Pablo Kornblum para Ámbito Financiero, 20-7-2020
https://www.ambito.com/opiniones/deuda/pago-la-moral-y-las-buenas-costumbres-n5118334
William Davies, autor del libro “Estados Nerviosos: como los sentimientos tomaron al mundo”, explica que vivimos en un tiempo de muchedumbres agrupadas alrededor de sentimientos en general negativos (odio, enojo, miedo), los cuales suelen fluir con facilidad y son pasibles de ser manipulables debido a una capacidad reducida para reflexionar desapasionadamente sobre determinados eventos producto de la inmediatez, la manipulación de imágenes, y una creciente descontextualización de hechos.
En este sentido, la idiosincrasia y las creencias de cada pueblo, reflejado en las más altas esferas de quienes los gobiernan, puede ser determinante a la hora del posicionamiento gubernamental para enfrentarse al mundo, sobre todo ante una crisis de enorme gravedad inter-estatal con efectos económicos devastadores. Una vez más, los gurúes de la homogeneidad que tuvieron sus tiempos de gloria durante el Consenso de Washington y la globalización neoliberal de finales del siglo pasado, siguen sin poder explicar cómo ante actores similares en términos de poder y objetivos – corporaciones, elites políticas, ciudadanos comunes – las definiciones en cada nación pueden tener la variabilidad de un arcoíris multicolor.
En Nueva Zelanda ha renunciado el Ministro de Salud por violar la cuarentena. Desde el propio gobierno aseveraron que es una pésima imagen, tanto para el propio pueblo como para con el mundo, a sabiendas que la pandemia global requiere esfuerzos superadores, sobre todo de quienes detentan las máximas responsabilidades ejecutivas. En sentido similar nos encontramos con el caso del Primer Ministro canadiense, Justin Trudeau, quien está siendo investigado por confiar la gestión de un importante programa gubernamental a la organización caritativa trasnacional WE Charity, con la cual él y su familia mantienen “vínculos estratégicos” hace años. O sea, un conflicto de intereses aquí y en la China. La moraleja para quienes miran al mundo desde ambos gobiernos: quien no es confiable desde lo institucional, tampoco es confiable para hacer negocios.
Los cimientos de la ‘vergüenza anglosajona’ también ha sido expresada por los principales actores de la vida política estadounidense con el afamado escándalo del caso Mónica Lewinsky de finales del siglo pasado. Jurídicamente, la acusación contra el entonces presidente William ‘Bill’ Clinton era el falsear su declaración. Sin embargo, para millones de conservadores en los Estados Unidos, lo más grave había sido su comportamiento inmoral, el cual mellaba fuertemente el ideal de luminosidad altruista para con el mundo de los Padres Fundadores. No se pueden dictaminar los destinos económicos del mundo y alcanzar el sumun del ‘fin de la historia’, bajo un liderazgo ético digno de un país bananero tercermundista, sostuvieron en aquel momento quienes pedían infructuosamente su destitución.
Por supuesto, los valores de los adalides del imperio estadounidense son tan sustentables como una borra de café a la hora de promover leyes de protección de los trabajadores. La montaña rusa laboral causada por el COVID-19 generó millones de despidos; aunque, siendo justo con la causa, también se generaron otras tantas reincorporaciones – aunque en menor nivel – a los pocos meses. La cuasi total flexibilidad laboral es parte de una idiosincrasia que sería una herejía en comunidades latinas, donde la angustia de quedarse sin empleo es una de las variables fundamentales que cualquier político con pretensiones debe tener en cuenta. Lamentablemente, el equilibrio para el ser nacional latinoamericanista es más que complejo: en el contexto de la profundización de los intercambios comerciales internacionales, desde el sur estamos en una clara desventaja a la hora de comparar los costos y la seguridad jurídica del inversor en términos de la dinámica salarial.
Como contraparte a lo descripto, mientras los anglosajones quieren mostrarse pudorosos de sus miserias para con el afuera, no tienen problema alguno en inmiscuirse con la vara inquisidora bajo la racionalidad geoeconómica. Y no es necesario remontarse a las colonias africanas o las dedocracias creadas en el sudeste asiático en el siglo pasado; basta con abrir los diarios actuales y observar como Boris Johnson da vía libre a la determinación de un juez británico para entregarle más de 1.000 millones de dólares en oro al ‘presidente interino constitucional de Venezuela’, Juan Guaidó. Seguramente, en la actual lógica aperturista luego del Brexit – recordemos las controversiales “relaciones carnales” con nuestro gobierno anterior de similar tono ideológico neoliberal -, habrán medido con beneplácito diplomático el “pegarle” al vapuleado Maduro para con sus objetivos de conquistar nuevos mercados.
Por supuesto, también hay otra Europa. Tenemos a la Grecia desde donde hace algo más de una década se intentó, con la victoria de Syriza, generar un proceso ‘subversivo’ ante el statu-quo sistémico. No solo encontró la respuesta virulenta de quienes los acusaron de “vagos, ineficientes y corruptos”, como sus conciudadanos europeos alemanes, sino que además el pueblo griego vivenció enormes presiones y un contrataque fulminante de gran parte de la banca europea acreedora. Ya sabemos quién ganó la partida. Días atrás, la Policía griega del actual Gobierno Conservador reprimió una manifestación que reclamaba, justamente, contra una propuesta de ley que criminaliza la protesta social. Uno de los pilares de la reforma contempla poder prohibir las manifestaciones que puedan “obstruir el tráfico o limitar la actividad comercial de las ciudades”. Por supuesto, los inversores extranjeros con foco en la exportación y el turismo – quienes por años apoyaron los ajustes que castigaron al mercado interno de las mayorías empobrecidas -, ahora se encuentran felices de que se mantenga a rajatabla la seguridad jurídica-económica del país helénico.
Por el contrario, los chinos y los rusos no solo tienen otra visión sobre cómo enfrentarse al complejo sistema económico global; sino que, por sobre todo, tienen mayores capacidades en términos económicos, políticos y militares – y de apoyo interno, por supuesto – para hacerlo. En cuanto a los primeros, poco les importó las palabras de Donald Trump diciendo que han presionado a la OMS para «engañar al mundo» sobre el COVID-19, con la consecuente pérdida del aporte de 400 millones de dólares por parte de los Estados Unidos (alrededor del 15% del presupuesto total). El gobierno comandando por Xi Jimping ni se inmuto ni perdió tiempo para responderle. A partir del año que viene seguramente lo reemplazará con su enorme billetera. Ya todos lo saben. Y no solo en relación a la OMS; sino que, probablemente, en poco tiempo tomarán la delantera económica y financiera a nivel global.
El caso del eterno Vladimir Putin es similar. Días pasados se aprobó la reforma de la Constitución, la cual que le concede al presidente no solo la posibilidad de ser reelegido una vez más, sino que promueve la fusión de territorios para simplificar la dinámica gubernamental rusa. El objetivo explícito es reducir el número de unidades administrativas para facilitar su manejo directo desde Moscú. Implícitamente, para los extranjeros, mejor es negociar con el garante de la estabilidad que todo lo controla y decide – sobre todo en relación a los ingentes proyectos relacionados a los recursos naturales estratégicos y la tecnología militar de punta -, que tener que negociar con un sinfín de interlocutores. Y a decir verdad, poco les importa lo que achacan los escasos opositores domésticos del Presidente, quienes lo comparan con Luis XV por su frase de cabecera: “Después de mí, la nada”.
Por supuesto, también tenemos políticas económicas exteriores autóctonas en las usuales democracias populistas “de izquierda y de derecha” de nuestra maltrecha región. Por ejemplo, el eterno ‘Estado Fallido’ mexicano hace tres semanas – después de 6 largos años de lucha de los familiares – ha podido identificar a solo uno de los 64 estudiantes secuestrados y asesinados por grupos criminales (en convivencia con autoridades políticas y de seguridad) en la localidad de Ayotzinapa. Por supuesto, ello no impidió que días más tarde Andrés Manuel López Obrador se reúna con Trump para continuar hablando del apoyo del gobierno mexicano a los empresarios estadounidenses; los cuales, con ‘denodado esfuerzo’, siguen produciendo en las maquilas para con el ‘bienestar económico’ de ambos lados de la frontera. Es lógico, la problemática socio-económica, política y de derechos humanos es históricamente estructural; y aunque el gobierno estadounidense ‘observe con preocupación’ (supongamos) el dilema de la violencia, la droga y la inmigración en México, la prioridad coyuntural es reactivar la económica post COVID-19 lo antes posible.
Adentrándonos en el problema de la deuda en sí, también tenemos diversos matices a nivel regional. Por el lado del ‘ala dura’, podemos mencionar que en el año 1986 Cuba entró en default provocado por el recorte de ayuda de parte de la antigua Unión Soviética. Años más tarde, tras varias décadas de bloqueo, el entonces Presidente Obama sorprendió al mundo cuando anunció que se restablecerían las relaciones diplomáticas con La Habana y que ello implicaba levantar determinadas sanciones crónicas sobre el país, incluyendo la deuda descripta. En este sentido, en el año 2015 la mayor parte de los miembros del Club de Paris condonaron 8.500 de un total de 11 mil millones de dólares de deuda interestatal. La moraleja: el margen para ‘aguantar’ que tuvo la dictadura de un proletariado adoctrinado, erguida en su posicionamiento tanto internacional como víctima del imperio, dio sus frutos. Solo había que tener fortaleza – con los costos socio-económicos que ello conlleva – para esperar el momento histórico adecuado.
Como contraparte, tenemos el ‘soft power’ ecuatoriano. El ministro de Finanzas, Richard Martínez, explicó días atrás que mientras continúan las negociaciones con los acreedores privados, también se llevan en paralelo conversaciones con el FMI. El fin es asegurarle a los Fondos de Inversión la sostenibilidad de la deuda; por supuesto, con la consecuente continuidad del círculo vicioso de endeudamiento. Aunque cercano en el tiempo, parece una eternidad política el Gobierno del predecesor Rafael Correa, quien suspendió parte de los pagos de la deuda externa ya que la misma era «ilegitima», bajo la argumentación de que el endeudamiento público era «una herramienta de saqueo de recursos y de sumisión a políticas impuestas por los organismos multilaterales». Las cosas han cambiado y hoy Lenin Moreno vuelve a poner las cosas – léase el histórico statu-quo – en su lugar para con el financiamiento y el repago de deuda internacional. Ello, por supuesto, tuvo su recompensa: Ecuador pudo volver a los mercados internacionales, emitiendo recientemente 2.000 millones de dólares en bonos soberanos a un plazo de 10 años y con una rentabilidad del 7,95%.
Finalmente, llegamos a nuestro país. Guzmán dio por cerrada la oferta a acreedores: «Hicimos nuestro máximo esfuerzo», dijo días atrás, mientras explicaba que no tenía más margen para la propuesta de reestructuración de deuda. Prácticamente sin quita de capital, y con un interés en dólares de más del 3% anual – que no paga ningún país ‘normal’ del mundo -, debería ser suficiente para convencer a los acreedores. Pero no. Aunque a algunos les parezca increíble, se requiere de una enorme fortaleza política para también tener que explicar que sin crecimiento económico, la sustentabilidad del pago será tan endeble como el historial de compromisos de nuestro país.
Quedó claro que el gobierno dejó la tibieza de una necesaria servidumbre – sin entrar en detalles de cómo se llegó a ello – para pasar a mostrar una fortaleza pragmática alejada de lo que algunos denominarían un vínculo de “dependencia tóxico”. Sin embargo, hay una reticencia, como hemos observado en diversas latitudes, de grupos de interés con objetivos de acumulación financiera exógeno, los cuales presionan a través de la colonización mental – léase los medios de comunicación que ellos mismos financian y controlan –, donde una gran parte de la población queda suficientemente anestesiada para no poder visualizar la relevancia de las victorias estatales, con el efecto derrame en el resto de las mayorías necesitadas que ello conlleva. También tiene su lógica: la redistribución de los triunfos nacionales a lo largo de la historia no solo han sido mayoritariamente efímeros e insuficientes, sino que además es más intangible que la fuerza que conlleva el discurso moral, religioso, o cultural que motiva y revitaliza al ser nacional.
¿Alcanza con transformar las victorias económicas de la política exterior en hechos patrióticos? ¿Podrá el incremento del conocimiento de la historia secular eliminar aquel miedo falaz que indica que los defaults determinados en algún momento de la historia implican el fin de las inversiones, cuando en realidad se ha demostrado que donde hay recursos estratégicos y mercados dinámicos el capital continúa viniendo? ¿Podremos comprender que cuando uno escarba en la arena económica internacional lo más difícil es discernir los engañosos intereses cruzados? Sino observemos el reciente beneplácito de nuestro país de haber sido seleccionado para realizar las pruebas de la vacuna para COVID-19 desarrollada por Pfizer; laboratorio cuyo uno de sus principales accionistas es BlackRock, el fondo que más trabas le pone a la Argentina en la negociación de la deuda. Las malas lenguas sostienen que Pfizer buscó países cuyos gobiernos estuviesen dispuestos a permitir los testeos en sus habitantes. Por supuesto, la negociación por la deuda externa de nuestro país con el Holding va por otro carril.
Para concluir, quería recordar una frase del ex técnico de la selección argentina de fútbol, Marcelo Bielsa, quien una vez le respondió a un afamado periodista en una conferencia de prensa: “Usted es mi enemigo, y ello me enaltece. Cuanto más lejos estoy de lo que usted representa, mejor soy”. ¿Sabemos realmente quien es nuestro enemigo? El foráneo, seguro. Si lo reconocemos, ya hemos ganado una parte importante de la batalla. Lo más difícil, sin embargo, es dar cuenta del enemigo interior, el egoísta que busca solo el interés propio y actúa en complicidad con el de afuera. Porque como dice un viejo dicho popular: cuídame de mis amigos, que de mis enemigos me cuido solo.