Publicado en el diario BAE, 7 de Abril de 2008.
Autor: Pablo Kornblum
Muchos especialistas en historia militar opinan que Alemania comenzó a perder la segunda guerra mundial una vez que movilizó sus tropas hacia el Este y se decidió a invadir la Unión Soviética. Si algo estaba seguro Stalin, es que defendería la ?tierra madre? hasta las últimas consecuencias. Ucrania y Georgia representan, en la visión de Moscú, una parte integral de la Ex – Unión Soviética y se encuentran arraigados en el corazón de los dirigentes y el pueblo ruso. Por lo tanto, su inclusión dentro de la OTAN implicaría mucho más que una simple estrategia militar de ayuda mutua.
Pero el orgullo cultural y la racionalidad histórica no son la única respuesta que deja entrever Moscú. Ante un hipotético caso de que ambos países sean admitidos como miembros plenos de la alianza, las bases militares que podría instalar la OTAN en Ucrania y Georgia no solo implicarían tener al enemigo alojado en casa: Tal como ocurre en Kosovo (aunque nos encontremos ante una eventual problemática distinta), la capacidad de implosión estaría latente. La autodestrucción y el derrumbe de la Unión Soviética han sido un duro golpe para los rusos; pensar en la posibilidad de un ataque ?desde adentro? solo conllevaría a un retroceso del poder político internacional ganado en la era Putin. Y ante una cambiante realidad en la situación geopolítica internacional, es imposible poder determinar de antemano si Moscú podrá tener una tercera oportunidad para resurgir.
Por otro lado, podemos ver que la situación de Washington no difiere mucho de la de Moscú. Aunque en la actualidad el contexto multilateral y los medios que poseen ambos países son diferentes (a diferencia del plano bilateral con el que se vivía durante la guerra fría), el fin de ambos Estados es similar: Compensar las problemáticas en otras áreas claves de su interés, manteniendo o acrecentando su influencia en la esfera geopolítica internacional.
Para Estados Unidos, aumentar el poder de la OTAN, organización paradójicamente creada en plena guerra fría para contener el avance soviético y donde todavía detenta el mayor poder e influencia, significa obtener un mejor posicionamiento y mayor control del espacio mundial a través de la expansión de diversas bases militares en el corazón de Europa. La concreción de sus requerimientos implicaría un contrapunto en relación a la crisis económica doméstica y la hasta ahora más que negativa experiencia en Irak.
Rusia tampoco puede negar su problemática: El crecimiento de las desigualdades y las dificultades económicas de la mayoría de su población, sumado a los inclaudicables deseos secesionistas Kosovares, son factores que vienen siendo acarreados desde hace años y que sin lugar a dudas debilitan la estructura interna del Estado. En contraposición y tal como lo mencionamos con anterioridad, no se puede negar el poder político internacional recuperado por Moscú durante la era Putin: El incremento del poderío militar (incluyendo la recomposición de ciertas alianzas claves con países árabes), y un considerable aumento del control macroeconómico con políticas focalizadas en los oleoductos y gasoductos regionales, son, para muchos analistas, los puntos más salientes de la gestión de un presidente que se encuentra a meses de terminar su mandato.
Ahora bien, si planteamos que Washington y Moscú están tratando de recuperar el poder perdido y obtener, como en décadas pasadas, el mote de superpotencias, es porque otros Estados se han apropiado de parte de ese poder. Ante un escenario de juego de suma cero, las nuevas potencias económicas y militares (como lo son India e China), junto con la fortaleza regional reflejada en la estabilidad socio-económica de las democracias europeas (sobre todo a través del desarrollo de mercados e instituciones políticas comunes eficaces), nos llevan a focalizar nuestra reflexión en un proceso multilateral donde el poder se encuentra esparcido de manera difusa dentro de la arena internacional.
Hoy en día sería irreal hablar de dos potencias que deciden los destinos del mundo. Las discusiones que hemos observado dentro del ámbito de la OTAN en los últimos días son un claro ejemplo: Con decisión propia, las potencias Europeas han balanceado su posición. Por un lado, han apoyado la idea de los Estados Unidos de instalar el escudo antimisiles en Polonia y la República Checa. En contraposición, le han brindado un importante guiño a Moscú vetando la idea norteamericana de permitir que la Alianza Militar llegué a las fronteras Rusas.
En definitiva, el mundo ya no se asemeja a un partido de tenis donde solo dos rivales en cancha se pasan la pelota de un lado al otro tratando de vencerse; actualmente, nos encontramos con un tablero de ajedrez donde una diversidad de piezas, con distintas características y funciones, intentan reacomodarse constantemente para sacar el máximo provecho. Mientras tanto, los Estados Unidos y Rusia hacen su juego e intentan recuperar el prestigio perdido.