Publicado en el diario BAE, 16 de Diciembre de 2008.
Autor: Pablo Kornblum
Ya no quedan dudas que Estados Unidos está pasando una de las peores crisis económica y financiera de su historia. Tras arduas tratativas entre demócratas y republicanos durante la semana pasada, el Senado estadounidense todavía no logró un acuerdo para otorgar un paquete de ayuda estatal a la industria automotriz por 14.000 millones de dólares, tal como exigían el presidente saliente, George Bush, y electo, Barack Obama. Esta semana continuarán las tratativas tanto con ambos partidos para intentar “rescatar” a las tres gigantes automotrices, General Motors, Chrysler y Ford.
¿Por qué el gobierno norteamericano debería salvarlas? Primeramente, estas empresas se encuentran insertas en un polo industrial generador de fuentes de trabajo y desarrollo productivo, incentivan a una economía regional pujante y provocan efectos derrame positivos para empresas vinculadas a su cadena productiva.
Por otro lado, el abastecimiento de su propio mercado interno, el más importante del mundo, produce efectos multiplicadores de riqueza dentro de los Estados Unidos. Finalmente, estas tres grandes corporaciones tienen un nombre a nivel internacional, siendo embajadores de los Estados Unidos alrededor del mundo como marcas representativas de la cultura, los valores, y la calidad de la producción norteamericana.
Aunque parece sobrada la fortaleza de los tópicos mencionados, la lógica del mercado y la globalización neoliberal, ideada y desparramada por el mundo por el propio Estados Unidos en las últimas décadas, indicarían lo contrario. Las administraciones ineficientes junto con la corrupción y la falta de competitividad, puntos en común que tienen las automotrices en cuestión, serían causales más que suficientes para decretar sus quiebras.
América Latina fue parte de este proceso y la Argentina fue uno de los mejores alumnos durante de la década de 1990´. Siguiendo las directivas del Consenso de Washington, las más grandes empresas estatales Argentinas fueron privatizadas por sus ineficiencias, la corrupción enraizada y la imposibilidad de proveer bienes y servicios en tiempo y forma. Y aunque YPF, ENTEL o SEGBA, entre otras, también representaban la historia y valores de nuestro país, para estas no hubo segundas opciones, revanchas ni salvatajes; las quiebras y posteriores privatizaciones fueron el único e irrevocable final.
Los resultados pueden ser discutidos: en términos generales, una mayor eficiencia relativa en la operación se contrapuso con despidos masivos, tarifas y precios elevados, y productos de regular calidad para los consumidores. En definitiva, resultados muy lejanos a la excelencia.
La problemática no es la contradicción en sí. No es el hecho que solo un par de décadas atrás la demonización del Estado era moneda corriente en el mundo occidental y ahora es pedido a gritos para salvar las ineficiencias de las grandes corporaciones que hicieron de su ejemplo la transnacionalización económica. La diferencia es la posibilidad y la libertad de optar. La que los norteamericanos tienen cuando deciden rescatar y ayudar al sector privado para fortalecer al mercado, o estatizar las empresas para hacerse cargos de sus pasivos e intentar corregir sus falencias. Esta opción, que la Argentina no ha tenido en gran parte de su historia debido a las políticas pseudo-impuestas. Tanto por los gurúes del afuera como los cómplices del adentro.
En definitiva, lo que queda claro es que para garantizar una verdadera igualdad y democracia internacional, cada Estado debe tener la opción de elegir y la autonomía para realizar las políticas domésticas más acordes y eficaces en beneficio de sus pueblos.
Entender la historia, aprender de los errores cometidos, y tomar de las experiencias a nivel internacional las políticas exitosas y las mejores prácticas para luego adaptarlas a las necesidades y recursos locales, debe ser el camino a seguir. De esta manera, evitaremos los rencores que provocaron ser solidariamente responsables de las imposiciones externas que desembocaron en las crisis económicas que se vivieron en nuestro país en las últimas décadas. Y que todavía estamos pagando.