Un cambio que le quita previsibilidad al futuro de los chilenos

Publicado en el diario BAE, 19 de Enero de 2010.

Autor: Pablo Kornblum

Unos días antes de las elecciones del último domingo en Chile, ambos candidatos, el oficialista Eduardo Frei y el derechista Sebastián Piñera, peleaban por ese definitorio 7% de indecisos que le otorgaría la victoria definitiva en un final tan cerrado como atrapante.

Piñera se mostraba sensible a cuestiones sociales y respetuoso de los derechos humanos. Sin embargo, parecía ser un desafío difícil convencer a los votantes de Marco Enríquez Ominami de su apego a políticas que, aunque deberían ser básicas y comunes a todo partido político que desee el bienestar general, se transgiversaban y desdibujaban provocando confusión en un electorado que reconocía que el Partido de Renovación Nacional de Piñera es apegado a resaltar las bondades del mercado, el individualismo como promotor del efecto derrame, y al mantenimiento de los vínculos con la derecha conservadora de la UDI y su pasado Pinochetista.

Por otro lado, Eduardo Frei siguió la lógica de los que ya no pueden resaltar las virtudes propias y buscó desesperadamente la descalificación del rival. Tampoco parecía ser suficiente para los aun indecisos que deseaban una cultura política diferente, con un aparato social que beneficie a la juventud y favorezca un Estado dinámico e inclusivo. El ex presidente tenía bien claro que la elección del “menos malo” por parte de los votantes tradicionales de la izquierda no eran votos seguros, ya que podrían tomar decisiones y realizar cambios de último momento cuando se encontrarían frente a las urnas.

En las últimas horas antes de la veda, la impaciencia y desesperación conllevaron a las siempre indeseadas bajezas políticas, donde los ataques personales se multiplicaron de manera constante en todos los medios de comunicación. La riqueza, las capacidades técnicas, y los valores éticos y morales de ambos candidatos fueron puestos a prueba, demostrando la incapacidad de sacar a relucir otros efectos positivos ante la ausencia de un análisis profundo de dos plataformas políticas que ya no provocaban efectos diferenciadores en el electorado.   

Llegó el Domingo y luego de que las elecciones trascurrieran con total normalidad, la derecha volvió a La Moneda a través de los votos luego de 52 años. El 51,61% de los votantes creyó en la apuesta por el cambio. El derrotado Eduardo Frei, mientras tanto, conseguía el 48,38% de los votos y sentenciaba el fin de un ciclo que gobernó Chile desde el retorno de la democracia y que cayó víctima del desgaste del poder y las inevitables luchas internas.

Luego del triunfo, Piñera sacó a relucir el clásico discurso de derecha y hablo de cambio, unidad y crecimiento. También prometió combatir al narcotráfico y la delincuencia, como así el «restaurar la cultura de hacer las cosas bien», en referencia a su pensamiento de que la discusión por si debe haber más o menos Estado es obsoleta, ya que para el futuro presidente debe existir un Estado eficiente que se ocupe de todos. Por supuesto, finalizó afirmando que será un presidente de unidad nacional para todos los chilenos, pero con un compromiso y un cariño muy especial para los más pobres y la clase media. Aquellos que seguramente tienen temor de ser los menos favorecidos por su victoria.

El desafío para Piñera no es menor. En veinte años Chile creció y grandes mayorías alcanzaron niveles de vida con los que nunca habían soñado. El líder de la derecha deberá demostrar que puede ratificar lo que ha prometido y consolidar los logros, importantes pero insuficientes, de la Concertación: lograr para el 2014 un Chile desarrollado y sin pobreza. 

Sin embargo, deberá tener cuidado con la sombra de un pasado que lo perseguirá durante todo su mandato. Cualquier tipo de exceso de violencia o desmantelamiento del aparato social, sacará a la luz los fantasmas Pinochetistas que aun hoy revolotean con fuerza en la sociedad chilena. La oportunidad histórica la tiene: demostrar que realmente puede lograr el bien común, reducir las desigualdades y convertir a Chile en un país del primer mundo.

Mientras tanto, el resto de las izquierdas, desde las pragmáticas hasta las más revolucionarias, esperaran atentas y agazapadas. Saben que el margen de error de Piñera es mínimo. Y que su cálido discurso progresista difícilmente pueda ser llevado a cabo por sus políticas de derecha.