Nuevas Crisis, Viejas Crisis

Publicado en el diario BAE, 15 de Julio de 2009.

Autor: Pablo Kornblum

Los mandatarios de los ocho países más industrializados del mundo – el denominado
G-8, que incluye a los Estados Unidos, Japón, Alemania, Francia, Gran Bretaña, Italia, Canadá y Rusia – realizaron la semana pasada una cumbre de tres días en la ciudad italiana de L´Aquila. En la misma, los países miembros emitieron un diagnóstico poco alentador sobre la recuperación económica, donde la consideran aún amenazada por una recaída y por los riesgos de explosión social. Según subrayaron en un informe conjunto, «los efectos de la crisis económica en los mercados laborales pueden poner en peligro la estabilidad social». Y en ese sentido, podemos reflexionar desde una óptica global esta crisis de los países más importantes desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. 

En otrora tiempos más felices para los miembros del G-8, sus gobernantes miraban para otro lado cuando los “Estados Fallidos” del sub-desarrollo no cumplían con las mínimas condiciones políticas e institucionales para producir cambios estructurales que realmente mejoren los destinos de sus pueblos. En su visión, los estallidos sociales, la ampliación de la brecha socio-económica y los déficit crónicos de verdaderas democracias representativas, no eran culpa ni responsabilidad del mundo desarrollado.

Del otro lado, ineficacia e incapacidad (autoprovocada o fomentada por la dependencia de los centros) han sido moneda corriente en aquellos gobernantes del sub-desarrollo que nunca realizaron los cambios estructurales realmente necesarios. Los gritos de ayuda proclamados por los pueblos pobres del mundo, no hicieron eco en los oídos de propios y ajenos. Las soluciones definitivas fueron inexistentes para aquellos que sufren escasez, violencia endémica y la perdida constante de sus libertades.

Las tensiones que han surgido en el G-8 luego de la gran crisis económica global de los últimos tiempos, han puesto en estado de alerta a sus líderes. El reflejo de lo conocido en otras latitudes, saben, puede llegar a potenciar el descontento y las fragilidades del sistema hacia un punto sin retorno. La experiencia, por lo tanto, es una fuente de enseñanza fundamental para que los gobiernos encaren el futuro con otra perspectiva.

Por un lado, los países centrales deben realizar un análisis más complejo de las problemáticas globales. El entendimiento de los gobiernos del Norte sobre los recurrentes dilemas del Sur, puede solucionar problemas de base que representan un germen que raudamente se puede expandir en otros conflictos que no entienden de barreras geográficas, políticas o ideológicas. La desocupación, mal endémico del mundo sub-desarrollado, es un claro ejemplo: Si en Estados Unidos y Europa hubieran analizado más puntillosamente las causas del mismo en las diversas regiones del planeta, podrían haber realizado políticas que eviten la realidad actual: En el Viejo Continente, el nivel de desempleo aumentó en mayo al máximo registrado en 10 años, con más de 15 millones de personas sin trabajo. En Estados Unidos, la tasa de desempleo subió en junio hasta 9,5%, el nivel más alto en 26 años.


Por otro lado, deben poner más atención en los reclamos del mundo sub-desarrollado: Desde un sistema financiero y comercial internacional más justo, hasta el incremento de una mayor democracia representativa en los organismos y foros de discusión geopolítica. La declaración final de la cumbre del G-8 hizo en parte eco a este reclamo: Se expresó la voluntad conjunta de «buscar una conclusión ambiciosa y equilibrada de la Ronda de Doha en 2010», trabada por los reclamos cruzados de apertura de los mercados entre los países agrícolas del Sur y los industrializados del Norte. En este sentido, mejores prácticas e instituciones, justicia distributiva, y un sistema económico verdaderamente competitivo, mejorarán los estándares de vida de todos los involucrados, tanto de los países pobres como en los más desarrollados. La situación actual nos demuestra que ningún Estado esta exento de las vulnerabilidades de la interdependencia.

Finalmente, podemos afirmar que la historia nos puede dejar sabias enseñanzas. Desigualdad, ineficiencias, falta de comprensión y soberbia en los ámbitos políticos, económicos y diplomáticos de la arena internacional, conllevan a un final abrupto y descontrolado; donde en otros tiempos era solo aplicable a países del subdesarrollo, en la actualidad se ha expandido y generalizado por todos los rincones del planeta, tal como la globalización misma. La solución, por lo pronto, deberá buscarse en las antípodas: comprensión y respeto en conjunto, con políticas mancomunadas e igualitarias entre todos los Estados del planeta serán, sin lugar a dudas, un certero y efectivo punto de partida.