Pablo Kornblum para Ámbito Financiero, 05/12/2021
https://www.ambito.com/opiniones/covid-19/omicron-otro-anton-pirulero-mas-n5329507
‘Antón, Antón, Antón pirulero, cada cual, cada cual, atiende su juego’, resuena como una hermosa melodía infantil a quienes peinamos algunas canas. En este aspecto, la variante Ómicron del COVID-19 tiene un poco del egoísmo esgrimido en aquella metáfora. O traducido al actual escenario dantesco, tal como diría Ayoade Alakija, directora de la Alianza Africana para la Entrega de Vacunas: «es el resultado inevitable de acaparar vacunas y dejar a África afuera”.
Sin embargo, eso no fue todo: lo peor fue lo que sostuvo posteriormente: “si el COVID-19, que apareció inicialmente en China, hubiera aparecido primero en África, no quedan dudas de que el mundo nos habría encerrado y hubiera tirado la llave muy lejos de la jaula”. Toda una definición, por más agresiva que pueda sonar, de lo que es la inequidad y el desentendimiento global.
Es que lo único que quieren los gobiernos más poderosos y ‘teóricamente altruistas hasta la humanidad misma’ es salvar el propio pellejo, el ser nacional, antes de desarrollar la capacidad prospectiva de poder mirar más allá – aunque pudieran hacerlo sin dejar de pensar en el ombligo propio – y entender que, en el juego de la puja de intereses global, el fino equilibrio es cada vez más un ‘deber ser’ para evitar la implosión sistémica. Del sistema como un todo, sin que nadie se pueda salvar solo.
No menores tampoco fueron las palabras de Cyril Ramaphosa, presidente de Sudáfrica, quien señaló que no se puede ‘castigar’ a su país – donde fue detectada por primera vez la variante Ómicron – “simplemente por haber hallado la variante gracias a la tecnología que solo nosotros tenemos disponible”. Sonó a que, como el resto de los países africanos, hermanados por una geografía y una historia de resiliencia común, ‘justo ahora’ son pobres o inútiles, su país no tiene la culpa. Evidentemente, en la arena de las disputas, del todos contra todos – mejor dicho del pobre contra el pobre -, solo vale aplicar el sálvese quien pueda.
Seguramente Ramaphosa tiene temor. Uno entiende que Sudáfrica no posee el blindaje de poder chino, pero tampoco es para hacerse malasangre. La inmiscuisión para con la investigación en asuntos internos, es inexistente a nivel internacional. Si los organismos internacionales, dominados por las potencias imperiales, no pueden inculpar por falta de pruebas a Irán o Corea del Norte por la utilización de ojivas nucleares, solo para citar un ejemplo, menos aún van a poder rastrear el inicio de la variante Ómicron en Sudáfrica.
Más allá de ello, los gobiernos con capacidad de moldear el presente se encuentran con la ‘cabeza en otra cosa’: Europa está intentando vacunar al 80% de sus ciudadanos. Estados Unidos quiere vacunar a toda su población, con números que actualmente se encuentran en torno al 70%. Cuando lo logren, probablemente en el corto/mediano plazo, impondrán las necesarias restricciones a los viajes internacionales. El mundo ‘más desarrollado’ (¿también moralmente?) estará finalmente cuasi protegido. Y para entonces, África se convertirá en el continente COVID.
Por otra parte, ¿Cuánto y en qué tiempos puede mejorar la situación en África? En la actualidad, la cifra de vacunados es del 7%, aunque hay países donde prácticamente nadie ha visto una aguja, como son el caso de Burundi (0,0025%), la República Democrática del Congo (0,06%) o Chad (0,42%). Y aquí vuelven a resonar las palabras autorizadas – aunque ninguneadas -, como la del biólogo etíope Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la OMS, quien en los últimos meses ha denunciado sistemáticamente la desigualdad en el proceso de vacunación global: “Cada día se ponen seis veces más dosis de recuerdo (la tercera inyección) en los países ricos, que primeras dosis en los países de bajos ingresos. No tiene sentido poner dosis de recuerdo a adultos sanos o vacunar a los niños cuando los trabajadores sanitarios, las personas mayores y otros grupos de alto riesgo en todo el mundo están todavía esperando su primera dosis”.
Lo que puede no aceptar éticamente el señor Ghebreyesus, es que para el realismo de las relaciones internacionales, los africanos son seres humanos del subdesarrollo, pseudo colonizados. ¿Seres humanos de segunda?, probablemente los gobiernos y una parte – de aquellos que tienen cierta comprensión de temas globales – de los habitantes del mundo más desarrollado, no lo piensen tan tajantemente de este modo, pero si entienden que ‘así son las cosas: si sus Estados son fallidos y no han construido poder, es su problema’. Y aunque se haya gritado a los cuatro vientos que “Nadie está a salvo hasta que todos estemos a salvo”, las preguntas revolotean sobre las mentes más agudas. ¿Es necesario que aparezca la variante Ómicron para despertar a las mentes anestesiadas? ¿Quién quiere escuchar? Y de los que escuchan, ¿quién tiene realmente capacidad de incidir en un cambio draconiano de prioridades?
Hasta el momento, hay pocas señales positivas que nos indiquen de un torcer del rumbo. En este sentido, las grandes potencias económicas han prometido donar unas 2.000 millones de dosis a través de la iniciativa COVAX. Aunque sea una cifra exigua para vacunar al 70% de la población mundial con la pauta de dos inyecciones, algo es algo: Estados Unidos se había comprometido a donar 1.100 millones de inyecciones, la Unión Europea 500 millones, y Reino Unido y China 100 millones cada uno. La realidad ha mostrado ser más insuficiente que las expectativas; al día de hoy, solo se ha entregado una de cada cinco dosis prometidas.
Sin embargo, ante el avance desesperante de la variante Ómicron, los Ministros de Sanidad del G7 se reunieron recientemente para analizar estrategias ante el avance de la nueva cepa. Siempre el post, nunca prevenir. Es que seguramente no pensaban hacer nada si no se les ‘iba de las manos’ este nuevo escenario que tiene en vilo al mundo desarrollado.
¿Podrán entonces persuadir a sociedades cansadas a volver al confinamiento? ¿Obligarán ‘por las malas’ (léase la imposibilidad de realizar las tareas cotidianas laborales o de recreación) a los anti-vacunas? ¿Presionarán a los oligopolios farmacéuticos privados que compartan la tecnología de sus vacunas, los cuales para muchos tienen ‘al mundo como rehén’?
La respuesta es ‘ni’: presión política, negocios ingentes, dilemas morales ‘occidentales’ (como inmiscuirse en las decisiones individuales), parecen demasiado para políticos descreídos y Estados vacíos de contenido programático, poder político, y capacidades económicas. Mientras tanto, el tiempo pasa, la propagación de la cepa se incrementa, y África continúa en ‘el debe’ de lo que tendría que ser, mínimamente, un proceso de desarrollo de calidad de vida de tinte global. Lejos, muy lejos de un proyecto superador e inclusivo para quienes, hasta el momento, la historia les ha dado la espalda.