Objetivos puntuales, decepciones generalizadas – Ámbito Financiero – Octubre 2022

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Así está el mundo. Alejado de los grandes acuerdos programáticos e ideológicos, con objetivos puntuales, ya que cambiar el sistema es imposible. ¿O en realidad, según la interpretación que se puede embeber de los medios de comunicación masivos, las modificaciones marginales que satisfacen intereses particulares pueden ser suficientes para alimentar el gran estímulo de consumo capitalista que nos asegure la felicidad? Lo único que podemos afirmar es que los oficialismos, el Estado, no lo puede proveer en cantidad y calidad para todos; más aún, se suele estar cada vez peor, donde para las mayorías todo es más costoso y complejo. Entonces no sorprende que se persiga lo opuesto y más agresivo, más intolerante. Aunque en realidad, no queda bien en claro que pueda brindar soluciones. Más aún, generalmente – para no decir casi siempre – esto no es así.

La absurda muerte de Mahsa Amini, el 16 de septiembre, tres días después de que la llamada ‘policía de la moral’ la arrestara por no llevar correctamente puesto el velo, desató una revuelta nunca vista desde la Revolución Islámica. Ellas solo piden derechos y libertades, en un país en el que sufren discriminaciones en todos los niveles, donde les es imposible compatibilizar la lucha cotidiana por expresarse y vivir según sus gustos y deseos, con un régimen enajenadamente represivo. Por suerte, prima el altruismo: ellas no promueven el ‘ojo por ojo’, dejando en claro que no reniegan la premisa que sostiene que la potestad de uno termina donde empieza la del otro, y que cada mujer puede escoger si vestir atuendos occidentales o más conservadores.

En realidad, el problema de fondo es la pérdida de control. Y ello no es algo de ahora; previo a la revolución había ciertas libertades sociales, pero no políticas. Todos los partidos estaban controlados por el rey: era una sociedad vigilada, la prensa no podía ser independiente, y cualquier tipo de activismo político podía llevar a los ciudadanos a prisión. Pero, además, el complemento de no poder dominar es, sencillamente, el miedo. Temor a que se desmorone el preciado statu-quo que algunos tan sigilosamente protegen. Solo para citar un ejemplo, los clérigos sostienen que, si conquistan ciertos derechos profesionales y sociales, las mujeres van a descuidar su rol de madres y esposas.

Algunos podrán decir que lo expuesto es lo contrario a lo que ha ocurrido en Cuba hace pocos días: la mayor parte de la población ha dicho ‘sí’ al referéndum que aprobó un nuevo ‘Código de las Familias’, el cual permitirá el matrimonio igualitario, la adopción por parejas del mismo sexo y la ‘gestación solidaria’ (vientre subrogado sin compensación económica), entre otros avances que garantizan derechos durante décadas vedados y que suponen un paso de vital relevancia social, en un país que en los años sesenta del siglo pasado marginó a los homosexuales y los internó en campos de trabajo forzado.

Sin embargo, la victoria para las minorías ha sido empañada por la coyuntura – es razonable que así sea -, y también debe exponerse: los derechos sociales, jurídicos, políticos y económicos deben ir de la mano, y no ser excluyentes a tal punto conque sea suficiente que se solapen unos con otros. Si escasean los alimentos y las medicinas, si es costoso alcanzar la supervivencia material básica, los esfuerzos podrán ser valorados, pero siempre serán insuficientes. Sobre todo, para una oposición que grita a los cuatro vientos “Patria y Vida” contra la administración del presidente y primer secretario del Partido Comunista, Díaz Cannel.  Es que, en el mediano o largo plazo, la realidad siempre termina decantando en el pedido oxigenante para vivir mejor: desconocer, limitar y hasta criminalizar el disenso, o el ocultar errores e insuficiencias propias, termina pulverizando el medianamente válido argumento de que ‘la culpa la tiene el bloqueo’, o que no todas las variables económicas endógenas o exógenas puedan ordenarse propositivamente.

En sentido similar, observar el ascenso al poder de la líder fascista Giorgia Meloni en Italia deja entrever los temores, pero especialmente la apatía o el desconocimiento – la abstención da un salto histórico al alcanzar el 36% -, sobre todo porque la historia ha demostrado que libertad política y los indicadores socio-económicos han sido desfavorables para la mayoría de los italianos de aquella época. Por ello no es extraño que haya algo más, ese empujoncito siempre necesario para terminar de conquistar el ‘voto anti’ de los decepcionados corazones: las políticas del anterior gobierno de centro-izquierda, no han hecho más que favorecer el ascenso de la derecha, sin constituir ninguna alternativa apreciable en materia de derechos, condiciones favorables para la clase trabajadora y desarrollo económico sustentable. Más aún, solo han normalizado conceptos como ‘represión’, ‘nacionalismo’ y ‘militarismo’.

A todo esto, hay que adicionarle que este contexto también muestra un mal sistémico de nuestra época: la confirmación de la gran desconexión entre los partidos ‘gobernantes’, las instituciones y la masa de ciudadanos; especialmente entre los jóvenes (donde la tasa de abstención se acerca al 50%) y el Sur olvidado. Pobres, confundidos e ignorantes; eso es lo que desean aquellos que solo quieren mantener sus privilegios. Los de adentro y los de afuera.

Porque, finalmente, todo termina siendo una pelea entre ‘la casta’. La propia Úrsula Von Der Leyen, presidenta de la Comisión de la Unión Europea, había dicho con expresión autoritaria y ambigua: «Veremos el resultado de la votación en Italia. Si las cosas van en una dirección difícil, tenemos instrumentos, como en Polonia y Hungría». Se refería, con tono amenazante, a las potenciales sanciones a países con gobiernos «iliberales» que no votan según los ‘valores de Europa’. ¿Se posiciona la ‘Europa democrática’ en contra de las derechas eclesiásticas nacionalistas? No. Solo quieren ‘paz social’ y poder acordar con ‘pares’ que manejen los mismos ‘códigos institucionales’ para hacer negocios. Nada le interesan los desclasados y los parias de la exigua seguridad social.                                                                                            

Bajo lo expuesto, podemos afirmar que estamos cada vez más lejos de la anarquía, pero más cercanos a una decepción cíclica que nos hace olvidar el pasado recurrentemente. Y ese es el peor error: podemos dejar pasar todo, banalizar situaciones, pero nunca olvidar la historia. Porqué para avanzar hacia un escenario superador (de eso se trata la vida, que las futuras generaciones vivan mejor que nosotros), tenemos que entender que hay ciertas cuestiones que no se pueden volver a repetir.

En definitiva, la temática del velo, en el fondo, es un símbolo. Reconciliarse con un pasado cercano de intolerancia y discriminación, es un avance insuficiente. Y las mayores restricciones a los derechos civiles de los grupos LGBT y los inmigrantes, es un retroceso peligroso. Toda una muestra de película de época. La triste conjunción es tener que darle algo de razón a los que insisten que la historia es cíclica, que la violencia junto con la apatía sectaria sean el plafón de pujas de intereses por el poder y la riqueza que, lamentablemente, continúan siendo el per se de la humanidad.