Publicado en el diario BAE, 11 de Agosto de 2009.
Autor: Pablo Kornblum
Japón rememoró la semana pasada el aniversario número 64 de la bomba atómica sobre Hiroshima, con un llamado en favor de un mundo libre de armas nucleares por parte del alcalde Tadatoshi Akiba. En la actualidad existen cinco potencias nucleares declaradas: EEUU, Rusia, Reino Unido, Francia y China; mientras que otros tres tienen tecnología atómica de manera no oficial: India, Pakistán e Israel. Otros países, como Corea del Norte e Irán, poseen programas de desarrollo nuclear en marcha.
Aunque el secretario general de la ONU también se haya pronunciado días atrás diciendo que el objetivo del desarme nuclear es «alcanzable», o hasta el mismo Barak Obama haya declarado el pasado mes de abril en Praga que, «como el único país que ha utilizado un arma nuclear, Estados Unidos tiene la responsabilidad moral de actuar para lograr un mundo sin armas nucleares», la idiosincrasia internacional parece dirigirse por el camino opuesto.
Luego de la bipolaridad de la guerra fría y la unilateralidad neoglobalizadora de los Estados Unidos durante la década pasada, el siglo XXI trajo consigo la idea de democratizar la estructura internacional. Las discusiones en la Organización Mundial de Comercio por un comercio internacional más justo, la tolerancia a la multiculturalidad y la aceptación a la diversidad política doméstica, comenzaron a ser temas de debate y acuerdo en todos los ámbitos del escenario global. En torno a esta apertura, algunos Estados también pretendieron abrir la discusión sobre la posibilidad de adquirir y desarrollar todo tipo de energía nuclear, incluida la destinada al armamento bélico.
Pero desde un comienzo se encontraron rispideces derivadas de la sensibilidad del tema en cuestión. Por un lado, el desarrollo de una política energética se oculta en muchos casos detrás de la idea de una carrera armamentística con una expansión sin límites determinables. Para los Estados Unidos, esta situación es representada por el caso Iraní. El último informe de la Organización Internacional de Energía Atómica asegura que en la planta de Natanz ya están operativas cuatro mil centrifugadoras, y al menos otras 1.500 estarían en fase de instalación para ponerse a funcionar en el corto plazo. Los dirigentes islámicos insisten en el carácter civil del programa y defienden su derecho a disfrutar de esta tecnología como una solución para el día en el que se terminen el gas y el petróleo. En este sentido, el presidente Mahmoud Ahmadineyad expresó que “La energía nuclear es nuestro derecho”. Pero en la ambigüedad de sus palabras se trasluce una potencial mentira que genera desconfianza en los círculos más importantes de la alta política internacional.
El otro punto es el referido específicamente al poder y el control que genera la acumulación de armamento nuclear. Por un lado, les permitiría a los Estados involucrados en el desarrollo bélico mejorar su posicionamiento dentro de cada una de las regiones del tablero internacional, lo que a su vez implicaría un incremento de su poder económico y político. Por otro lado, nos encontramos con las disputas culturales e ideológicas que la historia no ha podido resolver y donde la solución pacífica es todavía una utopía en los postrimerías de está primera década del siglo XXI. En esta situación podemos circunscribir el caso de India y Pakistán. Se estima que Pakistán posee entre 30 y 50 cabezas nucleares no declaradas de 15 kilotones, similares a la de Hiroshima, además de tener almacenados 65 kilos de uranio enriquecido. Por otro lado, se calcula que India posee entre 30 y 40 cabezas nucleares no declaradas de 15 kilotones, con una capacidad destructora de 15.000 toneladas de TNT.
La historia ha demostrado que las variables culturales, económicas, religiosas e ideológicas pueden alejar a los Estados, tensar las relaciones entre los gobiernos o potenciar los desacuerdos sobre diversas problemáticas que afectan a sus poblaciones. Pero cuando el dialogo diplomático llega a un punto sin retorno, un aumento en las tasas de interés, la apertura política o la promoción de un cambio cultural se vuelven intentos inútiles para lograr acuerdos pacíficos. Y en la actualidad, el peligro de una guerra abierta implicaría consecuencias inimaginables si se conjugan el poderío nuclear y los instintos más primitivos del ser humano.
El foco de la discusión global debe centrarse en aquellos temas que hoy, después de la nefasta experiencia vivida 64 años atrás, pueden volver a activar el peligro de una guerra atómica. La escasez de recursos naturales, como el agua, los alimentos o las fuentes de energía, parecen ser la respuesta a tal vital pregunta. Y en este sentido, los Estados deben buscar las respuestas colectivas que eviten que las necesidades básicas de los pueblos corran peligro de no poder ser satisfechas. Ya que de no hacerlo, será imposible, en el mediano o largo plazo, evitar pasar de la retórica de la prevención a la acción.