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La Guerra fría bipolar ya esta en marcha

Pablo Kornblum para Ámbito financiero – MArzo 2023

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Hace pocos días, el presidente ruso, Vladimir Putin, suspendió la participación del país en el último tratado de control de armas nucleares firmado con Estados Unidos. El acuerdo New START, era el último que quedaba entre ambos Estados y se había prorrogado por cinco años en 2021. Más allá de poner en palabras el famoso dicho “el que avisa no traiciona” – a sabiendas que Rusia es el país que posee la mayor cantidad de ojivas nucleares y, en este sentido, explicita su potencial uso como último recurso – el discurso del presidente ante el Parlamento tuvo otros conceptos de relevancia para analizar.

Por un lado, Putin afirmó que desde el siglo XIX Occidente ha intentado arrebatar a Rusia sus «tierras históricas, lo que ahora se llama Ucrania”, y que financió la revolución de 2014 que derrocó a un gobierno prorruso, para apoyar un gobierno de ideología neonazi. Según Putin, “Desde el año 2014, el Donbass ha luchado para defender el derecho a vivir en su propia tierra, a hablar su lengua materna, luchó y no se rindió bajo el bloqueo y los constantes bombardeos, el odio inconfesable del régimen de Kiev, y ha creído y ha esperado que Rusia acudiera al rescate”. Una lucha que rememora las viejas disputas de avance territorial del siglo XX, trayendo a colación una batalla ideológica que, aunque quisieran darla por muerte, se recicla bajo la propia impronta del ser social.

Más aún, a lo expuesto se le adiciona con fuerza el choque cultural, derivado de los cambios antropológicos de las últimas décadas: «Ellos (las élites occidentales) mienten constantemente, distorsionan los hechos históricos y no dejan de atacar nuestra cultura, la Iglesia Ortodoxa Rusa y otras organizaciones religiosas tradicionales de nuestro país». Bajo esta lógica, el mandatario se comprometió a proteger a los niños rusos de «la ideología de la degradación y la degeneración». De acuerdo con Putin, Rusia es «un país abierto y una civilización distintiva, pero sin pretensiones de exclusividad y superioridad». Esa imposición que sí, según el presidente ruso, ha querido imponer occidente a través de la globalización neoliberal. Podríamos decir ‘una macdonalización con rostro LGBT’.

Siguiendo con la temática económica, Occidente, según Putin, quiere dividir a Rusia y robarle sus vastos recursos naturales. Por ello “quiero construir un sistema seguro de pagos internacionales que reduzca la dependencia de Occidente. El comercio ruso se está reorientando hacia países que no nos aplican sanciones, ampliando nuestras prometedoras relaciones económicas exteriores, y construyendo nuevos corredores logísticos. Los datos que nos avalan se encuentran a la vista: la economía rusa resistió el conflicto mejor de lo que habían sostenido los expertos: el PBI se contrajo solo 2,1% el año pasado, por debajo del 2,9% previsto”. Este escenario pone una vez más sobre el tapete la relevancia de la economía real y los recursos estratégicos, los cuales Rusia cuenta en abundancia. Pero, además, manifiesta como el proceso de globalización y crecimiento económico de la periferia le jugó como un bumerang a los países centrales de las democracias occidentales: los mercados son para todos y, en el actual contexto de apertura multipolar, los grandes jugadores se posicionan en todas las geografías.

También Putin hablo en retrospectiva. El mandatario aseguró que Rusia no cometerá errores del pasado: aunque la defensa nacional es la prioridad más importante, al desarrollarla no se puede destruir la economía. «Las autoridades rusas saben lo que hay que hacer para un desarrollo constante, progresivo y soberano, a pesar de todas las presiones y amenazas externas». Es evidente que Rusia tiene claro que no puede equivocarse como en la extinta Unión Soviética, la cual sucumbió económica y financieramente ante las presiones de la carrera geopolítica y geoeconómica contra los EE.UU. 

Por ello, para alcanzar el objetivo de su crecimiento económico sustentable, le habló a su consecuente ‘oligarquía económica’, base y sostén de un modelo corporativista aliado a su Elite política: “Los empresarios rusos que guardaban sus fondos en los países occidentales no solo observaron cómo los mismos fueron ‘congelados’, simplemente tuvieron que entender que han sido robados». Y señaló que los grandes empresarios rusos “deben comprender que seguirán siendo forasteros de segunda clase para Occidente”, por lo que les instó a quedarse en su patria y trabajar para sus compatriotas. Tal cual se plantea en su país aliado, China.

Justamente, el máximo responsable de la diplomacia del gigante asiático, Wang Yi, mantuvo una reunión con el secretario del Consejo de Seguridad ruso, Nikolái Pátrushev, en la cual sostuvo que “Las relaciones sino-rusas son maduras y sólidas como una roca; soportarán las pruebas de esta variable situación internacional. Claramente, podemos afirmar que los vínculos entre ambas naciones no sucumbirán a la presión de otros países”. No solo ambos Estados son socios económicos fundamentales: además, la administración de Xi Jinping ve a Rusia como un enemigo en primera línea de combate contra la influencia de la OTAN – especialmente estadounidense – en el Mar de la China Meridional, ‘su’ región que defiende con celosía.

En este sentido, China contradijo las afirmaciones de Estados Unidos sobre un supuesto envío de armas a Rusia, y advirtió que no aceptara la presión norteamericana. «Quien no para de proporcionar armas al campo de batalla es Estados Unidos, no China. Estados Unidos no está cualificado para dar órdenes a China, y nunca aceptaremos que Estados Unidos dicte o imponga cómo deben ser las relaciones sino-rusas», expresó el portavoz de la Cancillería China, Wang Wenbin.

Ante la discursiva del ‘lado oriental del muro’, la respuesta estadounidense no se hizo esperar: a pocos días de que se cumpla un año del comienzo del conflicto entre Rusia y Ucrania, el presidente estadounidense, Joe Biden, llegó hasta Kiev para reunirse con su par ucraniano Volodimir Zelenski. Allí anunció que su país le daría una ayuda de 500 millones de dólares para solventar la guerra. Posteriormente, frente a ciudadanos polacos y refugiados ucranianos en Varsovia, el mandatario aseguró que «las democracias del mundo velarán por la libertad hoy, mañana y siempre. Rusia nunca vencerá a Ucrania”. Palabras vacías en tiempos de guerra. Pero, además, con afirmaciones falsas.

Porque Biden sabe que Rusia no va a ser vencida militarmente. Básicamente por dos cuestiones: 1) Rusia (léase Putin) no va a permitirse una derrota. Nunca, y bajo ningún tipo de condicionamiento. Menos en el actual disruptivo escenario mundial actual. 2) La OTAN no se encuentra dispuesta a pagar el costo de la guerra física, real, de contacto, poniendo sus hombres en el campo de batalla. Armamento si, vidas humanas, no. No son muchos los gobiernos que resistirían políticamente el enfrentarse a madres que mandan a sus hijos a morir a tierras lejanas que, con sinceridad, nada les importan. No es políticamente correcto, pero, por más blancos y rubios que sean, los ciudadanos ucranianos no entran dentro del círculo preciado de los principales miembros Otanistas. Si los recursos naturales que bendicen sus tierras, o mismo la industria de la guerra, que también es un gran negocio; sin embargo, ello es muy difícil de comprender para el ciudadano global medio.  

Es que una cosa es la política interior, los manejos internos, y otra la geopolítica y la geoeconomía con sus intereses macro. Que se afectan y son interdependientes, pero no son lo mismo. Y los nuevos regentes de la disputa bipolar, la OTAN por un lado, y la alianza sino-rusa con sus aliados por el otro, lo saben muy bien. Por ello, los países que quieren ser protagonistas del nuevo mundo se encuentran buscando ese equilibrio entre el poder y el querer de la política; entre el satisfacer las necesidades más básicas de sus poblaciones, y el encontrar la más sabia manera de eludir el peligroso ruido de los tambores de la guerra.

La ‘creditocracia’, discusión ausente en las elecciones de los Estados Unidos – Ámbito Financiero – Noviembre 2022

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Entre julio y septiembre del corriente 2022, la deuda de los hogares estadounidenses ascendió a un nuevo récord de 15,24 billones de dólares, un incremento del 1,9% (286.000 millones de dólares) con respecto al segundo trimestre del año. Sin embargo, no ha sido un tema de discusión entre Demócratas y Republicanos de cara a las elecciones recientemente acaecidas; probablemente porque la dinámica del endeudamiento es parte de un escenario normalizado, no solo al norte del Rio Bravo, sino a nivel global: según un informe del Institute of International Finance (IIF), actualmente las deudas de los hogares a nivel global se encuentran en su punto histórico más alto, superando los 47 billones de dólares, lo que equivale al 60% del PBI mundial.

Para comenzar, podemos afirmar que ya ha quedado en desuso la moral burguesa tradicional que establece que el consumo viene posibilitado por el ahorro, siendo este producto de un trabajo previo. Por el contrario, el endeudamiento ha invertido la dinámica situacional: ya no estamos ante la capacidad de adquirir bienes y servicios como resultado de un esfuerzo ya realizado, sino que primero se compra y se consume, y luego se trabaja para pagar las deudas resultantes.

En este sentido, la visión altruista, utópica, de la provisión de crédito para las mayoritarias clases medias y bajas, es la de corregir la desigualdad de ingresos, cerrando (o difiriendo) la brecha material existente entre la (insuficiente) realidad salarial y el sueño consumista – o bienestar según quien lo quiera reflejar -. Sin embargo, nos hemos convertido en una sociedad atrapada en la ‘creditocracia’, donde el objetivo es mantener al ciudadano endeudado el mayor tiempo posible; escenario que se observa cada vez más frecuentemente en todos aquellos que deben pedir dinero prestado para satisfacer sus necesidades básicas. Como diría Delouze, el hombre ya no se encuentra más ‘encerrado bajo sociedades disciplinarias’; por el contrario, se lo controla a través del endeudamiento. Una relación de fuerza y de poder asimétrica, donde el sistema de crédito trasluce un consumo reglado, forzado, instruido y estimulado.

De este modo, no es una variable menor – sin entrar en la disputa entre si prima la ‘causa’ o el ‘efecto’ -, en el contexto de una reestructuración capitalista que ha conllevado que la mayoría de las ganancias corporativas lleguen gracias a las actividades financieras, especialmente en forma de préstamos, a través de un flujo constante de dinero que incrementa ingentemente sus ganancias. Del otro lado, un mundo en el cual millones no pueden llegar a fin de mes y a duras penas pagan el mínimo mensual, junto con exponenciales multas o recargos por pagos atrasados. Un proceso que claramente solo provee beneficios marginales y coyunturales para los trabajadores, las Pymes, y todos aquellos que buscan ser parte de un proceso virtuoso de creación de riqueza endógena.

A pesar de ello, existe una fuerte corriente subyacente de moralidad asociada a tener que pagar las deudas; como si debiera ser una de las prioridades del ser humano responsable, más allá de su condición socio-económica, la coyuntura laboral, o las contingencias que acaecen durante la vida (enfermedades, divorcios). Como diría Walter Benjamin: “la religión capitalista es una religión de la desesperación porque su culto no tiende a la redención de la culpa sino a agravarla y a convertirla en universal”. Ahora bien, como contraparte, las elites económicas no suelen preocuparse en demasía ante procesos de endeudamiento complejo y de difícil repago: ante la adversidad, son rescatadas por sus amigos o por la clase dirigente (sino pregúntenle a quienes resultaron beneficiados de la estatización de la deuda privada de 1982 en nuestro país, solo para dar uno de los incontables ejemplos). No hay consecuencias ni daño emocional; por ende, pareciera entonces que solo existe un doble estándar donde la moralidad sólo funciona en una dirección.

Bajo este carácter fetichista, el sacrificio implica que cuando el mercado, la banca o el capital así lo requieran hay que ‘apretarse el cinturón’ y aceptar las medidas de austeridad y el desempleo, además de ‘agachar la cabeza’ – generalmente sin entender demasiado – ante la expropiación del excedente social acumulado para ‘salvar’ a unos bancos ‘demasiado grandes, demasiado importantes para quebrar’, o aceptar que las arcas de los Estados se encuentren vacías porque las obligaciones impositivas de las empresas, la industria y los más ricos de entre los ricos, desalientan la inversión.

Del otro lado, se encuentra aquellos que sí sufren los créditos perpetuamente revocables y fluctuantes, presos de inflaciones y devaluaciones crónicas, que hacen de las mayorías deudoras permanentes bajo un contexto de estancamiento salarial y deterioro de los mercados internos. Aquellos que deben con anticipación su trabajo y porvenir. Como dice Baudrillard, aquellos que viven “un modo de temporalidad pre-constreñida, hipotecada”. Todo lejos, muy lejos, del altruismo financiero que mencionamos previamente en este artículo.

En definitiva, mientras cada vez una mayor parte de los hogares en los Estados Unidos y en el mundo toma deuda para pagar gastos cotidianos como alimentos y medicamentos, las elites promueven la valorización de un modelo particular de ciudadano, un modelo de gasto crediticio orientado a la responsabilidad individual. Un sistema que ‘cerca’ a las clases medias y bajas para con el inevitable uso del crédito, mostrándola como la única opción viable, sensata y de sentido común.

¿Y si ponemos por delante la deuda más importante, la deuda activa y permanente con los miles de millones de postergados de la sociedad global? ¿Y si, en lugar de involucrar una mixtura de racionalidades de mercado y relacionales, probamos con salarios más altos y dejamos el financiamiento para situaciones particulares que realmente lo requieran? Y no. Se termina el negocio, por no decir el curro, que implica, además – y por sobre todo – el mayor empobrecimiento de las mayorías.  Porque en realidad, las prácticas crediticias y las economías domésticas no deberían tratarse exclusivamente de la adquisición de bienes de consumo o de consumismo, sino de integrarse, salir de la pobreza y ser digno. Basta entonces de dejarnos llevar por los grandes medios de comunicación que confunden responsabilidad con intereses espurios. Basta que la culpa sea del chancho y nunca del que le da de comer.

La bipolaridad, el nuevo statu-quo internacional -Ámbito Financiero – Septiembre 2022

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En medio de la escala de tensiones en una guerra todavía ‘tibia’, los presidentes de Rusia, Vladímir Putin, y de China, Xi Jinping, se reunieron por primera vez desde el inicio de la guerra en Ucrania bajo el marco de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS), un grupo conformado por China, Rusia, India, Pakistán, Kazajistán, Uzbekistán, Kirguistán y Tayikistán, el cual ha sido fundado en 2001 como una organización política, económica y de seguridad para rivalizar con las instituciones occidentales. 

En la reunión, el líder chino se ha abstenido de condenar la operación rusa contra Ucrania o de calificarla de «invasión», en línea con el Kremlin. Por su parte, Putin respaldó explícitamente a China en relación con Taiwán: «Tenemos la intención de adherirnos firmemente al principio de ‘una sola China'». Además, mientras el primer mandatario ruso condena “las provocaciones de Estados Unidos y sus satélites en el estrecho de Taiwán», Beijing sostiene que se está en contra de las sanciones contra Moscú por “no tener base en el derecho internacional” y “no solucionar los problemas de fondo”, a pesar de que Putin sostuvo que usará todos los medios – inclusive los nucleares – para defender la “integridad territorial de Rusia”. Hay quienes dudan de una alianza, aunque sea tácita. Pero los gestos y discursos dicen mucho. Y aunque cada Estado tiene sus intereses propios, está claro de qué lado de la novedosa cortina de hierro quedarán.

Bajo el escenario descripto, para combatir al nítido enemigo occidental y mientras Europa intenta alejarse del petróleo y el gas rusos, Putin continuará impulsando los vínculos como Asia, como por ejemplo el reciente acuerdo para con la construcción de un oleoducto hacia China a través de Mongolia. La historia ya lo ha demostrado: el afianzamiento económico es la base para la solidificación de cualquier alianza política. 

En este sentido, es interesante que, tanto China como Rusia, buscan repetir aquel liberalismo clásico entre Estados (no así a nivel intra-estatal) que promovió la otrora Unión Soviética con sus países satélites, o el mismo gigante asiático luego de su ingreso formal a la OMC en el año 2001. «Nuestra política está desprovista de todo egoísmo. Esperamos que los demás participantes de la cooperación económica construyan sus políticas sobre esos mismos principios, sin utilizar el proteccionismo, las sanciones ilegales y el egoísmo económico para sus propios fines», dijo Putin.

Y de allí, de la diplomacia fraternal, los aliados orientales se encuentran a un paso de la ayuda militar. No por nada a principios de mes navíos rusos y chinos efectuaron una patrulla conjunta en el océano Pacífico para «reforzar su cooperación marítima». Más aún luego de las recientes declaraciones del presidente de Estados Unidos, Joe Biden, en las que afirmaba que Estado Unidos está dispuesto a intervenir militarmente en Taiwán. «Es una grave vulneración del compromiso estadounidense a no apoyar su independencia», advirtió Mao Ning, portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores de China.

Ante este caótico contexto, no es extraño que Beijing refuerce su concepción belicista. Por ejemplo, luego de la reciente reunión de los líderes de Kazajistán y China, Xi le propuso a la república centroasiática fortalecer la cooperación en el ámbito militar y de seguridad a la vista de la ‘difícil situación internacional, defendiendo la seguridad común en la lucha contra el tráfico de drogas y el crimen organizado internacional’, así como contra las tres «plagas» – término utilizado por Pekín para referirse al terrorismo, el separatismo y el extremismo religioso -. Es que estos momentos de escalada de tensiones son más que útiles para ‘meter todos los gatos en la misma bolsa’. No por nada el gobierno chino ya ha utilizado esta fórmula para justificar la represión de la población musulmana uigur en Xinjiang, región china fronteriza con Kazajistán.

Por supuesto, en esta ‘amplitud’ de la búsqueda de alianzas ‘orientales’ que permitan eludir las sanciones occidentales, Putin se reunió con el presidente iraní Ebrahim Raisi, con quien trató la pronta firma de un gran acuerdo de cooperación aprovechando el drástico incremento de los intercambios comerciales en los últimos años. También lo hizo con el primer ministro indio Narendra Modi – India se ha convertido en el segundo comprador de petróleo de Rusia, después de China -, y con el presidente turco Recep Tayyip Erdogan, con quien abordó el cumplimiento del acuerdo de exportación de cereal y fertilizantes desde Ucrania y Rusia alcanzado en julio pasado en Estambul.

Sin embargo, este contexto de bipolaridad no se encuentra exento de ‘temores’; es que las sanciones a la ‘cubana’, se encuentran a la orden del día.  Por ejemplo, algunas empresas turcas han empezado a rechazar el pago a través del sistema ruso de tarjetas MIR ―un acuerdo anunciado tras el anterior encuentro entre Putin y Erdogan― por miedo a ser objeto de sanciones secundarias por parte de Occidente. Por supuesto, la picardía del ‘empresario innovador’ Shumpetereano – por supuesto con el soporte gubernamental de Moscú – reflota en cualquier geografía y momento histórico: rusos con pasaporte turco y a través de empresas que son formalmente turcas (en la primera mitad de 2022 se fundaron 601 empresas con capital ruso en Turquía), son libres de comerciar tanto con los países miembros del club comunitario europeo, como con Moscú.

A ello hay que adicionar el sistema ‘a la swap chino’ – está listo para su entrada en vigor un acuerdo que permitirá a Turquía pagar un 25% del gas que adquiere de Rusia en rublos, a lo que además Erdogan había propuesto pagar en parte en liras turcas -, como así también la inversión extranjera directa (IED) en la central de Akkuyu, la primera nuclear que tendrá Turquía y que construye una empresa rusa con una inversión de algo más de 9.000 millones de dólares. Y porque no, un dato de color: el apartado de “Errores y omisiones” de la balanza de pagos de Turquía se ha incrementado hasta cifras récord (24.400 millones de dólares en los siete primeros meses del año), algo que algunos dicen por lo bajo que son ingresos en el sistema financiero turco a través de ‘canales no oficiales relacionados con Rusia’. Hecha la ley, hecha la trampa. Sobre todo, en épocas donde la inteligencia económica y las artimañas financieras se encuentran a la orden del día.

En definitiva, en el ajedrez internacional, más complejo que nunca, la actividad se ha potenciado ante esta ‘novedosa bipolaridad’, proveniente de la resquebrajada unipolaridad estadounidense desde finales del siglo pasado – comenzando con la crisis neoliberal/financiera de los tigres asiáticos y Latinoamérica -, donde la multipolaridad ficticia creada se tornó inefectiva, y la búsqueda de acuerdos regionales se comenzaron a enmarcar claramente en vínculos estatales bilaterales de base, aquellos que realmente han logrado consistencia y (algunos) resultados positivos.

Ante este contexto minimalista, urge la necesidad de generar una fortaleza endógena, de la creencia en instituciones que funcionen, libres de los vicios de la corrupción y de la inoperancia. En el tablero actual, el individualismo estatal es la moneda corriente en un juego pragmático, en donde todos los países buscan aprovechar cada nicho, cada oportunidad de lograr una alianza oportuna.

Es que mientras las tensiones escalan y las interrelaciones pueden ser decisivas en un potencial novedoso posicionamiento global, un paso en falso puede ser peligroso. Más aún en un país como el nuestro, donde todavía no queda claro que nuestra ‘tercera posición’ en política exterior, nos haya brindado en algún momento reales beneficios. ¿Culpas propias o de terceros? ¿Ambas? La respuesta es discutible. Ahora bien, la única verdad es la realidad. Y hasta el momento, al menos en términos de nuestro histórico posicionamiento global, la dinámica tendencial lejos ha estado de ser favorable.