedente nos dice que seguramente el gigante asiático examinará caso por caso y diseñará estrategias específicas con cada país. La reducción de la deuda, el aplazamiento de los pagos del préstamo, el refinanciamiento y la reestructuración de la deuda, son políticas comúnmente utilizadas por el gobierno chino hacia la región: solo para citar un ejemplo, en 2018 China acordó una reestructuración de la deuda con Etiopía, incluido el préstamo de 4 mil millones de dólares para el ferrocarril Addis-Djibouti, extendiendo los plazos de reembolso a 20 años.

La situación no parece requerir un análisis complejo: hace años la intención de China es que África considere a Beijing como su socio de desarrollo estratégico de largo plazo, la potencia a la cual acudir para obtener inversiones y generar dinámicas de acumulación de capital.  

Para China, África posee dos ejes principales de interés, los cuales se encuentran intrínsecamente concatenados. Por un lado, el continente desempeña un papel importante en la Ruta de la Seda, un proyecto mundial de infraestructuras para interconectar los países en desarrollo y desplazar el centro de la economía mundial hacia el este. Bajo este marco, se encuentran beneficiadas áreas tan diversas como la comercial, la sanidad, la infraestructura, y diversas industrias manufactureras y de servicios. En este aspecto, con mayor o menor ‘efecto derrame’, el objetivo chino se encuentra cubierto.

Sin embargo, la característica saliente es el vínculo para con la explotación de los recursos naturales. El comercio, los préstamos y las inversiones chinas en África, se encuentran firmemente articulados por el eje estratégico chino de garantizarse el abastecimiento de alimentos, materias primas y combustibles.

A ello debemos adicionarle metas secundarias, de baja rentabilidad económica de corto plazo, pero de relevante gesto político para estrechar lazos con la región y, sobre todo, desplazar otros actores estatales: desde la inmigración china con la consecuente implantación de población y los vínculos con la metrópoli;  el desarrollo socio-económico a través de créditos y préstamos preferenciales para la construcción de Hospitales o la provisión de insumos y entrenamiento a los agricultores de África; el ‘reconocimiento de marca país’ – por ejemplo con la cancelación de deuda para 15 países africanos por valor de 114 millones de dólares durante la pandemia en 2020 -; o mismo el apoyo militar – con todas las implicancias geopolíticas y el dinamismo de la industria de la defensa que ello conlleva -, en la lucha (“en apoyo a la paz y la seguridad de África”) contra el terrorismo. Por supuesto, siempre desde una ‘perspectiva africana’.

En este sentido, el presidente chino, Xi Jinping, insistió en que la inversión china no conlleva compromisos políticos, sino que busca el desarrollo del continente: «Prometemos que no habrá ninguna interferencia en los asuntos internos de los países africanos, ninguna imposición, ningún compromiso político, ninguna búsqueda de beneficios políticos egoístas».

Por supuesto, este es un tiro por elevación a todos los diversos modos de ‘imperialismo occidental’. Aunque más directo fue el Ministro de Relaciones Exteriores, Wang Yi, quien puntualizó que espera que África, junto a China puedan actuar juntas “especialmente frente a las diversas formas de prácticas hegemónicas y de intimidación para salvaguardar, de este modo, la equidad y la justicia internacionales”.

Es que China no tiene relaciones de subordinación semicolonial sobre otros países, además de carecer de los atributos de hegemonía cultural con los que los estadounidenses y europeos introdujeron en el pasado elementos ‘consensuales’ en su dominación sobre regiones como la africana. Por ende, el llamado Consenso de Beijing suele ser presentado como ‘más amigable’ que el Consenso de Washington. Y aquí hay una verdad irrefutable: los Bancos de desarrollo chino no imponen condicionalidades políticas como las instituciones financieras internacionales, como es el caso del FMI o el Banco Mundial.

Por supuesto, lejos podríamos estar de afirmar que China es un “actor benevolente”, ya que el ‘perdón de la deuda’ implica la asunción de otros compromisos: por ejemplo, la firma de contratos a cambio de la concesión de derechos de explotación de materias primas. Por otro lado, África importa ingentes cantidades de manufacturas y bienes de capital, generando un déficit comercial de difícil reversión. A ello hay que agregarle que las inversiones chinas están en su mayor parte orientadas a la producción y transporte de esos productos. Y si además le adicionamos que los préstamos se encuentran destinados, en buena medida, a financiar esas inversiones o empresas que compran productos chinos, el combo de beneficios para China es envidiable.

Eso lo sabe Estados Unidos y lo grita a los cuatro vientos cada vez que puede atacar a su rival geoestratégico oriental – aunque con una discursiva quirúrgica, para no herir más de lo que están las susceptibilidades chinas que puedan hacer tambalear el sistema financiero internacional -: “Los países africanos deben tener cuidado con estas inversiones para no perder su soberanía, el control de sus propias infraestructuras y de sus recursos».

Es que, desde el lado occidental de la resurgida cortina de hierro, insisten en que la relación reproduce el esquema decimonónico de intercambio de materias primas por industria y de inversiones en la infraestructura vinculada con la explotación de los recursos primarios. Y estas inversiones se caracterizan por la escasa transferencia tecnológica y la coacción para la contratación de empresas chinas para llevar adelante estos proyectos (además de proveer los insumos y materiales), la obligación de comprar productos chinos, o la participación de las empresas chinas como adjudicatarias en los proyectos, reforzando el desplazamiento industrial de la región, y acentuando el proceso de reprimarización. 

Por supuesto – y esto es algo que no es políticamente correcto mencionarlo -, la responsabilidad de esta situación no es, por cierto, completamente de China, sino también de los gobiernos africanos que no aprovechan los recursos para articularlos con un sólido programa de industrialización endógeno, negociar transferencia de tecnología, o exigir asociaciones de los capitales chinos con empresas locales. Después de todo, eso es lo que hicieron los países asiáticos que crecieron en décadas pasadas, y lo que hacen los chinos hoy. Sin embargo, hay que sincerarse: no es fácil discutir con el ‘papá que todo lo puede’ y, sobre todo, ‘el que da el dinero que se necesita’.

En el mientras tanto, China se limita a responder en base a la reivindicación de su defensa del multilateralismo frente al unilateralismo y proteccionismo que ‘emana occidente’, asegurando que las relaciones que mantiene con África son un modelo de cooperación Sur-Sur. Ese marco teórico centro – periferia que las democracias capitalistas del norte potenciaron, y ahora aborrecen bajo el actual escenario sistémico complejizado de ‘guerra fría’ bipolar.

En este aspecto, Beijing se ha comprometido a aumentar el comercio con África y ha llegado a acuerdos con 12 países del continente para eliminar los aranceles del 98% de los productos que exportan a China. Más aún: los chinos sacan a relucir las estadísticas, el dato cuantitativo irrefutable: los responsables de la gran mayoría de la deuda en la que están atrapados los países del sur son los gobiernos occidentales, las instituciones financieras, los bancos y los fondos buitre. Y no China.

Y así podríamos continuar infinitamente: dentro del entorno de las ciencias sociales, podemos buscar permanentes reposicionamientos, golpes bajos de uno y otro lado, con la flexibilidad y las verdades relativas que una ‘ciencia no exacta’ nos permite. Sobre todo, en este mundo donde la historia la escriben los que ganan; y como ya sabemos, principalmente bajo el discurso hegemónico de los medios de comunicación occidentales, los cuales todavía dominan nuestras latitudes.

Podríamos entonces finalizar sobre cómo conviene posicionarnos ante este contexto no menor; o siendo más concisos, qué política de Estado deberíamos tener para proyectarnos bajo una consistente y beneficiosa lógica global. Podríamos pensar que el pragmatismo, el análisis quirúrgico y, sobre todo, la acción inteligente, serían las mayores virtudes que deberíamos tener en nuestra ya complicada ‘tercera posición’. Parece fácil, pero no lo es. Sobre todo, mientras nuestras miserias domésticas nos siguen obstaculizando el poder comprender la relevancia estratégica de un mundo dinámico que sigue girando.