De ideologías y otras yerbas en la pragmática arena internacional – Cronista Comercial – Enero 2024

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Ahora que estamos con la agenda de Davos y las elites globales, el selecto círculo rojo transnacional, tratando de ver como contener sustentablemente y con visión de futuro a un mundo de mayorías disconformes, la política nos ha vuelto a mostrar un dinamismo catártico como hace tiempo no veíamos: política interior conjugada con política exterior, pragmatismo entremezclado con teoría, ideologistas que confunden presente con pasado.

La política alemana podría ser perfectamente un ejemplo de ello: la salida de Sahra Wagenknecht y otros nueve diputados del Partido mayoritario de Izquierda, Die Link, causó revuelo en el país germánico. Según las palabras de los parlamentarios salientes, ellos venían observando una ‘degradación ideológica bajo una errática línea posmoderna en la organización’. Traducido, perdió a los votantes tradicionales del siglo XX debido a que se centró en los entornos urbanos, jóvenes y activistas; ese progresismo ilustrado que se aleja de las bases y se asienta en las universidades. Una izquierda de reclamos puntuales superadores – léase ‘activistas de movimientos’ (representantes de diversas ONG de derechos humanos, luchadores contra el cambio climático, etc.)  – que obnubila las necesidades de base, aquellas que el trabajador medio desea volver a reconquistar desde el otrora anhelado Estado de Bienestar.   

Como buena política de raza, Wagenknecht creó inmediatamente un nuevo movimiento (BSW – Razón y Justicia), con el que apuesta por abanderar los intereses – sobre todo los salarios – de los trabajadores (incluido lo que ellos denominan ‘justicia social’), defender la soberanía alemana frente al llamado globalismo, oponerse a la agenda capitalista verde y a la OTAN, y aplicar un mayor control y planificación de la migración en el país. ¿Una Donald Trump con tintes marxistoides? Podemos discutirlo. Lo que es real es que en un mundo donde los políticos se van moviendo programáticamente en base a las necesidades de sus bases, la ideología, con cierta racionalidad y coherencia (¿o al menos eso debería ser, ¿no?), se va acomodando, amoldando a ‘la necesidad del cliente’.

Entonces, y tomando una alegoría de nuestros lares, podemos decir que las políticas centrales del nuevo partido de izquierda BSW sostendrían lo siguiente: ¿Migración descontrolada? ¡Afuera! ¿Sanciones económicas a Rusia y envío de armas alemanas a Kíev? ¡Afuera! ¿Exclusividad de una industria de energías verdes para combatir la crisis climática? ¡Afuera! Y para ser más precisos, en este último punto se observa claramente el proceso de la escisión partidaria: Sabedora Wagenknecht de la irritación de muchos alemanes por el costo de la calefacción y ante el plan de los verdes de descarbonizar el país, dijo que hay que “alejarse de un ecoactivismo ciego y desordenado que encarece aún más la vida de las personas, pero que en realidad no beneficia en absoluto al clima”.

Por ende, las urgencias, luego del hastío y el cansancio después de décadas sopesar el declive, sin prisa pero sin pausa, de las mayorías, toman la posta. Menos espera y más resultados. Priorizando lo propio; lo altruista, que los alemanes sienten que lo han sopesado con creces después de la Segunda Guerra Mundial, debe quedar para más adelante. Ahora bien, dado el contexto, las preguntas que nos trae a colación el caso de la izquierda alemana podrían ser: ¿Había que elegir presentarse como un partido de bienpensantes moralmente correctos o, por el contrario, como un partido de desheredados, abandonados y hartos? ¿No se podría haber hecho ambas cosas al mismo tiempo? Evidentemente, las exigencias parecen ser múltiples y los recursos escasos para dar, con efectividad (y votos), ambas batallas a la vez. 

Por otro lado, pareciera ser que se necesita algún hecho sobresaliente que pueda aunar, bajo las diferentes ópticas descriptas, un Partido político – en este caso de izquierda -, que pueda dar verdaderamente una disputa electoral. Para citar un caso, la crisis financiera de 2008 y las convulsiones políticas que provocó parecieron ofrecer la oportunidad de repolarizar la sociedad en función de las clases, y unir a la amplia mayoría contra una ‘élite capitalista’ que había causado la crisis y seguía beneficiándose de ella mientras el resto sufría.

El problema de Syriza (que llegó al poder, aunque de manera exigua), Podemos, o Francia Insumisa, es que la construcción política se encontró no solo con dificultades para traducir ese impulso en estructuras organizativas duraderas, sino con una situación socio-económica de tensión y confrontación permanente, que posteriormente fue sabiamente cooptada por la derecha. Hablando mal y pronto: en la actualidad, las cuestiones de clase, sociales, y morales, han quedado eclipsadas por la guerra cultural, la inflación (principalmente por la falta de energía barata proveniente de Rusia), los migrantes ‘quita empleos’, y el debate de cuánto dinero hay que destinar para la industria de la Defensa. Si en Alemania, con el histórico poderío económico que el país representa, 13 millones de personas se encuentran en riesgo de pobreza – personas que ganan menos del 60% de los ingresos medios -, imagínense en otras latitudes.

Y entonces, fue la derecha que tomó nota. Justamente, en su carácter neofascista y formada por intelectuales que expresan una profunda disputa cultural con un progresismo que tiende a repetir mantras que ya no representan los intereses y las necesidades de los sectores más humildes. Donde, además, poseen una heterogeneidad ideológica, solamente centrada en una retórica anti-Estado en tándem con la idea de libertad; que tampoco es programática o colectiva, sino que muchas veces expresa una experiencia personal. 

En este sentido, para Murray Rothbard, la idea fuerza de un “populismo de derecha” es un movimiento capaz de llegar a las masas directamente y fijarse como enemigo a las élites políticas. Dentro de ello, se observa un efecto ´fusionista´ que permite coaligar ideas, referencias y actores de diversas derechas, reposicionando las relaciones entre la tradición liberal-conservadora y la nacionalista-reaccionaria; todo ello bajo las formas estético-culturales propias del lenguaje de las redes sociales, con símbolos conservadores, nacionalistas y tradicionalistas. Aquí hay un punto fundamental: la comunicación política de redes que impacta emocionalmente a grandes sectores marginados de la población.

En definitiva: mérito, punitivismo, el orden, y el individualismo, avasallaron cualquier noción de progresismo comunitario – que justamente avalan lo contrario, culpando a las causales socio-económicas bajo un marco de desigualdad reinante -, pulverizando además cualquier estrategia que suponga un recordatorio serio de las veleidades del Estado de Bienestar. Que, por si alguien no lo recuerda, no fue creado por la generosidad de la elite corporativista, sino como un ‘seguro contra la revolución’ que evite que el descontento extendido no se desbordara.

Para concluir, podemos afirmar que las diferentes ideologías, las izquierdas y derechas potenciadas, se alimentan de la esperanza. Y la esperanza es un asunto político: porque si la gente tiene esperanza, tiene la voluntad y desea prepararse, estudiar, entender, para lograr un cambio que mejore su calidad de vida. Por el contrario, si es el pueblo se encuentra desesperado, envuelto en una ignorancia impuesta por el sistema y por la propia necesidad de supervivencia como objetivo único, difícilmente pueda tomar la mejor decisión. O al menos, lo que más lo beneficia. Por ende, el contexto sistémico, en cada latitud, se encuentra expuesto. Esta entonces en cada político, cualquiera sea su ideología, en poner al servicio del bienestar colectivo su capacidad; y no solamente vivir obsesionado buscando la mejor estrategia para con el ‘lucro electoral’. Son aquellos políticos que, realmente, piensan que un mundo mejor es posible.