El impacto económico del conflicto en Gaza

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¿Cuál es ha sido el impacto económico del conflicto en Gaza? Siempre que se analiza el escenario geoeconómico, es de buena – y necesaria – práctica, dividirlo, seccionarlo, por capas. Las mismas son, principalmente, los propios territorios en disputa, los recursos en juego, y el margen de maniobra de los diversos actores involucrados. 

Comencemos con el epicentro del desastre. Está claro que la Franja de Gaza se encuentra destruida. Sin capacidad de producir – ni de decidir su destino, no es necesario aclararlo -, depende absolutamente de la ayuda humanitaria. El histórico ingente financiamiento de Irán y Qatar para con el gobierno de Hamas (después podemos discutir si el mismo es destinado mayoritariamente para los hospitales y las escuelas de Gaza, o para financiar a la Guerrilla Armada), por ahora deberá esperar. Rafah, el propio cruce de Erez en el norte de la Franja, o los ingresos de bienes por vía marítima – incluidos los del Puerto israelí de Asdod (y la propia aduana del Puerto de Lárnaca, en Chipre), se encuentran celosamente controlados por las Fuerzas Armadas Israelíes.  

Por su parte, la economía israelí también se ha resentido. Extranjeros – y palestinos (se calcula que unos 200.000 trabajan en Israel o en sus asentamientos) – que trabajaban se han ido, dejando esos ‘bajos salarios en empleos poco calificados’, a la deriva. Por otro lado, las Fuerzas Armadas han llamado a más de 360.000 personas, una pérdida de mano de obra que representa el 8% de la fuerza laboral del país. ¿Lo más grave? Muchos de ellos son los ‘mejores’ empleados del país, en una economía donde los trabajadores tecnológicos industriales son un 25% más productivos que la media de la OCDE. 

Por supuesto, tenemos un turismo cuasi nulo. Y si a ello le adicionamos la incertidumbre y el miedo, letal para el consumo privado de bienes y servicios, la situación se oscurece. Hasta el propio Primer Ministro Netanyahu le habló recientemente a la población, ante una potencial represalia iraní por el reciente ataque a su Consulado en Damasco: “No hay necesidad de comprar generadores, ni de almacenar comida ni de sacar dinero de los cajeros automáticos”.

En otro orden de cosas, aunque todavía no se vislumbra – e Israel está tratando de evitarlo -, la ‘huida’ de inversores (en particular, los del sector de tecnología, uno de los más volátiles), es lógico que algunos opten por trasladarse a otros países con mayor estabilidad, transformando los costos industriales coyunturales en estructurales. Es que, para el todavía vigente paradigma neoliberal corporativo trasnacional, la seguridad jurídica y la rentabilidad que se traslada a la fluidez del capital globalizado, sigue siendo vital para las inversiones de largo plazo.

En sentido similar, si la guerra se prolonga, las finanzas podrían deteriorarse ‘más temprano que tarde’. No solo por la pérdida en la calificación crediticia de Israel, con el consecuente mayor costo de financiamiento; sino, y por, sobre todo, porque los gastos derivados de esta guerra, que incluye una costosa invasión terrestre, implican varios puntos del PBI, ya sea en términos nominales como en costos de oportunidad por la pérdida de recursos e ideas que podrían destinarse a la cosa pública, la dinámica de la vida civil. Es importante destacar que Israel no necesita una guerra para dinamizar su economía: la misma, per se, está estrechamente vinculada a la industria militar. Mejor dicho, a la vida militar. 

Lo peor, y este es el mayor temor del ‘mainstream’ del pensamiento académico y político hebreo, sea probablemente el daño estructural a largo plazo. A pesar de que Israel es un país decididamente exportador de tecnología de punta (con énfasis en la producción masiva de armamento de guerra, la cual vende como “marca testeada en el terreno”), el costo geopolítico, aunque claramente quede en la retaguardia del impacto geoeconómico, no será gratuito: lo que muchos han visto como la vanguardia de la luz democrática en Medio Oriente, ya no lo es tan. Ya no estará en las preferencias de las elites decisoras del mundo. Si se puede evitar el contacto, se evitará. Seamos claros: a nadie – mejor dicho, a pocos de los que tienen verdadero poder – le importan los niños gazatíes. Pero, por las dudas, desde otras latitudes se intenta evitar los daños colaterales que pudieran tener efectos negativos sobre la política doméstica. 

Por otro lado, fronteras fuera de Israel, en el norte, la economía libanesa viene de años financieramente muy complejos. Al Default de su deuda pública externa en 2020 (la primera en su historia), le siguió la explosión en el puerto de Beirut, en medio de graves problemas de solvencia – operaciones dudosas del Banco Central incluidas -. El impacto económico y social de la crisis ha sido dramático: una caída del PBI de un 40% en los últimos tres años, una depreciación de la moneda superior al 90%, una inflación del 150% y un fuerte aumento del desempleo y de la pobreza. Hezbollah, con sus decenas de millones de dólares – y armamento -, provenientes de Irán, es una especie de salvataje de plomo: el desorden político interno que genera la agrupación armada no estatal más grande del mundo – se estima que ti la componen alrededor de 100.000 combatientes -, es un bumerang que poco ayuda a los influjos de inversiones y a la estabilidad económica en general.

Jordania es otro de los países doblemente afectados por el conflicto y la crisis económica. Con un bajo crecimiento y un préstamo del FMI difícil de repagar, uno de los mayores riesgos es que la violencia en Gaza se extienda con sus tentáculos hacia Cisjordania, generando un flujo de refugiados que, en este momento, sería prácticamente imposible de asumir (el gobierno jordano ha llegado a decir que un desplazamiento masivo de población palestina sería considerado una “declaración de guerra”). Ni que hablar del turismo. El propio Ministro de la Cartera habló de daños colaterales graves en términos de visitantes, sin ellos tener nada que ver con la coyuntura de su país vecino: “Es un tema ajeno que nos impacta enormemente”.

Hacia el sur, Egipto no solo tiene un elevado endeudamiento en dólares que le obliga a recurrir a préstamos de los bancos centrales de los países del Golfo, o una deuda pública muy por encima de la media de la región; su principal dilema, en épocas de ‘migraciones masivas forzadas por el conflicto’, es el escaso margen fiscal. La necesidad de un gobierno con recursos para sostener el gasto público que demanda el actual escenario, requiere una ayuda extra desde el exterior para con la sustentabilidad macroeconómica. ¿Qué tenemos hasta ahora? Un FMI esperando el repago de los 5.000 millones de dólares del préstamo otorgado para el periodo 2022-2023. El resto, solo un goteo de capital que no llega ni a satisfacer el desastre social gazatí.

¿Irán? Cualquier intercambio directo inter-estatal afectaría los precios del barril (el año pasado el incremento de la producción iraní ha supuesto la segunda mayor contribución a la oferta global de crudo y ha aliviado parte de las tensiones petroleras, ya que el mercado se encuentra en déficit por los recortes voluntarios de la producción en Arabia Saudita y Rusia); sin embargo, el Shale de Estados Unidos, sin poner la lupa sobre el aumento del costo logístico, podría compensarlo. Igualmente, eso sería hacer futurología de baja probabilidad.

A nivel mundial, Israel como un todo (o Palestina, según quien lo mire), no tiene recursos naturales estratégicos de relevancia. Tampoco es trascendental en términos logísticos para otros mercados – inclusive para la región -. ¿Podría tener alguna significancia el paso de Bab el-Mandeb, controlado por los Hutíes? La realidad es que solo ha afectado las cadenas de valor de los británicos, estadounidenses y todo aquel ‘amigo de los sionistas’. Para el resto de los buques, el traslado de mercaderías es ‘relativamente normal’. Por lo tanto, a pesar de las molestias del caso, el costo es marginal.

Por supuesto, quienes están de parabienes, como siempre, son los de la industria de la guerra trasnacional. El ejemplo más claro, a pesar de la discursiva anti-belicista, es la reciente defensa de la Casa Blanca – Congreso mediante – de transferencia de más de 2.000 bombas a Israel. Los casi 34.000 muertos – el 70% civiles, incluidos 13.000 menores, sin contar a los 7.000 que se cree todavía están bajo los escombros – poco importan. Sobre todo, al Primer Ministro de Israel.

Es que Netanyahu necesita que esta guerra continúe (cabe aclarar que tampoco le interesan sus casi 300 soldados muertos post OCT-7), y, por ello pretende escalar el conflicto a todas las latitudes posibles, prolongando las tensiones y manteniendo, de esta manera, a su agonizante gobierno a flote. «Netanyahu no quiere que los rehenes vuelvan a casa porque sabe que, en ese caso, tendría que hacer frente a los juicios que lo depositarían en la cárcel”, resalta la oposición, que pide a gritos elecciones antes de fin de año.

Los únicos que lo sostienen son los ultra-religiosos de su propia coalición de gobierno, aquellos que quieren expulsar de Gaza y Cisjordania a todos los Palestinos. ¿Qué ofrecen? ¿Obra pública que construya viviendas para los colonos en los nuevos asentamientos de los territorios ocupados para dinamizar el mercado interno? ¿Convencer a las empresas de alta tecnología que la reforma judicial en vilo no es perjudicial para el sector – a pesar de que los fondos captados por las Start-ups israelíes se redujeron a la mitad en los últimos dos años -? Todo muy difícil. Parece que, esta vez, ni un milagro del todopoderoso lo salva a BIBI, como cariñosamente le dicen al premier del Estado Hebreo. Y la verdad, es difícil racionalizar que su suerte se encuentre atada a una economía israelí que, por ahora, sufre, pero no termina de languidecer desangrada.