La crisis alimentaria no se encuentra en boca de todos

 Publicado en el diario BAE, 27 de Abril de 2010.

Autor: Pablo Kornblum

Parece poco creíble que a esta altura del siglo XXI tengamos que estar hablando de escasez alimentaria y hambrunas endémicas a nivel mundial. Es que las mismas no son problemáticas novedosas; más bien conviven con la humanidad desde su existencia. Por lo que no podemos hablar de una civilización inmadura o inexperta; sino que debemos entender los intereses creados en una arena internacional cada vez más interrelacionada y compleja.

Un primer enfoque nos sitúa en una población mundial que ha crecido exponencialmente en las últimas décadas, con una necesidad cada vez mayor en cuanto a alimentos y agua potable para satisfacer los requerimientos de todos los seres humanos. Un segundo punto que complementa el anterior, implica además un aumento en la cantidad de personas que ingresaron al mercado de consumo. Aunque las mejoras en la calidad de vida de las poblaciones de muchos países en desarrollo hayan sido relativas y parciales (China, India, el Sudeste Asiático, etc.), esta situación conllevó a incrementos sustanciales en la demanda de alimentos. Finalmente, la falta de desarrollo social y económico de países históricamente subdesarrollados y atrasados, afectan especialmente a los índices nutricionales y de calidad de vida de sus poblaciones. Latinoamérica es un claro ejemplo de ello. Un informe de la FAO de 2008, indica que el 10% de la población de América Latina y el Caribe padece hambre en una región que produce un 40% más de los alimentos que necesita para abastecerse.

Este contexto se complejiza con los diversos actores e intereses existentes a nivel internacional. Por un lado, las grandes corporaciones transnacionales entendieron que el ensanchamiento del mercado de consumidores derivaría en un consecuente aumento en las ganancias para los oferentes. La compra de grandes extensiones de tierra para producir alimentos a gran escala es un negocio cada vez más rentable para los que puedan conquistar los mercados de millones de consumidores.  Por ejemplo, en los Estados Unidos los mayores productores de cultivos genéticamente modificados, Cargill, ADM y el competidor Zen Noh, controlan entre ellos un 81% de todas las exportaciones de maíz y un 65% de todas las exportaciones de soja.

Por otro lado, nos encontramos con las diversas Cámaras Empresariales y Sindicatos que velan por sus intereses particulares. En muchos casos nos referimos a productores locales y trabajadores que, por cuestiones coyunturales que pueden convertirse en estructurales, pierden competitividad en el mercado global. Estos Lobbys deben lidiar con los gobiernos nacionales, presionando para que los mismos defiendan sus intereses ante los diversos Organismos Internacionales (llámese FMI, OMC, etc.).

En este sentido, los gobiernos nacionales no solo tienen que tratar de evitar políticas exógenas que puedan dañar su estabilidad domestica (ajustes, aperturas comerciales indiscriminadas, etc.), sino que además deben lidiar con una serie de contradicciones entre sus prioridades. La falta de políticas distributivas acordes, ineficacia en la asignación presupuestaria, inacción en políticas de subsidios para aumentos de capital/productividad, y una balanza comercial inestable que no permite el acceso pleno a los mercados internacionales de alimentos, son solo algunos de los inconvenientes más comunes de los países menos desarrollados. Un claro ejemplo ha sido la crisis del año 2008, donde los precios del arroz y del trigo subieron un 130% y 141%  respectivamente en un periodo de 6 meses, desatando graves disturbios sociales en países pobres como Indonesia, Mauritania o Haití.

Ante esta realidad compleja, podemos identificar algunas tendencias que parecen difíciles de revertirse. En primer término, nos encontramos con una revalorización de los productos alimentarios con su consecuente interés y concentración en manos de monopolios y oligopolios trasnacionales. Por otro lado, nuevos y existentes Lobbys se refuerzan y multiplican para proteger sus intereses en una era globalizadora cada vez más competitiva. Finalmente, tenemos dos tipos de Estados. Los inoperantes, negligentes o desinteresados que afectan el presente de sus ciudadanos, pero también condenan el futuro de sus naciones al no tener en cuenta los gastos crecientes en salud y las mermas en la productividad de sociedades desnutridas. Los otros, concientes que el deterioro de los términos de intercambio para los alimentos es parte de un pasado que probablemente nunca regrese, intentan realizar políticas activas a nivel nacional e internacional para poder abastecer a sus poblaciones. China es el gran ejemplo: Solo el 10% de su tierra es cultivable y ha buscado en la Argentina a un socio para la provisión de aceite de soja. Pero esta es solo una política coyuntural del gobierno Chino; en el futuro no muy lejano, podría autoabastecerse de soja de su producción en las 3 millones de hectáreas adquiridas en África. 

Por lo pronto, lograr una justicia alimentaria a través de una racionalidad global pareciera ser cada vez más difícil. Intereses creados, interrelaciones complejas y crisis recurrentes, parecen ser obstáculos inexpugnables para poder cambiar una historia dolorosa para cientos de millones de personas alrededor del mundo.