Autor: Pablo Kornblum
Publicado en el diario BAE el 20/11/2013
El flujo de inmigrantes mexicanos hacia Estados Unidos se ha mantenido a la baja o estable en los últimos tres años (se calcula que actualmente viven 6 millones de inmigrantes indocumentados de origen mexicano, 1 millón menos que en el pico del año 2007). Y este contexto ha afectado directamente al flujo de remesas hacia México, las cuales provienen en un 98% de los Estados Unidos. En este aspecto, a pesar de que en el año 2012 las mismas sumaron 22.438 millones de dólares y se consolidaron como una de las principales fuentes externas de ingresos del país, junto a las exportaciones petroleras y la inversión extranjera directa, las previsiones para fin del corriente año indicarían una caída en el rubro de 2.8% a alrededor de 22,000 millones de dólares (luego del tope de USD 27.000 millones en el año 2007).
Este escenario ha sido el resultado tanto de la inestabilidad económica estadunidense, como de la mayor estabilidad de la economía mexicana. Este último dato no ha sido menor. México ha tenido un crecimiento económico del 3,9% en 2012 (respaldado por un incremento sólido de la demanda), lo cual ha permitido mantener los índices de desempleo por debajo del 5% (4,5 % en la actualidad). Este contexto positivo cuantitativo de la economía real, ha sido complementado con un proyecto marcadamente neoliberal de reforma financiera y control de la inflación (3,57 % de incremento de precios en 2012; se esperan valores no superiores al 4% para el corriente 2013), el cual busca dar mayores incentivos a la banca para una extensión robusta del crédito, especialmente para con los grandes proyectos de inversión en infraestructura.
Pero como suele ocurrir en la historia latinoamericana, los factores del crecimiento de la macroeconomía no siempre van de la mano de mejoras en las variables microeconómicas del desarrollo cualitativo. En este sentido, las cadenas de valor de las Pymes y el escenario social continúan encontrándose en un segundo plano (52 de los 112 millones de habitantes de México viven en la pobreza), el asistencialismo enmascara las tibias políticas de desarrollo, y donde los incrementos de productividad no se asocian con una mejora en los niveles de ingresos de las mayorías, sino que se focalizan en generar una estructura corporativa más eficiente para competir en el mundo y continuar siendo uno de los principales proveedores de los Estados Unidos (287.824 millones de dólares de exportaciones en 2012), sobre todo ante el avance Chino/Asiático hacia el mercado estadounidense.
En definitiva, se podría afirmar que en lo transcurrido del Siglo XXI ha habido un acomodamiento macroeconómico inteligente (con mayor o menor incidencia relativa del flujo de remesas), con visibles resultados positivos tanto en términos cuantitativos como un todo, como para con las elites político/económicas (en términos electorales y de negocios). Lamentablemente, no se puede expresar lo mismo en relación al escenario socio-económico doméstico, el cual se encuentra embebido en acotadas mejoras marginales y una discursiva política confusa sobre un contexto complejo. Por lo tanto, lo expuesto nos permite dilucidar que el arte del crecimiento económico continúa primando, a años luz, por sobre el desarrollo socio-económico y político del pueblo mexicano.