Publicado en el diario BAE, 09 de Junio de 2009.
Autor: Pablo Kornblum
¿Por qué debería votar? La pregunta seguramente habrá sido un denominador común entre los ciudadanos de los diversos países de la Europa unificada, donde la abstención alcanzó la tasa récord del 57% (llegando a superar en algunos países el 75%) en las elecciones parlamentarias del último fin de semana. Seguramente los razonamientos de la ciudadanía media son más que entendibles y el nuevo Parlamento Europeo deberá tomar cartas en el asunto. En palabras del presidente saliente del Europarlamento, el alemán Hans-Gert Poettering, la baja participación obliga a los «partidos políticos y a la prensa a examinar los medios para mejorar la forma» de comunicar la importancia de la Eurocámara.
¿Por qué nos encontramos con tal desencanto? Por un lado, las elecciones europeas se pueden observar como una decisión con consecuencias macro muy alejadas a las necesidades particulares del ciudadano medio. Mientras las fábricas languidecen, la producción de bienes y servicios se contrae y los empleos desaparecen, las expectativas de la ciudadanía se focalizan localmente y los problemas de naturaleza global o regional exceden el espectro de los votantes. Más aún: tampoco han ayudado con sus discursos pre-electorales los líderes políticos, ni gobernantes ni opositores. Solo unos pocos partidos hicieron campaña en clave europea, pues la mayoría de los partidos gobernantes basó su discurso en temas nacionales y los opositores pusieron sus esperanzas en desgastar a los gobiernos.
Otra visión, muy arraigada desde las épocas de globalización neoliberal, difunde la idea de que la crisis económica mundial es un problema exclusivo del mercado y no del ámbito político. Para muchos ciudadanos, el gobierno europeo no podrá ser efectivo ante los embates de un mercado colapsado, siendo las políticas económicas y financieras obsoletas ante el derrumbe del sistema. La realidad actual refuerza este concepto: la Comisión Europa saliente ha reaccionado tarde y con timidez a la crisis, donde además apenas ha podido conseguir coordinar las medidas nacionales para que no se desatara un espiral proteccionista.
Finalmente, el punto saliente y probablemente más reconocido por la mayoría de los votantes es la indiferencia y el sentimiento de culpabilidad hacia lo ajeno. Vecinos de la misma Europa son a su vez causantes de reestructuraciones corporativas, el incremento de la competitividad laboral y los desequilibrios macroeconómicos. En definitiva, el discurso populista basado en el miedo a los inmigrantes en tiempos de crisis y desempleo masivo resultó efectivo. Algunos ejemplos son claros: Holanda observó como la extrema derecha se convertía en la segunda fuerza política y en Rumanía los extremistas de derecha -que quieren «solución final para los gitanos»- también consiguieron escaños.
¿Porqué entonces votar políticas comunes? Ante la percepción de una amenaza, el ciudadano europeo se encierra en lo propio y conocido. Las estructuras de los Estados-Nación tienen siglos desde su creación, mientras que la Unión Europea es una institución moderna que data solo de unos pocos años, y donde las diferencias culturales, políticas e ideológicas intrínsecas tienen todavía una clara preponderancia por sobre la homogeneización de los fundamentos y los objetivos macroeconómicos.
El descreer de las capacidades del Estado como efector fundamental sobre las variables económicas, la bronca y el descontento hacia lo foráneo por la pérdida de puestos de trabajo, y un parlamente europeo ajeno e impotente ante las problemáticas locales, han conllevado al desinterés y ausentismo de gran parte de la ciudadanía; campo propicio para las políticas de control y concentración de poder económico y político de los conservadores.
El desinterés, la indiferencia y la incomprensión, le permitirán a los grandes grupos de interés continuar obteniendo rédito del poco beneficio que se puede sustraer de la actual coyuntura adversa. Mientras tanto, un marco de incertidumbre envuelve a una mayoría vulnerable; trabajadores y pequeños comerciantes de una clase media venida a menos que, pasiva pero impaciente, solo espera un futuro mejor.