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El poder popular versus el destino manifiesto – Ámbito Financiero – Diciembre 2022

https://www.ambito.com/opiniones/reino-unido/s-vs-escocia-el-poder-popular-versus-el-destino-manifiesto-n5606217

La Corte Suprema del Reino Unido dictaminó que Escocia no tiene el poder de celebrar un nuevo referéndum sobre la independencia sin el consentimiento del gobierno británico. La contestación por redes sociales de la Primera Ministra escocesa, Nicola Sturgeon, del gobernante Partido Nacional Escocés (SNP por sus siglas en inglés), no tardó en llegar: “Una ley que no permite a Escocia elegir su propio futuro sin el consentimiento de Westminster, expone como un mito cualquier noción del Reino Unido como una asociación voluntaria”.

En cuanto a la razón principal, Londres sostiene que la cuestión se resolvió en el referéndum de 2014, en el cual los votantes escoceses rechazaron la independencia con un 55% de los sufragios contrarios a la escisión. Sin embargo, desde Edimburgo argumentan que la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea, a la que se opuso la mayoría de los votantes escoceses, ha cambiado radicalmente el panorama político y económico.

La historia indica que Escocia e Inglaterra han estado unidas políticamente desde el año 1707. Mientras Escocia tiene su propio parlamento y gobierno desde 1999 – lo que le permite elaborar sus propias políticas sobre salud pública o educación -, el gobierno del Reino Unido en Londres controla los asuntos claves, como son la defensa o la política fiscal. O sea, determina las dos principales aristas que cualquier jurisdicción desea detentar: el poder económico y de coerción.

Está claro que la idea de un Reino Unido grande, con perspectiva de volver a poner a la Gran Bretaña en su lugar, se contrapone con los intereses particulares, propios de la necesidad de un pueblo de encontrar un propio destino. Culturas con matices diferentes, percepciones ideológicas con contrapuntos, pero principalmente, con claros diferendos en el manejo y las prioridades en la distribución de los recursos económicos.

En este sentido, el Brexit fue un momento bisagra de diferenciación: mientras que en los medios de comunicación británicos los temas predominantes de la campaña a favor de la salida de la Unión Europea fueron la inmigración y el sistema sanitario, para los escoceses tuvieron más importancia las cuotas de pesca o el transporte público. Por otro lado, las generaciones más jóvenes, que han crecido con las libertades intracomunitarias, han aprendido a apreciarlas y no quieren perderlas. Menos ideología y más pragmatismo, se podría decir. Y sino pensemos en el masivo apoyo británico a los ucranianos; un amor que se va ‘apagando’ lentamente ante la imposibilidad de calefacccionarse a medida que llega el invierno europeo.  

Al día de hoy, para el SNP el Gobierno británico ha implementado políticas de austeridad que han llevado a cientos de miles de escoceses a la pobreza. “Si solo representamos el 8% de la economía del Reino, entonces que nos permitan disponer del control total de nuestros campos petroleros en el Mar del Norte (alrededor del 90% del crudo británico se extrae de pozos situados en las zonas reclamadas como propias por los secesionistas de Escocia), el mundialmente famoso whisky de malta, la industria textil, los motores a reacción, y los diversos servicios bancarios que manejamos”, se quejan desde Glasgow. Es que Escocia tiene industrias exclusivas de gran importancia, pero para el parlamento británico su relevancia es menor a la que tendría en una Escocia independiente.

En este aspecto, en Glasgow no están tan equivocados: en el Parlamento de Westminster, los representantes escoceses ocupan solo el 9% de los puestos de la Casa de los Comunes. A pesar de que ello es consecuente a su estatus demográfico dentro del Reino, afirman que esta situación hace que paguen más impuestos por persona que el resto del país, que su oposición a la privatización de servicios públicos sea inútil, que no les permitan  crear un fondo petrolero como el de Noruega – con el que se apoyaría indirectamente el gasto social -, o mismo que tengan que resignarse a la existencia en su territorio de armas nucleares, como son los submarinos armados con los misiles Trident que se encuentran en la base naval de Clyde, en la localidad de Argyl and Bute.

Ante el contexto descripto, no podemos negar que nos encontramos con el fino ‘toma y daca’ de las causas y consecuencias de pertenecer. Por ejemplo, los principales bancos que operan en Escocia ya han manifestado su intención de trasladarse a Londres si se realiza el referéndum y gana la independencia; una decisión que entra dentro de la lógica teniendo en cuenta que el Estado británico controla el 80% de la mayor entidad, el Royal Bank of Scotland. Ahora bien, ‘Todo Pasa’, como diría Don Julio, y seguramente el sistema financiero se va a terminar reconfigurando. Con sus riesgos y consecuencias. Como lo piensan muchos catalanes o norirlandeses: hay que ‘jugársela’, tomar partido, desprenderse de una lógica, un statu-quo dado y normalizado.

A pesar de ello, es más que entendible que los escoceses se juegan una patriada compleja; vivimos bajo sociedades cambiantes, donde la dinámica es más individualista, menos generosa hacia lo colectivo. Pero a veces hay que tomar decisiones difíciles, costosas desde lo emocional, pero sobre todo desde el bolsillo. Entonces los escoceses tendrán que buscar nuevos mercados, otras alianzas estratégicas. Para avanzar con firmeza y sin miedo solo es necesario tener en claro que de lo único que no se vuelve es de la muerte física – y a veces de la corporativa -. Pero los Estados – siempre que no haya algún conflicto bélico que haga tambalear el statu-quo (sino pregúnteles a los ucranianos) -, sobreviven.

En definitiva, y como pasa en todas las latitudes, ante tanta desilusión popular sobre los diferentes gobiernos – de todo tipo y color político -, incapaces de brindar soluciones superadoras a las mayorías, la búsqueda de un cambio, irreverente, no siempre racionalizado, es pedido a gritos. Bajo este marco, las grandes epopeyas, ideológicas, programáticas, y de poder real, yacen en las penumbras del olvido.

En el medio, ni laboristas y conservadores quieren auto sentenciarse como el partido que dejó ir a Escocia; ello los condenaría políticamente a un escenario difícil de remontar. Más complejo aún, de vencer el ‘sí’ se abrirían dos años de negociaciones entre Londres y Edimburgo para repartirselos bienes y las deudas. «El diablo está en los detalles», dice un viejo refrán anglosajón. Lo hubieran pensado antes. Mejor dicho, hubieran realizado políticas públicas propositivas y equitativas para todo el pueblo del reino. Ahora parece ser tarde. O, mejor dicho, no parece haber voluntad de cambio de quienes detentan el poder (aquel poder, que nunca debemos olvidar, otorgado por el mismo pueblo). Pero mientras el eje se centra en volver a generar esa imponente y arrolladora ‘Gran Bretaña Global’, hacia adentro, un pueblo se resquebraja.

Estrategia nacional ante una guerra fría duradera

Pablo Kornblum para Ámbito FInanciero 2/2/2022

https://www.ambito.com/opiniones/rusia/de-que-lado-se-tiene-que-poner-argentina-el-conflicto-y-ucrania-n5363754

De un lado, Estados Unidos, Reino Unido, la OTAN. Del otro Rusia, China y aliados. Así está el mundo hoy; con una foto que no es nueva, más bien es una película que se fue pergeñando a principios de este siglo XXI, y que sepultó el ‘fin de la historia’ con hegemonía imperial estadounidense con el consecuente reflejo de la consolidación de un mix entre el realismo clásico y la interdependencia compleja de las relaciones internacionales. Y en relaciones internacionales, como ciencia social que es, todas las razones de avance y conquista, por poder y riqueza como ha sido siempre, son válidas.

Que Kiev es considerado el lugar donde nació hace más de más de un milenio la República rusa, la llamada ‘Rus de Kiev’, aquella enorme federación de tribus eslavas que dominó el noreste de Europa durante la Edad Media y tenía su epicentro en la capital ucraniana. Que además los eslavos orientales tuvieron una cultura común en la que prevaleció el cristianismo ortodoxo y el idioma ruso. Que sus bases se fortalecieron con el nacimiento de la Unión Soviética en 1922. Que alrededor del 17% de la población ucraniana se identifica con la etnia rusa, y para un tercio ese es su idioma nativo.

Para la contraparte Occidental, Ucrania es el aliado democrático en la lucha contra la ‘autocracia’, el mercado abierto que quiere florecer bajo el manto de los valores del respeto a los derechos humanos. Kiev desea fervientemente, y tiene la autonomía estatal para hacerlo defendiendo su territorio soberano, de unirse tanto a la OTAN como a la Unión Europea (UE). Además, y por sobre todo, es un vital proveedor de recursos naturales. Y aquí Rusia también juega un papel vital: en 2021 proporcionó alrededor de 128 mil millones de metros cúbicos de gas a Europa, de los cuales alrededor de un tercio fluyó a través del territorio ucraniano.

Lo que tenemos entonces es una Rusia, que no piensa retroceder ‘ni un ápice’ en su postura, con aliados tácitos de relevancia bélica fundamental, como lo es principalmente China. Del otro lado la OTAN, fragmentada posicionalmente en sus diferentes matices, pero que entiende que el cinturón de contención que implica Ucrania y los países de la región representa un posicionamiento político, ideológico, y hasta podríamos decir moral.

Por supuesto, lo más relevante es el negocio de la guerra, donde ambos bandos se ven beneficiados. Las industrias de la Defensa a nivel global se encuentran de parabienes. ¿Causal o consecuencia de un conflicto que seguramente se extenderá en el tiempo? ¿Tendremos un nuevo paralelo 38 a la coreana? Poco importa la respuesta. Negocios son negocios.

Estamos entonces ante un conflicto a prolongarse y dos bandos claramente diferenciados. ¿Dónde se ubica nuestro país? O deberíamos mejor preguntarnos inicialmente si sirve decidir posicionarnos a favor de uno u otro lado de la renacida ‘cortina de hierro’.  No ha sido una característica a lo largo de la historia de nuestro país, donde generalmente – para no decir casi siempre – nos hemos ubicado en la ‘tercera posición’, parafraseando al general. Más aún, hemos dado tantas vueltas como veleta sin manija – desde las ‘dudas estratégicas’ ante la segunda guerra mundial, hasta la vergonzosa venta de armas a Ecuador de los 1990’después de la ayuda peruana en Malvinas -, las cuales, pecando de sinceridad, nunca nos han dado resultados positivos.

El no tener coherencia ha sido una característica nacional en la mayor parte de los aspectos de la vida del país. ¿Por qué hubiera sido diferente en política exterior? Más allá de ello, el problema central de esta temática es la relevancia denotada en esta coyuntura geopolítica sobre los destinos de la humanidad. Aquí no hay grises. Si en algún momento, en el mediano o largo plazo, se dispara la chispa y suenan los tambores de la guerra, tenemos que estar preparados. No hay segundas oportunidades.

El problema es que ante nuestra situación actual, no podemos desentendernos, o intentar ‘jugar a la neutralidad’. Teoría de la dependencia por donde se la mire. De un lado, la deuda colosal e impagable con los Estados Unidos (perdón, con el FMI), quien todavía rige los destinos de ‘nuestras democracias capitalistas occidentales’, en adición a una historia de lazos culturales con el viejo continente, la cual contrabalancea la renovada relevancia del enemigo británico. Del otro lado, la amistad – y sobre todo las inversiones en infraestructura estratégica – con los rusos (no nos olvidemos de la vacuna Sputnik), en complemento con los aliados Chinos (exportaciones salvajes + swap salvador).     

En definitiva, hay que volver a las fuentes. Es claro que no podemos desentendernos del sistema globalizado y vivir autárquicamente como parias de un mundo cada día más dinámico e interrelacionado. Lo que si podemos hacer es lograr el tan mentado orden institucional interno, estabilizar la macroeconomía, generar políticas redistributivas para terminar con la pobreza, y buscar estar a la vanguardia tecnológica cuidando lo más que se pueda el medio ambiente, nuestro hogar. Y por supuesto, desarrollar un aparato militar sostenible de relevancia, que nos permita estar siempre a la altura de las circunstancias.

Y ello requiere políticas de Estado, que van más allá del color político que pueda tener el partido gobernante y, como ha ocurrido a lo largo de los años, nos ha puesto ante el mundo de uno y otro lado del mostrador intercaladamente según el período de la historia que uno quiera tomar. Porque en términos nacionales, la única manera de enfrentar el tifón de un conflicto internacional del cual podemos no ser parte ni seguramente tener la capacidad de injerencia en él, es encontrarnos cohesionados y sólidos para poder ampliar el margen de maniobra.

Sin embargo, lo expuesto solamente no alcanza. Debemos complementarlo con el trabajo conjunto de políticos estadistas y técnicos especialistas que comprendan el escenario geopolítico y geoeconómico: solo bajo su sapiencia se podrá tomar posición de la mejor forma posible. Porque sino, dados los recursos naturales que poseemos (agua dulce) y nuestra posición geoestratégica (Antártida), esperar bajo una situación de anomía y confusión recurrente es como tener que decidir en este conflicto de dimensiones globales tirando una moneda al aire. Donde solo queda esperar caer del lado que nos beneficie; o, mejor dicho, del lado que no potencie más nuestras debilidades contracíclicas. Aquellas que, continuamente, esquilman la vasta riqueza que la historia y nuestra geografía nos han regalado.     

Francia, Reino Unido: terminado el amor, las miserias perduran en las disputas económicas

Publicado en Ámbito Financiero – 2-1-2022

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“Reino Unido corre el riesgo de que su acceso al mercado único se vea restringido si no respeta el acuerdo del Brexit en lo referido a la concesión de licencias de pesca para faenar en sus aguas jurisdiccionales” dijo hace unos días el secretario de Estado francés de Asuntos Europeos, Clément Beaune, luego de confirmar que Francia había obtenido 1.034 licencias, pero que le faltaban otras 74. A posteriori, el gobierno francés sostuvo que si Londres no le concedía las licencias pendientes, pediría a la Unión Europea iniciar un proceso judicial contra el Reino Unido que podría llevar a represalias, como  por ejemplo incrementos en los impuestos aduaneros a los bienes provenientes del otro lado del Canal de la Mancha.

Es que después del difícil divorcio entre británicos y europeos, las partes habían llegado a un acuerdo que incluía un capítulo sobre los permisos a embarcaciones pesqueras para operar en aguas del Reino Unido. En virtud del mismo, los pescadores europeos pueden seguir faenando en aguas británicas si demuestran que ya lo hacían con anterioridad. Sin embargo, Londres y París difieren sobre el tipo y alcance de los justificantes, lo que ha desatado una guerra diplomática que lejos se encuentra de ver luz al final del túnel.

En este sentido, y tal cual ocurre en muchas parejas de personas, terminado el amor comienzan las discusiones por el ‘vil metal’. En este caso, los recursos: quien se los queda, como puede generarse cierto ‘halo de justicia’ en su producción y/o explotación, desde que posición se evalúa la distribución de la riqueza generada y a generar, etc. Y aquí también se encuentra el dilema de ‘los hijos’: aquellas empresas y sus trabajadores que se encuentran expectantes a lo que los gobiernos puedan llegar a negociar.

Bajo el escenario expuesto, la disputa ya se encuentra a flor de piel. Para los franceses, “lo importante es que si el Reino Unido no cumple, las sanciones sean europeas”. ‘Unidos ante el desertor’ es la táctica de Paris, evitando cualquier juzgamiento de tinte bilateral. Es razonable: “lo que hoy me pasa a mí, mañana te puede pasar a vos”, piensan en voz alta los funcionarios galos ante sus colegas en Bruselas. Como contraparte, el daño político-económico agregado sería demasiado para los británicos si se piensa en un dinámica que implique una apertura hacia una disputa de tinte regional.

Otra de las razones que apelan desde París se dirime en los puestos de trabajo que perderían sus pescadores. Los británicos no se hacen mucho problema: no solo porque los dilemas de la moral no cuentan a la hora de las negociaciones macro estatales, sino que además ellos seguramente sabrán llenar esos cupos sabiamente. ¿Con Británicos? ¿Asiáticos tal vez? Probablemente estos últimos saquen una buena tajada.

Finalmente, en Francia denuncian la actitud «provocadora» y «humillante» de los británicos, a quienes acusan de utilizar la presión de las licencias de pesca para obtener una mejor posición negociadora en otras cuestiones ligadas al Brexit. ¿Será así? Muy probablemente. Hay mucho en juego y en el tablero de ajedrez se debe ser quirúrgico en cada movimiento: se puede ganar o perder mucho si se cometen errores groseros ante tantas variables y áreas en disputa.

Ante este ataque, los británicos ya han respondido con vehemencia al anuncio de bloqueo. “Estamos decepcionados por las amenazas de protestas. Corresponderá a los franceses velar para que no se cometan actos ilegales y para que el comercio no se vea afectado” dijo un portavoz del gobierno desde Down Street.

A su vez, desde Londres trajeron a colación lo que los británicos consideran ‘innecesarias’ restricciones de viajes desde el Reino Unido hacia Francia, ante la propagación de la variante Ómicron. Es que a partir de ahora, los ciudadanos no franceses tendrán que presentar un motivo ‘de peso’ – temas laborales u turísticos no se encuentran contemplados – para ingresar al país, ya sea estén vacunados o no. Más aún, el Gobierno galo también instó a los franceses que habían planificado un viaje al Reino Unido a aplazarlo.

A todo ello hay que adicionarle la acusación de Boris Johnson tras el ahogamiento de 27 personas el pasado 24 de noviembre, cuando las mismas intentaban cruzar hacia territorio británico por el Canal de la Mancha. “Esta terrible situación demuestra cómo los esfuerzos de las autoridades francesas para vigilar sus playas no han sido suficientes; los franceses deberían aceptar un patrullaje conjunto”.

Desde el Palacio del Eliseo, Emmanuel Macron no tardó en responder sobre la intención de Londres: “¿Cómo se sentiría el Reino Unido, en caso de que la situación se invirtiera, y tuviera soldados franceses patrullando su costa?”, expuso de manera tajante. A lo que además le adicionó un pedido de “no politizar con el flujo de migrantes para alcanzar beneficios internos”. En París están convencidos de que la retórica de Johnson solo es para satisfacer su audiencia interna, sin importarle si eso endurece las relaciones con sus ex socios de la unión. Y tienen como claro ejemplo el pacto militar de AUKUS entre Estados Unidos, Australia y Gran Bretaña – el cual dejó afuera a Francia- que para contener el avance de China en el Indo-pacífico, privilegia el rol de sus ahora ‘nuevos socios estratégicos’.

Por supuesto, ninguno de los mandatarios dejo su traje y se transformó, al menos por un momento, en hombres con ese tino de sensibilidad que todo líder debe poseer. Si solo hubieran escuchado a uno de los sobrevivientes del naufragio de nombre Aza, un joven kurdo iraquí quien contó que reconoció que intentar cruzar el Canal “era muy peligroso; hay grandes olas, pero tengo que arriesgarme. Mis padres y mis hermanos necesitan que consiga un trabajo y les envíe dinero para sobrevivir”, podrían haber desarrollado cierta lógica de empatía para reencausar bilateralmente, de manera positiva, la búsqueda de una solución sustentable y abarcativa.

En definitiva, y mirando con desdejo una potencial – puede que improbable en el corto plazo, pero no imposible ante la inestabilidad ideológica y personalista de algunos líderes regionales – implosión del Mercosur, podemos decir que la experiencia del caso expuesto habla por sí sola: el Realismo de las relaciones internacionales no va a dar tregua y, en el caso de que ocurriese, la puja por los intereses económicos interestatales sería ardua y enormemente costosa.

Y más allá en donde podría encontrar ubicado a nuestro país en dicha coyuntura, hay algo que debemos tener en claro: no tenemos el vigor institucional del Reino Unido, ni los recursos económicos de Francia. Si a ello le adicionamos la dependencia financiera con las potencias de primer orden (Estados Unidos/China), y las propias endógenas del Acuerdo Regional (con Brasil como uno de los principales socios comerciales), un escenario disruptivo podría generar vertientes dantescas cuyas derivaciones serían altamente contraproducentes.

Como me dijo alguna vez un profesor en la Facultad: “El mundo es complejo. Para combatir la incertidumbre de lo exógeno, lo único que podemos hacer es solidificar lo propio”. Y la realidad nos muestra que, al día de hoy, muy lejos nos encontramos de vivenciar un estadío tranquilizador. Es que, tal cual pequeño bote deambulando en la desidia cortoplacista de las erróneas políticas públicas, bajo ráfagas de vientos de inestabilidad económica, nos encaminamos sin un norte claro hacia un mar repleto de actores internacionales que actúan como tiburones expectantes, a la caza de sus débiles presas.

No hay recetas mágicas: la solución, al menos primaria, es hacernos fuertes y encausar el camino.