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LA INTELIGENCIA ARTIFICIAL en el sistema mundo

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Klaus Schwab, autor del Best Seller La cuarta revolución industrial, afirmó no hace mucho que la era en la que vivimos se caracteriza por una fusión de tecnologías que difumina las fronteras entre lo físico, lo digital y lo biológico. Ninguna revolución tecnológica anterior se basó en tantos avances distintos a la vez y, seguramente, tampoco a una velocidad comparable. En este sentido, la celeridad de la innovación ocasionada por esta transformación múltiple ha desatado un acalorado debate sobre el futuro de la humanidad, el cual nos exige analizar los límites de nuestra propia capacidad para comprender y utilizar transformaciones tecnológicas antes impensables.

Hasta el momento, los avances en Inteligencia Artificial (IA de aquí en más) se han limitado a tareas muy específicas. Lo que con más eficiencia puede hacer la IA es procesar grandes cantidades de información sobre algo muy concreto, como el desarrollo de un juego, un diagnóstico sanitario o el reconocimiento de voz. En términos productivos, se calcula que hasta una quinta parte de las tareas desempeñadas por seres humanos en el trabajo consisten en operaciones informáticas repetitivas que pueden automatizarse.

Sin embargo, la IA no puede pensar lateralmente para aplicar sus conocimientos a un entorno distinto. Tampoco puede formar una opinión sobre lo que hace. Ni, desde luego, esto le produce sentimiento alguno. ¿Ahora bien, es esto importante en términos sistémicos? ¿A la hora de acumular capital? ¿Favorece al trabajador? ¿A algún tipo de trabajador? Seguramente a los cientistas sociales, los que quieren explicar el funcionamiento de la sociedad y como mejorar la calidad de vida – inclusive bajo la utilización de la IA -, poco les afecte. Simplemente porque la complejidad con la que ellos trabajan, aunque nunca podrá ser reemplazada, continuará siendo denostada. Con o sin inteligencia artificial, el ser vital para que la humanidad pueda comprenderse y superarse, no solo es inútil sino también peligroso.

Por otro lado, los recientes procesos de automatización a través de la IA, ya comenzaron lentamente a socavar las capas medias del mercado laboral, abaratando los costos como objetivo primario. Como complemento, el economista Daron Acemoglu sostiene que la automatización refuerza la monitorización de los trabajadores, reduciendo aún más los salarios. E indica que La única solución realista posible a largo plazo es que la tecnología deje de estar en manos de los dueños de una sociedad basada en la competencia desenfrenada. “Si la IA permanece bajo el control de las fuerzas del mercado, inexorablemente resultará en un oligopolio súper rico de multimillonarios de datos que cosecharán la riqueza creada por robots que desplazan el trabajo humano, dejando un desempleo masivo a su paso”, afirma con seguridad.

Evidentemente, una parte de la academia observa una imagen distópica del futuro donde, en particular, cuando se habla del trabajo reemplazado por máquinas “eficientes y precisas”, las y los trabajadores aparecen como algo que puede volverse inservible y eventualmente descartable. Esta construcción de una imagen sombría que genera incertidumbre y temor, también constituye un mecanismo de disciplinamiento que presiona en el sentido de naturalizar la pérdida de salarios y, en conjunto, las condiciones actuales de trabajo como un “mal menor”.

Los marxistas toman esta posición y explican que la intensificación y el desarrollo de sistemas de IA perpetúan el capitalismo y maximizan las ganancias económicas de las grandes corporaciones a través de la sumisión de un nuevo tipo de individuo, el usuario, y bajo una nueva forma de dominación, el ‘tecnocolonialismo’. Bajo esta forma, un cúmulo de empresas privadas que son manejadas por humanos, pero también por agentes ‘no humanos’ (la IA), llevan a cabo funciones de control individual y grupal. Ello puede implicar que tengamos una manipulación más eficaz de los procesos políticos democráticos, o que la información personal corra el riesgo de ser utilizada de manera indebida, lo que sería de enorme gravedad institucional. Por todo lo expuesto proponen que, ante la inevitabilidad del desempleo masivo y la demanda por el bienestar universal, el propio proletariado se deberá autoconducir hacia un ideario de ‘socialización’ de la IA.

Más allá de esta visión extremista – o continuista a intensificarse, según quien lo analice -, otro sector de la academia y el sector privado observan a futuro un escenario estilo de ‘sistema mixto’, el cual ha ganado espacio en los sectores más progresistas de la actual lógica capitalista. En algunas esferas como el diagnóstico médico, se puede llegar a una simbiosis entre las personas y las máquinas. Por ejemplo, los médicos, a partir de los datos de los que disponen, pueden recurrir a la IA para diagnosticar con más precisión ciertas enfermedades, en tanto que ellos posee la capacidad de proporcionar no solo la planificación del tratamiento, sino la calidez y la confianza de que implica la interacción humana, lo cual suele tener una influencia determinante en la calidad de los tratamientos sanitarios.

En consecuencia, en tanto que la tecnología continúa alterando los procesos y las formas de trabajar actuales, las cualificaciones específicas tendrán menos peso que las transferibles, la adaptabilidad, el pensamiento crítico, la compasión y la autoconciencia. Estas son las herramientas que permitirán a los jóvenes manejarse en el cambiante mundo laboral. Por ello, los expertos coinciden en señalar la educación como la medida más importante; trabajos donde prime la creatividad; una necesaria inversión en una educación que entremezcle el arte entre la ingeniería y las matemáticas. 

Volviendo al punto central, que las máquinas y hombres se aúnen en la tarea mancomunada de mejorar la vida de todas las personas, es consensuado, desde la mayor parte de las visiones, como de ‘vital importancia’. Lo que se debe recalcar es el nunca olvidar nuestra posición ‘antropológica’ respecto de la ubicación de la humanidad en el cosmos, donde el ser humano no pierda su lugar de sujeto histórico. No solo en términos de actor social, sino también productivo: el trabajo humano es el factor activo en la creación de la riqueza y la transformación del mundo, no importa cuán ‘exquisita’ o ‘automatizada’ se vuelva esta relación.

Pero como diría Isaac Asimov, «El problema no está en la propia tecnología, sino en la humanidad. Es más probable que sea el hombre con intenciones malignas quien provoque una posible guerra entre humanos y máquinas”. Por ende, si logramos un balance armónico en la producción que generan los hombres y la IA, lo único que faltaría sería el trabajar a conciencia y puntillosamente lo más importante: la ética, aquella que permita un sistema más justo, equitativo y cuidadoso con nuestro planeta. Esa instancia superadora que nos permita mejorar nuestra calidad de vida y hacerla más cómoda.

Porque, en definitiva, el destruir y someter a hombres, sea probablemente solo el deseo de otros seres humanos, y no de las máquinas. Esperemos entonces que, en un futuro no muy lejano, lo más relevante vuelva a ser el priorizar la dignidad de todas las personas por sobre todas las cosas. ¿O ello, en definitiva, no es lo más importante?