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China ¿la bondadosa? – Ámbito Financiero – Septiembre 2022

https://www.ambito.com/opiniones/china/la-bondadosa-n5529818

El Gobierno de China, el prestamista bilateral más grande de África, confirmó la condonación de la deuda de 17 países del continente por 23 préstamos sin intereses que vencían a finales de 2021. Como si fuera poco, redireccionó 10.000 millones de dólares de sus reservas del Fondo Monetario Internacional a las naciones del continente. Ello no es una novedad: desde el año 2000 hasta la actualidad, China otorgó más de 200 mil millones de dólares en préstamos a los gobiernos africanos y sus empresas estatales, la mayoría a través de líneas de crédito y financiación para el desarrollo.

Aunque los detalles del alivio anunciado no se conocen – tampoco el monto o los países beneficiarios -, el precedente nos dice que seguramente el gigante asiático examinará caso por caso y diseñará estrategias específicas con cada país. La reducción de la deuda, el aplazamiento de los pagos del préstamo, el refinanciamiento y la reestructuración de la deuda, son políticas comúnmente utilizadas por el gobierno chino hacia la región: solo para citar un ejemplo, en 2018 China acordó una reestructuración de la deuda con Etiopía, incluido el préstamo de 4 mil millones de dólares para el ferrocarril Addis-Djibouti, extendiendo los plazos de reembolso a 20 años.

La situación no parece requerir un análisis complejo: hace años la intención de China es que África considere a Beijing como su socio de desarrollo estratégico de largo plazo, la potencia a la cual acudir para obtener inversiones y generar dinámicas de acumulación de capital.  

Para China, África posee dos ejes principales de interés, los cuales se encuentran intrínsecamente concatenados. Por un lado, el continente desempeña un papel importante en la Ruta de la Seda, un proyecto mundial de infraestructuras para interconectar los países en desarrollo y desplazar el centro de la economía mundial hacia el este. Bajo este marco, se encuentran beneficiadas áreas tan diversas como la comercial, la sanidad, la infraestructura, y diversas industrias manufactureras y de servicios. En este aspecto, con mayor o menor ‘efecto derrame’, el objetivo chino se encuentra cubierto.

Sin embargo, la característica saliente es el vínculo para con la explotación de los recursos naturales. El comercio, los préstamos y las inversiones chinas en África, se encuentran firmemente articulados por el eje estratégico chino de garantizarse el abastecimiento de alimentos, materias primas y combustibles.

A ello debemos adicionarle metas secundarias, de baja rentabilidad económica de corto plazo, pero de relevante gesto político para estrechar lazos con la región y, sobre todo, desplazar otros actores estatales: desde la inmigración china con la consecuente implantación de población y los vínculos con la metrópoli;  el desarrollo socio-económico a través de créditos y préstamos preferenciales para la construcción de Hospitales o la provisión de insumos y entrenamiento a los agricultores de África; el ‘reconocimiento de marca país’ – por ejemplo con la cancelación de deuda para 15 países africanos por valor de 114 millones de dólares durante la pandemia en 2020 -; o mismo el apoyo militar – con todas las implicancias geopolíticas y el dinamismo de la industria de la defensa que ello conlleva -, en la lucha (“en apoyo a la paz y la seguridad de África”) contra el terrorismo. Por supuesto, siempre desde una ‘perspectiva africana’.

En este sentido, el presidente chino, Xi Jinping, insistió en que la inversión china no conlleva compromisos políticos, sino que busca el desarrollo del continente: «Prometemos que no habrá ninguna interferencia en los asuntos internos de los países africanos, ninguna imposición, ningún compromiso político, ninguna búsqueda de beneficios políticos egoístas».

Por supuesto, este es un tiro por elevación a todos los diversos modos de ‘imperialismo occidental’. Aunque más directo fue el Ministro de Relaciones Exteriores, Wang Yi, quien puntualizó que espera que África, junto a China puedan actuar juntas “especialmente frente a las diversas formas de prácticas hegemónicas y de intimidación para salvaguardar, de este modo, la equidad y la justicia internacionales”.

Es que China no tiene relaciones de subordinación semicolonial sobre otros países, además de carecer de los atributos de hegemonía cultural con los que los estadounidenses y europeos introdujeron en el pasado elementos ‘consensuales’ en su dominación sobre regiones como la africana. Por ende, el llamado Consenso de Beijing suele ser presentado como ‘más amigable’ que el Consenso de Washington. Y aquí hay una verdad irrefutable: los Bancos de desarrollo chino no imponen condicionalidades políticas como las instituciones financieras internacionales, como es el caso del FMI o el Banco Mundial.

Por supuesto, lejos podríamos estar de afirmar que China es un “actor benevolente”, ya que el ‘perdón de la deuda’ implica la asunción de otros compromisos: por ejemplo, la firma de contratos a cambio de la concesión de derechos de explotación de materias primas. Por otro lado, África importa ingentes cantidades de manufacturas y bienes de capital, generando un déficit comercial de difícil reversión. A ello hay que agregarle que las inversiones chinas están en su mayor parte orientadas a la producción y transporte de esos productos. Y si además le adicionamos que los préstamos se encuentran destinados, en buena medida, a financiar esas inversiones o empresas que compran productos chinos, el combo de beneficios para China es envidiable.

Eso lo sabe Estados Unidos y lo grita a los cuatro vientos cada vez que puede atacar a su rival geoestratégico oriental – aunque con una discursiva quirúrgica, para no herir más de lo que están las susceptibilidades chinas que puedan hacer tambalear el sistema financiero internacional -: “Los países africanos deben tener cuidado con estas inversiones para no perder su soberanía, el control de sus propias infraestructuras y de sus recursos».

Es que, desde el lado occidental de la resurgida cortina de hierro, insisten en que la relación reproduce el esquema decimonónico de intercambio de materias primas por industria y de inversiones en la infraestructura vinculada con la explotación de los recursos primarios. Y estas inversiones se caracterizan por la escasa transferencia tecnológica y la coacción para la contratación de empresas chinas para llevar adelante estos proyectos (además de proveer los insumos y materiales), la obligación de comprar productos chinos, o la participación de las empresas chinas como adjudicatarias en los proyectos, reforzando el desplazamiento industrial de la región, y acentuando el proceso de reprimarización. 

Por supuesto – y esto es algo que no es políticamente correcto mencionarlo -, la responsabilidad de esta situación no es, por cierto, completamente de China, sino también de los gobiernos africanos que no aprovechan los recursos para articularlos con un sólido programa de industrialización endógeno, negociar transferencia de tecnología, o exigir asociaciones de los capitales chinos con empresas locales. Después de todo, eso es lo que hicieron los países asiáticos que crecieron en décadas pasadas, y lo que hacen los chinos hoy. Sin embargo, hay que sincerarse: no es fácil discutir con el ‘papá que todo lo puede’ y, sobre todo, ‘el que da el dinero que se necesita’.

En el mientras tanto, China se limita a responder en base a la reivindicación de su defensa del multilateralismo frente al unilateralismo y proteccionismo que ‘emana occidente’, asegurando que las relaciones que mantiene con África son un modelo de cooperación Sur-Sur. Ese marco teórico centro – periferia que las democracias capitalistas del norte potenciaron, y ahora aborrecen bajo el actual escenario sistémico complejizado de ‘guerra fría’ bipolar.

En este aspecto, Beijing se ha comprometido a aumentar el comercio con África y ha llegado a acuerdos con 12 países del continente para eliminar los aranceles del 98% de los productos que exportan a China. Más aún: los chinos sacan a relucir las estadísticas, el dato cuantitativo irrefutable: los responsables de la gran mayoría de la deuda en la que están atrapados los países del sur son los gobiernos occidentales, las instituciones financieras, los bancos y los fondos buitre. Y no China.

Y así podríamos continuar infinitamente: dentro del entorno de las ciencias sociales, podemos buscar permanentes reposicionamientos, golpes bajos de uno y otro lado, con la flexibilidad y las verdades relativas que una ‘ciencia no exacta’ nos permite. Sobre todo, en este mundo donde la historia la escriben los que ganan; y como ya sabemos, principalmente bajo el discurso hegemónico de los medios de comunicación occidentales, los cuales todavía dominan nuestras latitudes.

Podríamos entonces finalizar sobre cómo conviene posicionarnos ante este contexto no menor; o siendo más concisos, qué política de Estado deberíamos tener para proyectarnos bajo una consistente y beneficiosa lógica global. Podríamos pensar que el pragmatismo, el análisis quirúrgico y, sobre todo, la acción inteligente, serían las mayores virtudes que deberíamos tener en nuestra ya complicada ‘tercera posición’. Parece fácil, pero no lo es. Sobre todo, mientras nuestras miserias domésticas nos siguen obstaculizando el poder comprender la relevancia estratégica de un mundo dinámico que sigue girando. 

ÓMICRON, otro Antón pirulero más

Pablo Kornblum para Ámbito Financiero, 05/12/2021

https://www.ambito.com/opiniones/covid-19/omicron-otro-anton-pirulero-mas-n5329507

‘Antón, Antón, Antón pirulero, cada cual, cada cual, atiende su juego’, resuena como una hermosa melodía infantil a quienes peinamos algunas canas. En este aspecto, la variante Ómicron del COVID-19 tiene un poco del egoísmo esgrimido en aquella metáfora. O traducido al actual escenario dantesco, tal como diría Ayoade Alakija, directora de la Alianza Africana para la Entrega de Vacunas: «es el resultado inevitable de acaparar vacunas y dejar a África afuera”.

Sin embargo, eso no fue todo: lo peor fue lo que sostuvo posteriormente: “si el COVID-19, que apareció inicialmente en China, hubiera aparecido primero en África, no quedan dudas de que el mundo nos habría encerrado y hubiera tirado la llave muy lejos de la jaula”. Toda una definición, por más agresiva que pueda sonar, de lo que es la inequidad y el desentendimiento global.

Es que lo único que quieren los gobiernos más poderosos y ‘teóricamente altruistas hasta la humanidad misma’ es salvar el propio pellejo, el ser nacional, antes de desarrollar la capacidad prospectiva de poder mirar más allá – aunque pudieran hacerlo sin dejar de pensar en el ombligo propio – y entender que, en el juego de la puja de intereses global, el fino equilibrio es cada vez más un ‘deber ser’ para evitar la implosión sistémica. Del sistema como un todo, sin que nadie se pueda salvar solo.

No menores tampoco fueron las palabras de Cyril Ramaphosa,  presidente de Sudáfrica, quien señaló que no se puede ‘castigar’ a su país – donde fue detectada por primera vez la variante Ómicron – “simplemente por haber hallado la variante gracias a la tecnología que solo nosotros tenemos disponible”. Sonó a que, como el resto de los países africanos, hermanados por una geografía y una historia de resiliencia común, ‘justo ahora’ son pobres o inútiles, su país no tiene la culpa. Evidentemente, en la arena de las disputas, del todos contra todos – mejor dicho del pobre contra el pobre -, solo vale aplicar el sálvese quien pueda.  

Seguramente Ramaphosa tiene temor. Uno entiende que Sudáfrica no posee el blindaje de poder chino, pero tampoco es para hacerse malasangre. La inmiscuisión para con la investigación en asuntos internos, es inexistente a nivel internacional. Si los organismos internacionales, dominados por las potencias imperiales, no pueden inculpar por falta de pruebas a Irán o Corea del Norte por la utilización de ojivas nucleares, solo para citar un ejemplo, menos aún van a poder rastrear el inicio de la variante Ómicron en Sudáfrica. 

Más allá de ello, los gobiernos con capacidad de moldear el presente se encuentran con la ‘cabeza en otra cosa’: Europa está intentando vacunar al 80% de sus ciudadanos. Estados Unidos quiere vacunar a toda su población, con números que actualmente se encuentran en torno al 70%. Cuando lo logren, probablemente en el corto/mediano plazo, impondrán las necesarias restricciones a los viajes internacionales. El mundo ‘más desarrollado’ (¿también moralmente?) estará finalmente cuasi protegido. Y para entonces, África se convertirá en el continente COVID.

Por otra parte, ¿Cuánto y en qué tiempos puede mejorar la situación en África? En la actualidad, la cifra de vacunados es del 7%, aunque hay países donde prácticamente nadie ha visto una aguja, como son el caso de Burundi (0,0025%), la República Democrática del Congo (0,06%) o Chad (0,42%). Y aquí vuelven a resonar las palabras autorizadas – aunque ninguneadas -, como la del biólogo etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS, quien en los últimos meses ha denunciado sistemáticamente la desigualdad en el proceso de vacunación global: “Cada día se ponen seis veces más dosis de recuerdo (la tercera inyección) en los países ricos, que primeras dosis en los países de bajos ingresos. No tiene sentido poner dosis de recuerdo a adultos sanos o vacunar a los niños cuando los trabajadores sanitarios, las personas mayores y otros grupos de alto riesgo en todo el mundo están todavía esperando su primera dosis”.

Lo que puede no aceptar éticamente el señor Ghebreyesus, es que para el realismo de las relaciones internacionales, los africanos son seres humanos del subdesarrollo, pseudo colonizados. ¿Seres humanos de segunda?, probablemente los gobiernos y una parte – de aquellos que tienen cierta comprensión de temas globales – de los habitantes del mundo más desarrollado, no lo piensen tan tajantemente de este modo, pero si entienden que ‘así son las cosas: si sus Estados son fallidos y no han construido poder, es su problema’. Y aunque se haya gritado a los cuatro vientos que “Nadie está a salvo hasta que todos estemos a salvo”, las preguntas revolotean sobre las mentes más agudas. ¿Es necesario que aparezca la variante Ómicron para despertar a las mentes anestesiadas? ¿Quién quiere escuchar? Y de los que escuchan, ¿quién tiene realmente capacidad de incidir en un cambio draconiano de prioridades?

Hasta el momento, hay pocas señales positivas que nos indiquen de un torcer del rumbo. En este sentido, las grandes potencias económicas han prometido donar unas 2.000 millones de dosis a través de la iniciativa COVAX. Aunque sea una cifra exigua para vacunar al 70% de la población mundial con la pauta de dos inyecciones, algo es algo: Estados Unidos se había comprometido a donar 1.100 millones de inyecciones, la Unión Europea 500 millones, y Reino Unido y China 100 millones cada uno. La realidad ha mostrado ser más insuficiente que las expectativas; al día de hoy, solo se ha entregado una de cada cinco dosis prometidas.

Sin embargo, ante el avance desesperante de la variante Ómicron, los Ministros de Sanidad del G7 se reunieron recientemente para analizar estrategias ante el avance de la nueva cepa. Siempre el post, nunca prevenir. Es que seguramente no pensaban hacer nada si no se les ‘iba de las manos’ este nuevo escenario que tiene en vilo al mundo desarrollado.

¿Podrán entonces persuadir a sociedades cansadas a volver al confinamiento? ¿Obligarán ‘por las malas’ (léase la imposibilidad de realizar las tareas cotidianas laborales o de recreación) a los anti-vacunas? ¿Presionarán a los oligopolios farmacéuticos privados que compartan la tecnología de sus vacunas, los cuales para muchos tienen ‘al mundo como rehén’? 

La respuesta es ‘ni’: presión política, negocios ingentes, dilemas morales ‘occidentales’ (como inmiscuirse en las decisiones individuales), parecen demasiado para políticos descreídos y Estados vacíos de contenido programático, poder político, y capacidades económicas. Mientras tanto, el tiempo pasa, la propagación de la cepa se incrementa, y África continúa en ‘el debe’ de lo que tendría que ser, mínimamente, un proceso de desarrollo de calidad de vida de tinte global.  Lejos, muy lejos de un proyecto superador e inclusivo para quienes, hasta el momento, la historia les ha dado la espalda.