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Uruguay no solo continúa avanzando en las negociaciones para firmar con China un Tratado de Libre Comercio (TLC), sino que además confirmó que solicitará su ingreso al Acuerdo Transpacífico, el tratado de libre comercio entre 11 países de la Cuenca del Pacífico.
Su partenaire no ha dudado ni un instante: China es firme partidario del libre comercio desde que se abrazó con todo su ser al liberalismo clásico en los albores de este siglo (puertas para afuera, porqué hacia adentro aplica un férreo neo-keynesianismo) y se encuentra dispuesta a negociar y suscribir TLCs con todos los países que tengan interés. Tanto con Uruguay en particular, como con el Mercosur como bloque. En este aspecto, China ya viene reclamando desde tiempo atrás un TLC con el Mercosur; sin embargo, el mismo sigue sin responder de forma conjunta. ¿El dialogo con Uruguay no será una forma de adelantar los tiempos? En parte, probablemente.
Como contraparte, ya hubo tensiones entre Uruguay y el resto de los miembros de la Unión Aduanera. Brasil, Paraguay y Argentina advirtieron que la estrategia de Lacalle Pou no respeta la normativa que dio origen al Mercosur, en referencia a la Decisión 32 del 29 de julio de 2000 que tomó el Consejo del Mercado Común, bajo la cual se reafirmó «el compromiso de los Estados Partes del Mercosur de negociar en forma conjunta acuerdos de naturaleza comercial con terceros países o agrupaciones de países extrazona en los cuales se otorguen preferencias arancelarias».
¿Cuál es el argumento de Uruguay para con el avanzar en una negociación bilateral? Más allá de las cuestiones de tinte global – donde Uruguay cree que se necesita un Mercosur más flexible, ya que el asumir compromisos bilaterales es más factible y efectivo que los multilaterales -, la pregunta central es endógena: ¿Alguna vez funcionó realmente el multilateralismo a través de la Unión Aduanera que representa el MERCOSUR? Mmmm. No solo los números no avalan el éxito colectivo rotundo. Sino que, además, cada uno hizo individualmente lo que quiso (y pudo). Literalmente.
¿Razones? El Mercosur tiene varios problemas: ha quedado rígido y poco vinculado al resto de las regiones, tampoco se ha adaptado a la nueva economía del capital intelectual e intangible, y además todavía tiene su basamento en la geografía física cuando en el mundo tiende a prevalecer la geografía digital. Mismo el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), sostiene que el Mercosur presenta una unión aduanera imperfecta e ineficiente con aranceles elevados; un mecanismo decisorio lento y con pocos acuerdos comerciales; una armonización regulatoria limitada y políticas sectoriales divergentes; como así también normas con diferentes grados de vigencia o aplicación.
Por otra parte, aunque el deseo está, los uruguayos no son ingenuos y trabajarán quirúrgicamente: aunque China ya es el principal socio comercial y destinatario del 30% de las exportaciones uruguayas, perder los lazos con el Mercosur sería un golpe para el escenario geoeconómico del vecino país oriental. Además, el malestar tiene más de racionalidad que de pasiones: Lacalle Pou le ofrece a China una vía de acceso al Mercosur que forzaría a los demás países a aislar a Uruguay para evitar que ingresen, por esa vía, productos con regímenes laxos a Argentina, Brasil y Paraguay. La lectura es lineal: con tres millones de habitantes, Uruguay es un mercado irrelevante para China salvo que eso le facilite el acceso, sin trabas, a los dos mercados más grandes de la región: Brasil y Argentina.
En este marco, también se debe analizar qué tipo de política económica exterior quiere cada país. ¿Seguimos con la dependencia del campo? La conveniencia en clara, si NO queremos darle impulso a varias ramas de nuestra industria. No debemos ser ingenuos: cuando hablamos de los impactos en las corrientes de importación en el marco de un TLC con China, su estructura productiva actual – y mucho más la futura – lejos se encuentra de implicar un cambio en la relación centro – periferia de venta de manufacturas y bienes de capital (ahora con mayor nivel de sofisticación) por las materias primas de nuestro bendecido suelo.
Sin embargo, para suavizar tensiones y que ‘nadie se sienta excluido’ – más allá de las conveniencias propias nacionales – una de las estrategias del gobierno uruguayo, ha sido advertir que el Mercosur podría sumarse a este TLC; es decir, que no sea solo Uruguay quien lo firme sino también los otros tres miembros plenos. Que también es un deseo Chino: en este sentido, el director general para América Latina y el Caribe de la Cancillería china, Cai Wei, afirmó que «China está abierta a la cooperación tanto con el Mercosur en conjunto, como con cada país miembro en particular. China es firme partidario del libre comercio y está dispuesto a negociar y suscribir TLCs con todos los países interesados”. Con su nivel de productividad y competitividad, su producción a escala, y el nivel de sofisticación tecnológica sostenible de largo plazo, es suficiente explicación para destilar optimismo para con el intercambio victorioso que les permita conseguir lo único que no se puede obtener por motus propio: materias primas y recursos naturales estratégicos.
Pero no es todo tan senillo: hay demasiados actores e intereses en juego. Solo para citar un ejemplo, Paraguay sostuvo que está dispuesto a discutirlo, pero advirtió que “no se aceptarían condicionamientos” por parte del gigante asiático, en momentos en que los guaraníes negocia también un acuerdo con Taiwán.
Ni que hablar si nos referimos a la disputa de las grandes potencias: en este sentido, como la economía centraliza y comanda mientras la política tiene sus aristas en dinámicas que se balancean brindando un mayor margen de maniobra, parece que la preocupación en Estados Unidos por la inmiscuisión China queda en un segundo plano. Es que en realidad ya lo han probado: por parte de los Estados Unidos no hay más que alguna queja o resquemor alejado a sabiendas que China se ha quedado con la pesca en el Rio de la Plata y los puertos uruguayos. Es que poco pueden hacer en una región que ya se les fue de las manos; más aún en este contexto de guerra fría bipolar donde los principales frentes se encuentran en Europa Oriental y Asia.
¿Qué debe hacer el Mercosur? Pregunta demasiado compleja si no se comprende el contexto de una región que se anticipó a la polarización global y los ciclos ‘anti-gobierno de turno’ que se radicalizan, con avances y retrocesos, pero con un norte que parece irrefrenable hacia cambios irreverentes basados en el enojo y la frustración ciudadana.
Y ello claramente tuvo su impacto: la integración ha estado sujeta a los cambios de color en los distintos gobiernos. Por ejemplo, hubo un período en el que el Mercosur actuó más como contrapeso ideológico a la Alianza del Pacífico, el bloque comercial más liberal compuesto por Chile, México, Perú y Colombia. Luego, a la hora de expandir sus miembros, hubo decisiones conflictivas: tras el boom de las materias primas Venezuela formó parte del bloque, pero luego fue suspendido cuando la región viró hacia la derecha; por su parte, Bolivia ha entrado en el camino hacia la adhesión, pero con el ‘golpe de Estado mediante’, todavía se encuentra en proceso para alcanzar los plenos derechos.
Por otro lado, hay un histórico escenario que es insoslayable: la explicación del fracaso, las idas y venidas, también se encuentran en la ausencia de voluntad política. Más allá de otros factores como la falta de complementariedad estructural – con visibles asimetrías existentes y diferentes velocidades – entre los países miembros, la dependencia externa, la incertidumbre financiera, y las estrategias cambiantes de las grandes corporaciones transnacionales — que ejercen un peso determinante sobre las fluctuaciones que caracterizan los intentos de integración latinoamericanos -, los ‘shocks idiosincrásicos’ que afectan a los países en términos individuales obstaculizan los beneficios de aplicar políticas integradas para salir de la crisis.
Ante este escenario, ¿Podemos pensar en políticas de Estado conjuntas, un ‘win-win’ sin obstáculos ni retrocesos? Aun cuando los países estuvieran plenamente de acuerdo con los provechos de un trabajo mancomunado, la coordinación exige no solo tiempo y esfuerzo, sino una dinámica macroeconómica en cada país que estimule a avanzar en esta dirección. Pero estamos acostumbrados – principalmente nuestro país – a vivir bajo una permanente y notoria volatilidad, como así también la falta de convergencia de las variables macroeconómicas principales. El tipo de cambio es un claro ejemplo: si bien el comercio regional está liderado más por la actividad económica de los socios que por las políticas cambiarias, las variaciones violentas tipo de cambio ha sido una clara barrera para adoptar políticas que sostengan el crecimiento por encima de las consideraciones de competitividad. Sino miremos la unilateral convertibilidad Argentina en la década de 1990’, con las consecuentes las políticas desasociadas que llevaron a cabo los restantes miembros del bloque.
Para concluir, es importante destacar que una lógica de conjunto depende de decisiones colectivas en pos de un crecimiento y desarrollo económico armónico en todas y cada una de las geografías. Difícil en un mundo de complejidades crecientes y mezquinos intereses: la geopolítica y la geoeconomía actual potencian ganancias a través de las cadenas globales de acumulación de capital de los grupos concentrados de poder económico y político; en este aspecto, los países del Mercosur, como meros jugadores que tratan de contener – económica y espiritualmente – a aquellas mayorías que son parte de la socialización de perdidas y no comprenden cabalmente que la mantención de jurisdicciones nacionales es un mero hecho político/institucional que les permite, a unos pocos, mantener el statu-quo y su posición privilegiada, difícilmente se pueda avanzar en un proceso que desarrolle claros beneficios socio-productivos en términos macro y microeconómicos, sin excluidos. No hay otra manera de conquistar la verdadera y afamada denominación de ‘patria grande’ en el sur de nuestro continente.