Publicado en el diario BAE, 8 de Julio de 2008.
Autor: Pablo Kornblum
Durante la semana pasada, una serie de hechos han traído nuevamente a la escena internacional un conflicto que pareciera no solo no tener fin; sino que tampoco esta encausado como para obtener, en el corto o mediano plazo, una solución pacífica sustentable en el tiempo.
A principios de semana, luego de un mensaje del grupo libanés Hezbollah confirmando la muerte del piloto israelí Ron Arad, desaparecido en combate en 1986 cerca de Sidón (Líbano), el gobierno israelí le exigió a Hezbollah que explique cómo determinó que Arad está muerto. Un par de días más tarde, Israel volvió a cerrar los pasos fronterizos con Gaza. Las autoridades israelíes tomaron la medida tras el disparo de un cohete realizado por milicianos palestinos contra la población civil. El día miércoles, un hombre, de origen árabe, subió a una excavadora y destruyó por lo menos tres coches y volcó dos micros que circulaban por la calle Jaffa, una de las principales arterias de Jerusalem. Por último, el día jueves, Hamas decidió cortar los contactos con Israel, ya que según el dirigente de Hamas, Osama al-Madzini, el estado hebreo cometió numerosas infracciones (incluyendo un ataque contra palestinos en Cisjordania) desde que comenzó la tregua hace tres semanas.
Este conflicto que ya lleva décadas, contiene dos factores que per se son difíciles de solucionar por separado; pero que juntos se potencian negativamente aún más y nos acarrean a los extremismos que hemos venido observando durante años: la religión por un lado, y la situación socio-económica por el otro.
Las políticas extremas nunca han logrado resultados beneficiosos en el largo plazo. Ambas partes difícilmente lograrán llegar a acuerdos sustentables si sus líderes pertenecen a facciones extremas religiosas (o al menos estos grupos tengan un poder determinante en la toma de decisiones), ya que bloquearán cualquier tipo de iniciativa para lograr un dialogo concensuado que demuestre reales beneficios que puedan alcanzar (en mayor o menor medida) tanto a Palestinos como a Israelíes.
No ha existido paz y prosperidad duradera en ningún país o región del mundo sin acuerdos. Irlanda del Norte es un ejemplo donde, Protestantes y Católicos, entendieron que la historia ya estaba escrita y que juntos, cada uno desde su posición, tenían la responsabilidad de mirar hacia un futuro donde todos, al final del camino, se puedan ver beneficiados.
Cuando nos adentramos en las variables socio-económicas, es fundamental que ambas partes se encuentren a un mismo nivel de diálogo y entendimiento ante una situación tan compleja. Si uno de los grupos convive diariamente en un clima de inestabilidad laboral, falta de desarrollo personal y profesional, sin posibilidad de acceso a una educación abierta y objetiva, y con todo tipo de carencias en salud y alimentación, la visión y perspectiva ante los desacuerdos planteados tenderá a heterogeneizarse. Y si le sumamos la subjetividad e irracionalidad que el factor religioso le agrega a la discusión, un acercamiento entre las partes se torna todavía más complicado.
Finalmente, para que ambos pueblos logren un desarrollo pleno, un arreglo de paz es imperioso ante los ojos del mundo. La globalización y la interrelación de países y regiones, sumado a la importancia que tienen las Organizaciones Internacionales (Gubernamentales y no Gubernamentales), llevan a que hoy en día variables como la inversión, financiación y todo tipo de ayuda (ya sea tanto humanitaria como en políticas públicas en educación y salud, etc.), sean claves y necesarias para que los países alcancen altos estándares en su calidad de vida. Las consecuencias de mantener un conflicto militarizado derivarán en el automático rechazo por parte de la comunidad internacional, transformando todos estos beneficios en efectos negativos potenciados por el marco que encarna el paradigma global actual.
La paz y el desarrollo para Palestinos e Israelíes es una utopía para muchos. Pueblos y líderes capaces, racionales, y con una perspectiva realista que involucre un proyecto a largo plazo, podrán transformar la utopía en una realidad palpable y beneficiosa. Solo depende de ellos.