Publicado en el diario BAE, 3 de Junio de 2008.
Autor: Pablo Kornblum
En un informe divulgado el Martes pasado, la organización no gubernamental ?Save the Children? asegura que niños de tan sólo seis años son víctimas de abusos sexuales por parte de fuerzas de paz de la ONU, así como por trabajadores de entidades humanitarias en países como Costa de Marfil, Sudán y Haití. Hay que recordar que la ONU cuenta con 80.000 soldados, y 200.000 trabajadores humanitarios a lo largo y ancho del planeta. Y la mayoría de ellos hace un trabajo esencial para la población de los países destrozados por la guerra y la miseria.
La aberración de este informe no debe permitirnos acotar el problema a un grupo de seres humanos despreciables. Por ello, es fundamentar focalizarse en los factores estructurales de cada uno de los Estados involucrados, y encontrar las causas de raíz que provocan que millones de niños en el mundo convivan diariamente con una serie interminable de flagelos.
Los que más sufren los abusos son, indudablemente, aquellos que viven en países que sistemáticamente se encuentran sumergidos en guerras, pobreza extrema, y una total indiferencia gubernamental. La consecuencia de la inoperancia de sus líderes ha llevado a que las problemáticas domésticas jamás resueltas, traspasen la frontera de lo nacional; en su lugar, actores trasnacionales, como Estados y Organizacionales gubernamentales y no gubernamentales, han tomado cartas en el asunto. Pero lamentablemente, no todos los encargados de realizar tareas tan nobles para el bien del prójimo, cumplen estrictamente con su cometido. Como indicó la directora ejecutiva de «Save the Children» del Reino Unido, Jasmine Whitbread: ?Se han visto acciones despreciables de una pequeña cantidad de personas que abusan sexualmente de algunos de los niños más vulnerables del mundo, a los niños que se suponía tenían que proteger».
Si ampliamos el espectro, la extrema gravedad de lo ocurrido nos lleva a reflexionar sobre la trágica situación de muchos otros niños alrededor del planeta. En países envueltos en permanentes conflictos armado (desde Somalia y la República Democrática del Congo, hasta Irak, Zimbabwe y Sudán), millares de niños son asesinados, mutilados, violados y torturados cada año. A esto se le suman cientos de miles de niños reclutados como soldados que corren el riesgo de lesiones, discapacidad y muerte en combate; así como los abusos físicos y sexuales por parte de sus compañeros de filas y comandantes.
En América Latina, los niños suelen experimentar la violencia por parte de la policía y otros agentes encargados de hacer cumplir la ley. Los niños de la calle son objetivos especialmente fáciles por ser pobres, jóvenes, con frecuencia ignorantes de sus derechos y carentes de adultos a los que recurrir para pedir asistencia. Por su parte, las niñas de la calle pueden verse forzadas a ofrecer favores sexuales para evitar su detención o para permitir que la policía las ponga en libertad. Los niños de la calle, considerados vagos o maleantes, son muchas veces torturados, mutilados y víctimas de amenazas de muerte y ejecuciones extrajudiciales.
Si desviamos la mirada hacia vastas zonas del continente Asiático, es común observar millares de niños trabajadores que realizan labores que debieran estar exclusivamente destinados a los mayores. Desde pequeños, suelen soportar largas horas de trabajo penoso en circunstancias difíciles y dañinas. Para muchos de ellos, el abuso físico es una característica más de sus vidas cotidianas. Los niños trabajadores suelen ser golpeados por ser demasiado lentos, cometer errores, llegar tarde al trabajo, parecer cansados, o simplemente como método de intimidación.
Como podemos observar, la pobreza con sus consecuentes carencias en salud y de educación, la imposibilidad de vivir en un entorno familiar estable y digno, y la falta de una sociedad civil o política que los proteja dentro de un marco regulatorio e institucional adecuado, no son problemas exclusivos de algún país o región en particular.
Para terminar de completar el nefasto ciclo de violencia infanto-juvenil, no podemos dejar de mencionar la más triste de las contradicciones: Los responsables de las agresiones físicas y psíquicas son, en la mayoría de los casos, personas de su entorno encargadas de protegerlos.
Solo para mencionar algunos casos de nuestra región latinoamericana, en los últimos años han sido descubiertas diversos tipos de vejaciones por parte de las fuerzas de paz o miembros de las Organizaciones no gubernamentales que deben velar por la integridad de los sufridos niños Haitianos. O la policía Brasileña, que en lugar de cumplir con sus funciones de proteger y servir al prójimo, descarga en muchos casos su furia contra menores empujados a una vida callejera por la marginalidad y la desaprensión familiar. Para completar esta triste realidad, no podemos dejar de mencionar que los círculos viciosos de la pobreza y la falta de educación dentro de un entorno medioambiental adverso, son un caldo de cultivo en muchos hogares para el abuso por parte de los mismos familiares de los niños.
El dicho ?es mejor prevenir que curar? no podría ser mejor empleado que en este momento. Si los Estados lograran los niveles de desarrollo necesarios para darle una calidad de vida digna a todos sus ciudadanos, y a su vez se enmarcaran dentro de un sistema legal que proteja los derechos individuales de todos (sobre todo de los más desprotegidos) y que contemple políticas educativas que promuevan valores, derechos del niño y educación sexual, seguramente se evitarían la mayoría de estas terribles aberraciones. Y con total seguridad, los niños del mundo lo agradecerán.