La derecha y los derechos

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En el año 1973, las políticas pronatalistas del régimen de Ceaucescu dieron como resultado la tasa de mortalidad materna más alta de Europa (aproximadamente 150 muertes maternas por cada 100.000 nacidos vivos) y miles de niños no deseados en instituciones rumanas. Al mismo tiempo, en los Estados Unidos de Norteamérica se daba la histórica sentencia conocida como Roe contra Wade, aquel faro que garantizaba el derecho al aborto a lo largo y ancho del país. El mismo que hace pocos días fuera anulado por la Corte Suprema.

Un fallo que espanta a muchos, pero no a todos. Evidentemente, esa marea silenciosa que le dio la presidencia a Donald Trump, también juega: Misuri se autoproclamó como el primer estado en prohibir el aborto después de la decisión del alto tribunal, seguido inmediatamente por Texas. Y se espera que se sumen una decena más de Estados en las próximas semanas.  

Probablemente la ‘onda republicana’ no sea tan efusiva, no siempre tan virtuosa a la hora del análisis complejo que implican las ciencias sociales. Pero que pone por delante el origen natural de las cosas y la responsabilidad individual como escudo ante los avances de la juventud progresista. O mismo la mantención del orden preexistente. Por eso no sorprende cuando la sentencia sostiene que “la Constitución no hace ninguna referencia al aborto y tal derecho no está protegido implícitamente en ninguna provisión constitucional”.

Así es señores, parece que la historia no es una película dinámica, sino una foto estática a la que hay que aferrarse. Por lo menos de este modo lo ven tres de los jueces designados por Donald Trump. Y hablando del reciente ex presidente, cuando le preguntaron por su influencia en el fallo, solo atino a responder que «Dios tomó la decisión».

Es importante destacar que la falta de racionalidad no solo tiene su derivación en la lógica eclesiástica, sino también dentro de la ‘racionalidad terrenal’. ¿Como podrán contraponer la libre movilidad de los factores productivos – ya que el conservadurismo neoliberal lo conjuga todo – con el derecho a libre tránsito que permitiría que los habitantes de un Estado viajen a otro para abortar? ¿O mismo que se ordenen medicamentos abortivos por correo desde otro Estado del país? ¿Acaso lo prohibirán vulnerando el derecho a la privacidad?

No queda muy en claro, pero la derecha siempre tiene una vertiente discursiva de salida. Sin irnos muy lejos, en nuestro país el candidato a presidente libertario señaló: «Sin vida, no hay libertad ni propiedad. Viva la vida, carajo». La propuesta sería entonces acompañar a la mujer vulnerable y que el Estado le ‘brinde seguridad’. ¿Cuál Estado, aquel que quieren minimizar – para no decir implosionar -?

En tono similar, el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, criticó duramente desde sus redes sociales el aborto realizado a una niña de 11 años embarazada por violación – a pesar de que ante una violación el aborto se encuentra avalado por la ley -:  «Sabemos que este es un caso delicado, pero quitarle la vida a un inocente, además de violar el derecho fundamental de todo ser humano, no cura las heridas ni hace justicia a nadie, al contrario, ¡el aborto solo agudiza esta tragedia! ¡Siempre habrá otras formas!”

La pregunta que se le podría hacer a Bolsonaro sería: ¿Cuáles serían las otras formas? ¿Condenarla a la miseria porque le será realmente difícil estudiar o trabajar con un bebé siendo una niña, sobre todo en el mundo hiper competitivo en el que vivimos? Ahora bien, en Brasil alrededor de 100 niñas son violadas por día, y el número de muertes de mujeres víctimas de abortos clandestinos aumentó un 233% de 2020 a 2021. Pero para eso no hay respuesta en Twitter.

En sentido similar, en el último mes de Marzo el Congreso de Guatemala aprobó la ley que penaliza el aborto. El propio gobierno propició la ley, ya que sostiene que en la actualidad se quieren “introducir conceptos manipulados de la ideología de género, convirtiendo la identidad sexual en una simple construcción cultural fluctuante». Volvemos a lo mismo: ¿Qué temática social no es fluctuante y dinámica? ¿O solo la biología natural dictamina el ‘destino manifiesto’ – como le gusta a decir a los gringos del norte – del ser humano? En realidad, lo único que no es una construcción social manipulable son los datos duros. Y los mismos indican que en Guatemala, durante el año 2021 se registraron 72.077 nacimientos entre mujeres de 10 a 19 años, de las cuales 2.041 tenían menos de 14 años al momento del parto.

Lo que tenemos entonces es que las mayoritarias mujeres pobres y marginadas de Guatemala, carentes de educación, solo continuarán inconscientes de su posición subordinada, prescindiendo del discurso reivindicativo, sin cuestionar el sistema que legitima y les impone embarazos no deseados; solo les queda elaborar estrategias de supervivencia ‘como pueden’ aplicadas a su invisibilidad, en un proceso de sumisión y aceptación formal de las normas sociales como una pantalla que las infringe bajo un halo de normalización como eje de la opresión que sufren cotidianamente.

Por supuesto, el combo de la derecha suele ser completo. Porque no solo la ‘novedosa’ ley guatemalteca protege el “derecho a la vida”, sino que también se adicionó la protección de “la institución del matrimonio entre un hombre y una mujer, además del derecho de los padres a orientar a sus hijos en su sexualidad. Ello se complementa con la prohibición de que las entidades educativas públicas y privadas enseñen como normales las conductas sexuales distintas a la heterosexualidad, o que sean incompatibles con los aspectos biológicos y genéticos del ser humano».

Sin embargo, debe queda claro que la discusión no es exclusiva en términos de desarrollo de un país – donde el eje se encuentra en la accesibilidad de los más postergados -, sino en quien puede terciar más en términos éticos. Es que, durante mucho tiempo, el aborto no se ha tratado como una parte real de la vida de las personas, sino como un dilema moral que debatir o un problema que resolver. La realidad es que el aborto no es una declaración política, sino que es una experiencia que viven muchas personas, con independencia de su religión o creencia, educación o ideología política.

Y si lo ponemos en términos socio-económicos, los beneficios de realizarse un aborto seguro son claros. Las estadísticas en los Estados Unidos indican que después de Roe contra Wade, menos niños crecieron viviendo en la pobreza, en hogares monoparentales, y encabezados por beneficiarios de la asistencia social. Por otra parte, hay evidencia de que la situación económica para las mujeres mejoró directamente mediante la legalización del aborto, sobre todo como un pilar clave de la igualdad de ingresos. ¿Será que hay un machismo implícito a nivel global donde los ingresos de los hombres son mayores que los de las mujeres, ya que estas últimas se ocupan mayoritariamente de los hijos y las tareas del hogar? Aunque las cosas están cambiando, sin lugar a duda todavía es así. Por supuesto el machismo es un causal previo, pero esa es otra historia; hay que atacar todas las variables en simultáneo, más allá de cual golpea primero o cual es más dañina.  

Otro temor que viraliza la derecha conservadora es que, legalizando el aborto, se terminarán los nacimientos. Claro que no. Eirin Molland, una renombrada académica noruega, explica que en su país la disponibilidad del aborto retrasó la fertilidad, pero no redujo el tamaño de la familia, mientras que también resultó en mayores logros educativos y mejor situación en el mercado laboral para las mujeres afectadas. A su vez, encontró que los buenos resultados se extendían a los hijos de madres que tenían acceso a la interrupción del embarazo.

¿No será que el tamaño de la familia tiene más que ver con la estructura sistémica, el sistema mundo creado a imagen y semejanza del actual capitalismo, con la consecuente disminución de los ingresos generalizados que conlleva a que el ser humano ya no quiera tener hijos, principalmente por las exigencias de productividad y la incapacidad de brindar una calidad de vida digna a los herederos?

Podemos discutirlo. Lo que es innegable es que obstaculizar el derecho al aborto legal lo único que logra es promover su clandestinidad, quedando por fuera del control del Estado y aumentando los índices de mortalidad materna asociada al aborto, principalmente en mujeres y personas con capacidad de gestar de menores ingresos. Así, la ilegalidad del aborto lo vuelve un negocio para quienes lucran con esta práctica, mientras la atención de sus complicaciones y sus consecuencias aumentan desproporcionadamente los costos directos para el sistema de atención sanitaria, mayoritariamente pública. Como una vez dijo el enorme Eduardo Galeano: “¿Por qué no se legaliza el derecho al aborto? ¿Será porque entonces dejaría de ser el privilegio de las mujeres que pueden pagarlo y de los médicos que pueden cobrarlo?”

En definitiva, legalizar el aborto es garantizar la salud de las mujeres y su derecho soberano a decidir sobre sus cuerpos. Pero la derecha reaccionaria lo pone en términos religiosos, morales e ideológicos, que a su vez lo conjuga dentro de un gran ‘cambalache’ político, económico, sanitario y social. Por el contrario, se ha vivenciado en los últimos años que la solidaridad, el apoyo y la empatía que se ofrece a través de la ley y en términos pragmáticos (médicos, asistentes sociales, etc.) para quienes intentan acceder a servicios de aborto, ha servido enormemente para con el afectar positivamente el futuro de quien decide tomar la difícil decisión de abortar. Un colectivo contrario al individualismo misógino y etéreo bajo el cual se aferra la derecha mesiánica, siempre alejada de cualquier política pública que intente mejorar la calidad de vida de las mayorías desfavorecidas.