Una misma geografía para 2 historias diferentes

Publicado en el diario BAE, 2 de Febrero de 2010.

Autor: Pablo Kornblum

Las estadísticas sobre desarrollo humano que elabora la ONU hablan por si solas. La República Dominicana ocupa el puesto 90 en la clasificación del Desarrollo Humano, exactamente en la mitad de la tabla mundial. Haití ocupa el 149, entre Papúa Nueva Guinea y Sudán. La esperanza de vida al nacer en la República Dominicana es de 72,4 años, 11 años más que el vecino Haití. La renta per cápita de Haití apenas es una sexta parte de la de la República Dominicana (1.155 contra 6.706 dólares respectivamente en 2009). Para completar esta panorama sombrío, no podemos dejar de mencionar que en Haití proliferan los mercados más oscuros de tráfico de drogas, que su población se encuentra en un 10% infectada de Sida y que sus ingresos no les alcanzan para adquirir más que un poco de arroz u otros alimentos básicos, lo que acarrea secuelas de desnutrición y otros males físicos en una economía donde el 80% de los habitantes viven en extrema pobreza.

Esta situación ha sido provocada fundamentalmente por dos aspectos claves. Por un lado, la historia de la humanidad ha demostrado que los intereses extranjeros son simplemente eso, intereses foráneos que se contraponen generalmente con las necesidades autóctonas. Y Haití no es la excepción. El bajo nivel de los aranceles en la economía nacional que aumenta las importaciones en detrimento de la producción nacional es un claro ejemplo de ello. En consonancia, el otro gran dilema es la destrucción y apropiación extranjera de los recursos naturales. Su escasez y la vital importancia de los mismos, requieren de manera imperiosa un desarrollo sustentable que permita revitalizar y motorizar la economía nacional en el corto y sobre todo, en el largo plazo. 

En contrapartida, la República Dominicana, a pesar de no estar exenta a todos los males de América Latina – llámese dictaduras inescrupulosas, altos índices de desigualdad, etc. – ha protegido las riquezas naturales del país, comprendió la importancia del mercado interno, y alienta una producción nacional relativamente diversificada. Pero además, complementa aún más una macroeconomía equilibrada con un importante ingreso de divisas a través de una promocionada política turística – el país cuenta con una única variedad de bellezas naturales, desde cadenas montañosas con picos de más de 3.000 metros de altura hasta kilómetros de playas cubiertas de palmeras con un mar de color turquesa – que ya ha posicionado a la República Dominicana como un destino de calidad ante los ojos del mundo.

El punto a resaltar es que las diferencias serían aún mayores si no existieran los vasos comunicantes bilaterales de la inmigración. La única vía de escape para la mayoría de los haitianos provee mano de obra a muy bajo costo para los empresarios dominicanos; como contrapartida, ha dado sus frutos a través de las remesas que alimentan el Producto Bruto haitiano. En ese sentido, podemos mencionar que más de medio millón de haitianos viven en la República Dominicana, de los cuales 146.000 trabajan de manera oficial. Y se estima que el dinero que envían a sus familiares le da sustento a dos millones de haitianos aproximadamente. Además, para ambos países el otro constituye el segundo socio comercial, superado sólo por los Estados Unidos que es mutuamente el socio más importante.

Esta situación se ha visto reflejada en las palabras del presidente de Haití, René Preval, que en plena catástrofe la semana pasada mencionó que: “Haití no va a desarrollarse solo, mientras Haití tenga problemas, Dominicana tendrá problemas, por eso debemos reforzar los vínculos económicos, culturales, sociales, porque vivimos en la misma isla y debemos apoyarnos”. Las presiones a nivel económico y político derivadas del único vecino, impactan inevitable e indefectiblemente en República Dominicana. Tal como es la situación Israelí-Palestina, mientras no exista una verdadera mejora sustentable en la calidad de vida de los palestinos, no habrá una solución definitiva para ambos pueblos.

En definitiva, Haití requiere soluciones de toda índole. Pero la base fundamental y madre de todas las batallas debe ser lograr una verdadera autonomía nacional, recuperar la sustentabilidad de los recursos naturales y lograr un Estado eficiente librado de vicios de corrupción. Es clave que la República Dominicana lo comprenda y disponga esfuerzos altruistas que conlleven a mejoras sustanciales en todos los paupérrimos índices sociales del país vecino. Para que luego ambas naciones, con un nivel similar en la calidad de vida de sus pueblos, puedan juntas dar el salto cualitativo necesario para lograr un desarrollo socio-económico y político democrático y profundamente equitativo.