La inflación, el factor desestabilizador tan temido – Cronista Comercial – Agosto 2022

https://www.cronista.com/columnistas/la-inflacion-local-y-mundial-los-tres-factores-que-empujan-su-efecto-social-desestabilizador-y-la-reaccion-de-las-personas/

La inflación a nivel mundial está en boca de todos. Impulsada por una combinación inusual de shocks de la oferta asociados con la pandemia y luego con el conflicto Ruso-Ucraniano (a lo que se le adicionan las tensiones permanentes en el Mar de la China Meridional), puso sobre el tapete una vez más tanto la relevancia de los recursos estratégicos y la geopolítica – alimentos, gas, litio, etc.  -, como la interdependencia de las cadenas de valor global, en un mundo donde las barreras políticas superan con creces a las económicas/financieras.    

Vayamos ahora a los fríos números. Y para poner dentro del marco de análisis una muestra razonable, dejemos de lado los casos de ‘descontrol por fuera de la media’ – como sería el caso de nuestro país -, para focalizarnos en la mayor parte resto del mundo donde, desde hace décadas, la normalidad del índice se sitúa en un dígito. Como indican los libros.

En Europa, la inflación interanual se ubicó en el 8,9%, por lo que el Banco Central Europeo acaba de subir las tasas por primera vez en más de diez años. En el Reino Unido se ubica en torno al 10%. Estados Unidos ronda el 9,2%. Si nos corremos hacia el Oriente, tanto en China como en Vietnam, Indonesia, Japón y Malasia, así como también en Taiwán, Hong Kong y Macao, la inflación permanece por debajo del 4%. Las razones son diversas: un ‘cierre pandémico’ que todavía juega fuerte, precios claves intervenidos (como es el caso emblemático de la electricidad), o la prohibición de exportaciones de bienes relevantes para sus economías (el pollo en Malasia o Indonesia con el aceite de palma, solo para citar un par de ejemplos). En todas las medidas se observa, siguiendo los patrones de la historia regional, el fuerte paternalismo estatal.  

En cuanto a nuestros países vecinos, la situación no varía en demasía de lo que ocurre en el resto del mundo occidental: Chile ronda el 13%, Brasil el 10% y Paraguay el 11% interanual. El ejemplo, aunque asombre a muchos, parece ser Bolivia: 2% desde Agosto de 2021 al corriente mes. Macroeconomía estable, empoderamiento de los recursos estratégicos, acuerdos firmes con todos los sectores inmersos en la puja distributiva y con incidencias sobre el nivel de precios. Parece sencillo, pero es una construcción institucional que llevó su tiempo, y así lo entendió cabalmente el Movimiento al Socialismo (MAS) de Evo Morales y compañía: a la bendición de los recursos naturales estratégicos, había que conjugarlo con pragmatismo, ideas fuerza claras, y un norte bien definido. Sin titubeos. 

Ahora bien, ¿cómo impacta este escenario ‘inflacionario en exceso’ en la sociedad? Aquí se encuentra un punto fundamental: la gran virtud de los hacedores del actual ‘Sistema-Mundo’ impregnado en una lógica neoliberal, estuvo en su capacidad de establecer un nuevo modelo antropológico, que es el modelo del individualismo posesivo, de la competencia como forma de vida, de la precariedad social como manera natural de existir en el mundo.

En tanto a este último punto, la inflación, a diferencia de un escenario recesivo o de pobreza, no puede ser enmascarada en las culpabilidades endógenas; por ejemplo, uno puede estar desocupado por no estar lo suficientemente capacitado, por no poder adaptarse a los cambios tecnológico-productivos, o por no tener el suficiente ímpetu – por no decir pereza – para enfrentar el mercado laboral.

Por el contrario, un contexto inflacionario le proyecta al ciudadano automáticamente la culpabilidad exógena: del gobierno inoperante, de las corporaciones monopólicas formadoras de precios sedientas de rentabilidad, de la debilidad de la moneda, etc. El otro es quien me causa el ‘no llegar a fin de mes’ por los precios que suben todo el tiempo, o el que me imposibilita tener previsibilidad para que mi emprendimiento funcione.  

Bajo este marco, es entendible que el gran capital concentrado se identifique con la mayor amplitud posible de la esfera política, como la ‘solución de gobernabilidad’ perfectamente plausible. A lo único que le temen es a la inestabilidad provocada por las tensiones sociales de aquellos que sienten que es el sistema, y no sus propias incapacidades, lo que los sumerge en la pobreza. No por nada entonces los principales gurúes del mercado, aquellos embebidos en consultoras sostenidas por los poderes fácticos, insisten en que, aunque la recesión y la inflación son indeseadas, “la inflación es la primera que hay que atacar”.

Es verdad que sin estabilidad macroeconómica no se puede combatir la pobreza. O mismo que una inflación elevada puede tomar muchos años en ser ‘derrotada’, mientras que las recesiones se pueden superar más rápidamente. Pero el verdadero ‘Leitmotiv’ del férreo discurso antiinflacionario es imponer la lógica de la estabilidad, del sosiego. Ante un escenario recesivo, uno puede llegar a analizar que no se encuentra trabajo por una falta de aptitud nuestra en la entrevista laboral; o que el negocio del que somos dueños no vende no porque no hay dinero en el bolsillo de la gente, sino porque uno no es lo suficientemente creativo para saber qué, cómo y dónde vender. Y así podemos seguir inculpándonos a nosotros. Porque la explicación a través de los grandes medios de comunicación es más fácil de manipular, moldear, tergiversar, evitando que se piense – aunque sea se reflexione -, de que el verdadero problema es el sistema y no uno.  

Bajo una inercia inflacionaria, pasamos por el supermercado y observamos que el precio de nuestro salario siempre viene corriendo por detrás. Ni que hablar de las Pymes que no pueden reponer la mercadería, por falta de insumos o por precios que se duplicaron en cuestión de días. Ahora bien, podemos pensar que todos pierden, pero no es así. Con un proceso inflacionario siempre hay algunos que ganan. Y generalmente – por no decir siempre – los vencedores se encuentran entre las grandes corporaciones monopólicas de la economía real o la financiera; que si no se ven beneficiados por su posición dominante en el mercado, tienen espalda financiera – dólares afuera dixit -, además de contactos políticos que les mantienen los privilegios (subsidios, exenciones, aranceles preferenciales), que les auguran suficiente resto para esperar displicentes que capee el temporal.

Por ello lo más relevante para las elites políticas en un escenario inflacionario es lograr desesperadamente que las tensiones sociales se amainen, que las almas se tranquilicen.  Porque el distinguir las responsabilidades de las elites económicas no solo es más difuso – en un modelo donde prima la acumulación, salvo casos de obscena corrupción es muy difícil demostrar su responsabilidad sistémica como monopolios concentrados que obstaculizan el desarrollo socio-económico de la nación -, sino que además son especialistas en lavar culpas. Mejor dicho, en trasladárselas a la inoperancia de los gobiernos de turno. Cómplices hasta que dejan de servir. Y en momentos donde la inflación es galopante y acecha a las mayorías desahuciadas, el poder político de turno es un fusible rabioso siempre a tiro de volar por los aires.

Pero por las dudas, porque siempre existe la posibilidad de que las tensiones y el malestar se potencien exponencialmente y arrastren al ‘círculo rojo económico’ a un esquema del que pueden perder, holgadamente, los estructurales beneficios que poseen (sino pregúntenle a Piñera como una decisión política como lo fue un incremento en el boleto de transporte conllevó al fin de la Concertación y los privilegios de una minoría en Chile), el poder económico concentrado debe ser precavido. Por ende, para las elites económicas siempre es preferible combatir con vehemencia la inflación y no una recesión empobrecedora diluida en responsabilidades. Y es que aunque ambos son los peores males que cualquier economía debe combatir – sin mencionar los problemas más agudos de la propia  estanflación, que requiere un capítulo de análisis aparte – es claro que eliminar de cuajo la inercia inflacionaria es la forma más eficaz para la mantención del statu-quo.      

La Equilibrista que llegó del Espacio – Infobae – Septiembre 2022

https://www.infobae.com/cultura/2022/09/01/la-equilibrista-que-llego-del-espacio-ciencia-ficcion-familia-y-argentinismo-a-flor-de-piel/

Cuando abría el diario de adolescente, nunca dudaba en comenzar en la sección “Mundo”. Años más tarde, aquellos momentos que entremezclaban ocio y aprendizaje se habían transformado en el disfrute de una carrera profesional y un norte alcanzado: había finalizado mi doctorado con la tesis ‘El escenario económico de la inmigración mexicana en los Estados Unidos. Del dilema social al conflicto interestatal’.

En aquel momento, título en mano, hice mi primer ‘click’: con algunos retoques, confié en que podía explicar de forma didáctica y sencilla, cómo la decisión de un colectivo de individuos de emigrar y buscar una vida mejor, podía derivar en una diversidad de aristas económicas que, a su vez, confluyen hasta finalizar en tensiones o acuerdos diplomáticos estratégicos. De aquella reconversión resultó mi primer libro.   

De a poco fui desarrollando mi pasión por la escritura y, ya con algunos años de docencia universitaria y varios artículos publicados, comencé a escribir ‘La sociedad anestesiada. El sistema económico global bajo la óptica ciudadana’. El anterior ensayo había sido muy específico, muy minucioso sobre un escenario puntual. Pero Wallerstein y su ‘sistema- mundo’ se habían impregnado en mi mente y en mi corazón: deseaba hacer un trabajo totalizador, aquel que pudiera poner a disposición mi conocimiento para intentar explicar no solo como funciona el mundo, sino – y sobre todo – como lo comprenden las personas que lo habitan.  

Es que en la historia de la humanidad los dilemas son cíclicos, se ‘aggiornan’ a cada coyuntura espacial y temporal, pero nunca desaparecen: la ambición por el poder y la riqueza, la permanente lucha – prolongada y compleja – por la libertad y la justicia, la comprensión del posicionamiento que tiene cada uno en un mundo eminentemente clasista, y así podríamos continuar. Si bien podrá existir un diferencial en cuanto a lo tecnológico, la esencia, aquella que conjuga lo que nos apasiona, los deseos, lo que nos motiva a perseguir nuestros sueños, no cambia.

En el mientras tanto, las obligaciones de la vida cotidiana no lograron detener mi pasión por la lectura de novelas distópicas, especialmente aquellas con una relevante impronta ideológica, donde la economía, la política, y las temáticas sociales relucen a flor de piel; desde las clásicas como ‘1984’, ‘Rebelión en la Granja’ o ‘Mercaderes del Espacio’, hasta las más recientes ‘V de Vendetta’, ‘Rendición’, o ‘El Círculo’.

Entonces me pregunté a mi mismo: ¿por qué no escribir una novela? ¿Por qué no animarme a conjugar mis conocimientos de economía y relaciones internacionales, con todo lo que había absorbido a través de mis lecturas sobre escenarios de distopía? Por supuesto tuve dudas: adentrarme en un nuevo mundo, sin todas las herramientas que uno entiende debe tener todo escritor de un género específico, podía resultar demasiado audaz. “No importa que no tengas experiencia en la temática, vos arranca a escribir”, me dijo mi amigo y escritor Fernando Chulak. Ese fue el empujoncito que me dio la confianza necesaria para comenzar; con los temores lógicos, pero también con todas las expectativas que implica escribir una novela que guste, que se disfrute, que ayude a reflexionar.

Digo esto porque a pesar de ser una historia que se centra en la familia, la pasión, el altruismo y el amor, se trasvasa permanentemente por la economía, la política, los temas internacionales. También se tocan cuestiones judiciales, medio ambientales, de recursos y tecnología. Pero sobre todo hace referencia a la puja de intereses de los que menos tienen con los poderes fácticos. Y ello implica un legado de lucha, de nunca rendirse, que se refleja a través de las decisiones firmes, la estrategia, el valor y la ética. El poder expresar, como se pueda – en este caso el de una protagonista adolescente – lo que se piensa, y posteriormente llevarlo a cabo, cumplir con la palabra. Que no es poco. 

Hubo tiempos donde pude avanzar más rápido; otros más lentamente. Durante la pandemia, junto a mi esposa Fanny los días se destinaban al cuidado de la pequeña Malena, mientras estábamos en la dulce espera de Camila. Pero las noches eran mías, y me dieron el tiempo suficiente para, con la paciencia necesaria, darle los arreglos apropiados que permitan generar ese dinamismo atrapante que necesita todo relato. Pero además – y sobre todo – pulir algunos detalles para que se vieran reflejados claramente aquellos valores en los que creo fervientemente.

En este sentido, y tal como lo refleja mi prologuista Daniel Blanco Gómez, nunca dude en que los ejes centrales fueran el amor, la ética que tenemos como individuos y en sociedad, la familia, la transgresión para alcanzar un deseo anhelado. No por nada la novela se encuentra ambientada a finales de este siglo XXI, cuando una pareja decide tener un hijo por fuera de las normas establecidas por el gobierno argentino. Ello desata una variedad de episodios en la tierra, pero también en una Base Espacial donde se profundizan las problemáticas y se plantea la necesidad de un cambio. Una historia que se encuentra embebida en un argentinismo a flor de piel, donde se expone la dificultosa búsqueda del preciso equilibrio entre libertad y equidad, entre el yo y el nosotros, entre el pequeño micromundo personal y el medioambiente que nos impacta a todos. En definitiva, creo los dilemas que se les presentan a los protagonistas simbolizan una gran parte de la disyuntiva presente y futura de la humanidad.

Finalmente cuando finalicé la obra y esperaba con ansiedad su publicación, revoloteaba permanentemente en mi cabeza un pensamiento: ojalá la novela interpele al lector sobre qué tipo de mundo desea vivir, cuáles son sus prioridades, y hasta que tipo de injusticias se encuentra dispuesto a tolerar. En un ‘mundo liquido’, donde todo parece ser negociable, creo que es un debate interno que nos debemos dar.

“LA EQUILIBRISTA QUE LLEGÓ DEL ESPACIO” de Pablo Kornblum – @KornblumPablo – se puede conseguir en formato papel o digital a través de Editorial Almaluz (www.editorialalmaluz.com.ar), como así también en las principales librerías del país.

¿Socios, amigos, hermanos?

https://www.ambito.com/opiniones/uruguay/mercosur-socios-amigos-hermanos-n5503149

Uruguay no solo continúa avanzando en las negociaciones para firmar con China un Tratado de Libre Comercio (TLC), sino que además confirmó que solicitará su ingreso al Acuerdo Transpacífico, el tratado de libre comercio entre 11 países de la Cuenca del Pacífico. 

Su partenaire no ha dudado ni un instante: China es firme partidario del libre comercio desde que se abrazó con todo su ser al liberalismo clásico en los albores de este siglo (puertas para afuera, porqué hacia adentro aplica un férreo neo-keynesianismo) y se encuentra dispuesta a negociar y suscribir TLCs con todos los países que tengan interés. Tanto con Uruguay en particular, como con el Mercosur como bloque. En este aspecto, China ya viene reclamando desde tiempo atrás un TLC con el Mercosur; sin embargo, el mismo sigue sin responder de forma conjunta. ¿El dialogo con Uruguay no será una forma de adelantar los tiempos? En parte, probablemente.

Como contraparte, ya hubo tensiones entre Uruguay y el resto de los miembros de la Unión Aduanera. Brasil, Paraguay y Argentina advirtieron que la estrategia de Lacalle Pou no respeta la normativa que dio origen al Mercosur, en referencia a la Decisión 32 del 29 de julio de 2000 que tomó el Consejo del Mercado Común, bajo la cual se reafirmó «el compromiso de los Estados Partes del Mercosur de negociar en forma conjunta acuerdos de naturaleza comercial con terceros países o agrupaciones de países extrazona en los cuales se otorguen preferencias arancelarias».

¿Cuál es el argumento de Uruguay para con el avanzar en una negociación bilateral? Más allá de las cuestiones de tinte global – donde Uruguay cree que se necesita un Mercosur más flexible, ya que el asumir compromisos bilaterales es más factible y efectivo que los multilaterales -, la pregunta central es endógena: ¿Alguna vez funcionó realmente el multilateralismo a través de la Unión Aduanera que representa el MERCOSUR? Mmmm. No solo los números no avalan el éxito colectivo rotundo. Sino que, además, cada uno hizo individualmente lo que quiso (y pudo). Literalmente.

¿Razones? El Mercosur tiene varios problemas: ha quedado rígido y poco vinculado al resto de las regiones, tampoco se ha adaptado a la nueva economía del capital intelectual e intangible, y además todavía tiene su basamento en la geografía física cuando en el mundo tiende a prevalecer la geografía digital. Mismo el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), sostiene que el Mercosur presenta una unión aduanera imperfecta e ineficiente con aranceles elevados; un mecanismo decisorio lento y con pocos acuerdos comerciales; una armonización regulatoria limitada y políticas sectoriales divergentes; como así también normas con diferentes grados de vigencia o aplicación.

Por otra parte, aunque el deseo está, los uruguayos no son ingenuos y trabajarán quirúrgicamente: aunque China ya es el principal socio comercial y destinatario del 30% de las exportaciones uruguayas, perder los lazos con el Mercosur sería un golpe para el escenario geoeconómico del vecino país oriental. Además, el malestar tiene más de racionalidad que de pasiones: Lacalle Pou le ofrece a China una vía de acceso al Mercosur que forzaría a los demás países a aislar a Uruguay para evitar que ingresen, por esa vía, productos con regímenes laxos a Argentina, Brasil y Paraguay. La lectura es lineal: con tres millones de habitantes, Uruguay es un mercado irrelevante para China salvo que eso le facilite el acceso, sin trabas, a los dos mercados más grandes de la región: Brasil y Argentina.

En este marco, también se debe analizar qué tipo de política económica exterior quiere cada país. ¿Seguimos con la dependencia del campo? La conveniencia en clara, si NO queremos darle impulso a varias ramas de nuestra industria. No debemos ser ingenuos: cuando hablamos de los impactos en las corrientes de importación en el marco de un TLC con China, su estructura productiva actual – y mucho más la futura – lejos se encuentra de implicar un cambio en la relación centro – periferia de venta de manufacturas y bienes de capital (ahora con mayor nivel de sofisticación) por las materias primas de nuestro bendecido suelo.

Sin embargo, para suavizar tensiones y que ‘nadie se sienta excluido’ – más allá de las conveniencias propias nacionales – una de las estrategias del gobierno uruguayo, ha sido advertir que el Mercosur podría sumarse a este TLC; es decir, que no sea solo Uruguay quien lo firme sino también los otros tres miembros plenos. Que también es un deseo Chino: en este sentido, el director general para América Latina y el Caribe de la Cancillería china, Cai Wei, afirmó que «China está abierta a la cooperación tanto con el Mercosur en conjunto, como con cada país miembro en particular. China es firme partidario del libre comercio y está dispuesto a negociar y suscribir TLCs con todos los países interesados”. Con su nivel de productividad y competitividad, su producción a escala, y el nivel de sofisticación tecnológica sostenible de largo plazo, es suficiente explicación para destilar optimismo para con el intercambio victorioso que les permita conseguir lo único que no se puede obtener por motus propio: materias primas y recursos naturales estratégicos.  

Pero no es todo tan senillo: hay demasiados actores e intereses en juego. Solo para citar un ejemplo, Paraguay sostuvo que está dispuesto a discutirlo, pero advirtió que “no se aceptarían condicionamientos” por parte del gigante asiático, en momentos en que los guaraníes negocia también un acuerdo con Taiwán.

Ni que hablar si nos referimos a la disputa de las grandes potencias: en este sentido, como la economía centraliza y comanda mientras la política tiene sus aristas en dinámicas que se balancean brindando un mayor margen de maniobra, parece que la preocupación en Estados Unidos por la inmiscuisión China queda en un segundo plano. Es que en realidad ya lo han probado: por parte de los Estados Unidos no hay más que alguna queja o resquemor alejado a sabiendas que China se ha quedado con la pesca en el Rio de la Plata y los puertos uruguayos. Es que poco pueden hacer en una región que ya se les fue de las manos; más aún en este contexto de guerra fría bipolar donde los principales frentes se encuentran en Europa Oriental y Asia.   

¿Qué debe hacer el Mercosur? Pregunta demasiado compleja si no se comprende el contexto de una región que se anticipó a la polarización global y los ciclos ‘anti-gobierno de turno’ que se radicalizan, con avances y retrocesos, pero con un norte que parece irrefrenable hacia cambios irreverentes basados en el enojo y la frustración ciudadana.

Y ello claramente tuvo su impacto: la integración ha estado sujeta a los cambios de color en los distintos gobiernos. Por ejemplo, hubo un período en el que el Mercosur actuó más como contrapeso ideológico a la Alianza del Pacífico, el bloque comercial más liberal compuesto por Chile, México, Perú y Colombia. Luego, a la hora de expandir sus miembros, hubo decisiones conflictivas: tras el boom de las materias primas Venezuela formó parte del bloque, pero luego fue suspendido cuando la región viró hacia la derecha; por su parte, Bolivia ha entrado en el camino hacia la adhesión, pero con el ‘golpe de Estado mediante’, todavía se encuentra en proceso para alcanzar los plenos derechos.

Por otro lado, hay un histórico escenario que es insoslayable: la explicación del fracaso, las idas y venidas, también se encuentran en la ausencia de voluntad política. Más allá de otros factores como la falta de complementariedad estructural – con visibles asimetrías existentes y diferentes velocidades – entre los países miembros, la dependencia externa, la incertidumbre financiera, y las estrategias cambiantes de las grandes corporaciones transnacionales — que ejercen un peso determinante sobre las fluctuaciones que caracterizan los intentos de integración latinoamericanos -, los ‘shocks idiosincrásicos’ que afectan a los países en términos individuales obstaculizan los beneficios de aplicar políticas integradas para salir de la crisis.

Ante este escenario, ¿Podemos pensar en políticas de Estado conjuntas, un ‘win-win’ sin obstáculos ni retrocesos? Aun cuando los países estuvieran plenamente de acuerdo con los provechos de un trabajo mancomunado, la coordinación exige no solo tiempo y esfuerzo, sino una dinámica macroeconómica en cada país que estimule a avanzar en esta dirección. Pero estamos acostumbrados – principalmente nuestro país – a vivir bajo una permanente y notoria volatilidad, como así también la falta de convergencia de las variables macroeconómicas principales. El tipo de cambio es un claro ejemplo: si bien el comercio regional está liderado más por la actividad económica de los socios que por las políticas cambiarias, las variaciones violentas tipo de cambio ha sido una clara barrera para adoptar políticas que sostengan el crecimiento por encima de las consideraciones de competitividad. Sino miremos la unilateral convertibilidad Argentina en la década de 1990’, con las consecuentes las políticas desasociadas que llevaron a cabo los restantes miembros del bloque.

Para concluir, es importante destacar que una lógica de conjunto depende de decisiones colectivas en pos de un crecimiento y desarrollo económico armónico en todas y cada una de las geografías. Difícil en un mundo de complejidades crecientes y mezquinos intereses: la geopolítica y la geoeconomía actual potencian ganancias a través de las cadenas globales de acumulación de capital de los grupos concentrados de poder económico y político; en este aspecto, los países del Mercosur, como meros jugadores que tratan de contener – económica y espiritualmente –  a aquellas mayorías que son parte de la socialización de perdidas y no comprenden cabalmente que la mantención de jurisdicciones nacionales es un mero hecho político/institucional que les permite, a unos pocos, mantener el statu-quo y su posición privilegiada, difícilmente se pueda avanzar en un proceso que desarrolle claros beneficios socio-productivos en términos macro y microeconómicos, sin excluidos. No hay otra manera de conquistar la verdadera y afamada denominación de ‘patria grande’ en el sur de nuestro continente.     

Reseña libro 5G, La Guerra Tecnológica del Siglo de Gabriel Balbo

Nadie puede dudar que la tecnología ha cambiado la historia de la humanidad misma, sobre todo en sus variables estratégicas a nivel macro más ‘agudas’, como son la geoeconomía y la geopolítica.

En este sentido, la tecnología que impuso la revolución industrial configuró un mundo donde productores de manufacturas y productores de materias primas intercambiaban sus tan preciados bienes bajo la impronta de la teoría liberal.

La inversión en ciencia y tecnología que vendría en el siglo XX no solo hizo un diferencial para mejorar las capacidades estratégicas de aquellos Estados que lo habían impuesto como prioridad (como podría ser los Estados Unidos de Norteamérica o Alemania), sino también para la guerra, con el instrumento militar como eje central en la disputa por el poder y la riqueza global.

En la post 2da guerra mundial, el combo ‘finanzas-telecomunicaciones’ aceleró el proceso de globalización, y con ello se profundizó la contienda en cada uno de los confines de la tierra. Con la nueva tecnología, simplemente apretando un botón ya se podía realizar una transferencia de dinero o una comunicación estratégica a miles de kilómetros; lo que, indefectiblemente, comenzó a generar variaciones, rebalanceos en la puja de intereses global.

Bajo el marco descripto, Balbo nos transporta a una actualidad donde la relevancia del 5-G se vuelve fundamental en la disputa geopolítica y geoeconómica. La información transportada por las redes es clave en términos de crecimiento y desarrollo económico, pero también – y sobre todo – para realizar inteligencia, conocer los datos, intereses, y objetivos tanto de actores privados individuales, instituciones, Gobiernos.

Las Elites lo saben y entienden que, el dominio de la tecnología de las comunicaciones conjuga todo lo que ellos desean mantener, ese statu-quo que los hace inexpugnables: generar enorme rentabilidad económica y asfixiante dependencia política se torna un ‘Must’ para quienes desean mantener sus privilegios.

Dado lo expuesto, el libro de Balbo se destaca entre la actual literatura de relaciones internacionales por entrar dentro del escaso nicho de textos que ahondan al mismo tiempo la geopolítica, la tecnología y los negocios.

La obra se introduce de manera exhaustiva en las relaciones subyacentes al despliegue de una nueva tecnología de telecomunicaciones inalámbricas -el 5G-, buscando la justificación de los hechos desde una mirada centrada en el ejercicio del poder.  El autor deja en evidencia las disputas entre Estados Unidos (“y aliados”) y China en el campo de la tecnología y en la arena de los negocios asociados a la tecnología 5G, considerando además la dimensión de seguridad internacional que presenta la cuestión.

A modo de introducción en la problemática, el autor señala la importancia de la nueva tecnología inalámbrica como factor de relevancia para las nuevas relaciones sociales, económicas, de seguridad y defensa, etc.

…la industria de las telecomunicaciones se constituye en el presente como un sector económico que contribuye necesariamente al funcionamiento de diversos sistemas, tanto en la industria y en la actividad económica en general como en la administración pública, y de su performance depende el óptimo resultado obtenido en todas estas actividades.

Considera que el 5G es la tecnología que disrumpe con el statu quo porque es la que soportará el “Internet de Todo”, y quien domine la tecnología 5G tiene en sus manos un factor de poder muy relevante, que lo podrá hacer valer en las relaciones políticas internacionales.

La perspectiva propuesta se interna en la temática del 5G visualizándola como una suerte de paradigma de poder basado en la propiedad del conocimiento tecnológico, a lo que denominamos geopolítica de la tecnología

La estructura de la obra lleva primero al lector hacia un desgranamiento muy exhaustivo de la cadena de valor de la industria de las telecomunicaciones (“el campo de batalla”), donde abundan los datos sobre las industrias que comprende la cadena y sus principales empresas: que hacen, nacionalidad, ventas, market cap, empleados y toda aquella información que sirva para dimensionar su tamaño y lugar en el universo de estudio propuesto.

En una segunda parte, plantea la disputa entre diferentes países -a través de sus empresas- por el dominio de los estándares de tecnología, lo que considera el autor como “las reglas del juego” dentro de las cuales se compite por el liderazgo. Resulta muy interesante cotejar tanto la coincidencia en el dominio de las patentes por parte de Estados Unidos como la emergencia de China como un nuevo líder en la materia (en particular en el terreno del equipamiento de telecomunicaciones a través de la firma Huawei).

En la sección subsiguiente del libro se presentan los denominados “campeones”, aquellas firmas que sostienen el liderazgo occidental en tecnología asociada a 5G. Es decir, se desarrolla lo inherente a aquellas firmas líderes en el mercado de equipamiento de telecomunicaciones, donde podemos internarnos en la historia y la actualidad de grandes compañías como Qualcomm, Samsung y TSMC, asociadas a la producción semiconductores, así como de Ericsson, Nokia y Siemens, asociados a la producción de equipos.

Como una suerte de contraparte, en la cuarta sección se describe a fondo las condiciones de China como “retador” del liderazgo antes mencionado. En tal sentido, el autor plantea el recorrido histórico de la economía y el desarrollo tecnológico de China, desde el gobierno de Den Xiaoping hasta Xi Jinping, que justifica su actual presente en la materia. Asimismo, se interna en el análisis de la emergencia de las grandes firmas chinas de equipamiento, como Huawei y ZTE.

Para acercarnos más el tema del 5G a nuestra región, la última sección del libro se explaya sobre los pormenores que trae aparejado el despliegue de la nueva tecnología de comunicaciones móviles en América Latina. Sin dudas resultan muy interesantes los fundamentos expuestos sobre qué hay detrás de la actual coyuntura regional.

El libro finaliza con las consideraciones finales del autor, momento en donde expresa su mirada acerca del futuro de la disputa tecnológica entre Estados Unidos y China, fundamentada en el recorrido hecho durante toda la obra.

Como un complemento que termina resultando acertado ante la gran cantidad de datos e información que emana la obra, de tanto en tanto se despliegan en el libro recuadros explicativos que agregan convenientemente al hilo central, como un factor que facilita todo el tiempo al lector que no esté familiarizado con cuestiones técnicas, de relaciones y/o históricas asociadas.

Los semiconductores son elementos que, de acuerdo con determinadas condiciones ambientales, pueden actuar como conductores o como aislantes. Son las piezas que conforman los chips (microchips, circuitos integrados o ICs, por su sigla en inglés), entre los que se pueden diferenciar los diodos y los transistores.

Asimismo, contiene anécdotas e historias asociadas que enriquecen la obra, pero que también podrían ser soslayadas por el lector sin perder de vista el foco.

“El nacimiento del CDMA distó mucho de lo que se considera normalmente convencional para una tecnología: La actriz de Hollywood Hedy Lamarr y el pianista y compositor George Antheil, inspirados por la forma en que se arreglan las notas musicales, teorizaron que se podrían usar múltiples frecuencias para evitar el bloqueo de una emisión y su correcta recepción. Lamarr, al haber estado anteriormente casada con un vendedor de armas, tenía conocimientos sobre el funcionamiento del guiado de los torpedos y buscaba una solución al problema de la interceptación de las señales radioeléctricas hechas en una misma frecuencia. Ambos hicieron la presentación de la patente y la donaron a la Armada de los EE. UU para que la usara en la Segunda Guerra Mundial”

“La Doctrina Paasikivi, de neutralidad finlandesa

Finalizada la 2da Guerra Mundial, Finlandia logró mantenerse como un Estado democrático y parlamentarista, a pesar de la fuerte presión política que recibió sobre sus asuntos exteriores e internos por parte de la Unión Soviética (URSS), contra quien fuera beligerante durante la Guerra. Las relaciones exteriores de Finlandia se guiaron entonces por la doctrina formulada por Juho Kusti Paasikivi, que enfatizaba en la necesidad de mantener una relación buena y de confianza con la URSS.

En tal sentido, Finlandia firmó en 1948 el Tratado de Amistad, Cooperación y Asistencia Mutua (TCAM) con la URSS, en virtud del cual los finlandeses asumían el compromiso de oponerse a un eventual ataque a la URSS a través de su territorio y a aceptar la asistencia soviética para ello si fuese necesario. Al mismo tiempo, el acuerdo reconoció el deseo de Finlandia de permanecer al margen de los conflictos de las grandes potencias, permitiendo al país adoptar una política de neutralidad durante la Guerra Fría.

Como consecuencia, Finlandia no participó en el Plan Marshall y tomó posiciones neutrales sobre las iniciativas soviéticas en el exterior. En 1949, al crearse la OTAN, el país ya estaba comprometido por el TCAM y por lo tanto no ha sido tampoco parte de esa alianza militar.

A partir de este suceso, se acuñó la denominación “finlandización” para referirse a la decisión de un país de no desafiar a un vecino más poderoso en política exterior, manteniendo su soberanía nacional.”

Como conclusión, podemos afirmar que la dinámica de la historia y el presente han mostrado la relevancia de las comunicaciones. Comprender la disputa por el 5G es ir un poco más allá; es de enorme vitalidad para realizar prospectiva. En este sentido, esta obra esclarece e invita a la reflexión, con gran agudeza, sobre cuales podrían ser las derivaciones futuras y, principalmente, quienes podrían dominar esta variable fundamental en la lucha por la hegemonía internacional.   

Por Pablo Kornblum, Lic. en Economía, Mg. y Dr. en Relaciones Internacionales (@KornblumPablo).            

La derecha y los derechos

https://www.ambito.com/opiniones/derecho/el-aborto-la-derecha-conservadora-y-los-s-juego-n5481788

En el año 1973, las políticas pronatalistas del régimen de Ceaucescu dieron como resultado la tasa de mortalidad materna más alta de Europa (aproximadamente 150 muertes maternas por cada 100.000 nacidos vivos) y miles de niños no deseados en instituciones rumanas. Al mismo tiempo, en los Estados Unidos de Norteamérica se daba la histórica sentencia conocida como Roe contra Wade, aquel faro que garantizaba el derecho al aborto a lo largo y ancho del país. El mismo que hace pocos días fuera anulado por la Corte Suprema.

Un fallo que espanta a muchos, pero no a todos. Evidentemente, esa marea silenciosa que le dio la presidencia a Donald Trump, también juega: Misuri se autoproclamó como el primer estado en prohibir el aborto después de la decisión del alto tribunal, seguido inmediatamente por Texas. Y se espera que se sumen una decena más de Estados en las próximas semanas.  

Probablemente la ‘onda republicana’ no sea tan efusiva, no siempre tan virtuosa a la hora del análisis complejo que implican las ciencias sociales. Pero que pone por delante el origen natural de las cosas y la responsabilidad individual como escudo ante los avances de la juventud progresista. O mismo la mantención del orden preexistente. Por eso no sorprende cuando la sentencia sostiene que “la Constitución no hace ninguna referencia al aborto y tal derecho no está protegido implícitamente en ninguna provisión constitucional”.

Así es señores, parece que la historia no es una película dinámica, sino una foto estática a la que hay que aferrarse. Por lo menos de este modo lo ven tres de los jueces designados por Donald Trump. Y hablando del reciente ex presidente, cuando le preguntaron por su influencia en el fallo, solo atino a responder que «Dios tomó la decisión».

Es importante destacar que la falta de racionalidad no solo tiene su derivación en la lógica eclesiástica, sino también dentro de la ‘racionalidad terrenal’. ¿Como podrán contraponer la libre movilidad de los factores productivos – ya que el conservadurismo neoliberal lo conjuga todo – con el derecho a libre tránsito que permitiría que los habitantes de un Estado viajen a otro para abortar? ¿O mismo que se ordenen medicamentos abortivos por correo desde otro Estado del país? ¿Acaso lo prohibirán vulnerando el derecho a la privacidad?

No queda muy en claro, pero la derecha siempre tiene una vertiente discursiva de salida. Sin irnos muy lejos, en nuestro país el candidato a presidente libertario señaló: «Sin vida, no hay libertad ni propiedad. Viva la vida, carajo». La propuesta sería entonces acompañar a la mujer vulnerable y que el Estado le ‘brinde seguridad’. ¿Cuál Estado, aquel que quieren minimizar – para no decir implosionar -?

En tono similar, el presidente brasileño, Jair Bolsonaro, criticó duramente desde sus redes sociales el aborto realizado a una niña de 11 años embarazada por violación – a pesar de que ante una violación el aborto se encuentra avalado por la ley -:  «Sabemos que este es un caso delicado, pero quitarle la vida a un inocente, además de violar el derecho fundamental de todo ser humano, no cura las heridas ni hace justicia a nadie, al contrario, ¡el aborto solo agudiza esta tragedia! ¡Siempre habrá otras formas!”

La pregunta que se le podría hacer a Bolsonaro sería: ¿Cuáles serían las otras formas? ¿Condenarla a la miseria porque le será realmente difícil estudiar o trabajar con un bebé siendo una niña, sobre todo en el mundo hiper competitivo en el que vivimos? Ahora bien, en Brasil alrededor de 100 niñas son violadas por día, y el número de muertes de mujeres víctimas de abortos clandestinos aumentó un 233% de 2020 a 2021. Pero para eso no hay respuesta en Twitter.

En sentido similar, en el último mes de Marzo el Congreso de Guatemala aprobó la ley que penaliza el aborto. El propio gobierno propició la ley, ya que sostiene que en la actualidad se quieren “introducir conceptos manipulados de la ideología de género, convirtiendo la identidad sexual en una simple construcción cultural fluctuante». Volvemos a lo mismo: ¿Qué temática social no es fluctuante y dinámica? ¿O solo la biología natural dictamina el ‘destino manifiesto’ – como le gusta a decir a los gringos del norte – del ser humano? En realidad, lo único que no es una construcción social manipulable son los datos duros. Y los mismos indican que en Guatemala, durante el año 2021 se registraron 72.077 nacimientos entre mujeres de 10 a 19 años, de las cuales 2.041 tenían menos de 14 años al momento del parto.

Lo que tenemos entonces es que las mayoritarias mujeres pobres y marginadas de Guatemala, carentes de educación, solo continuarán inconscientes de su posición subordinada, prescindiendo del discurso reivindicativo, sin cuestionar el sistema que legitima y les impone embarazos no deseados; solo les queda elaborar estrategias de supervivencia ‘como pueden’ aplicadas a su invisibilidad, en un proceso de sumisión y aceptación formal de las normas sociales como una pantalla que las infringe bajo un halo de normalización como eje de la opresión que sufren cotidianamente.

Por supuesto, el combo de la derecha suele ser completo. Porque no solo la ‘novedosa’ ley guatemalteca protege el “derecho a la vida”, sino que también se adicionó la protección de “la institución del matrimonio entre un hombre y una mujer, además del derecho de los padres a orientar a sus hijos en su sexualidad. Ello se complementa con la prohibición de que las entidades educativas públicas y privadas enseñen como normales las conductas sexuales distintas a la heterosexualidad, o que sean incompatibles con los aspectos biológicos y genéticos del ser humano».

Sin embargo, debe queda claro que la discusión no es exclusiva en términos de desarrollo de un país – donde el eje se encuentra en la accesibilidad de los más postergados -, sino en quien puede terciar más en términos éticos. Es que, durante mucho tiempo, el aborto no se ha tratado como una parte real de la vida de las personas, sino como un dilema moral que debatir o un problema que resolver. La realidad es que el aborto no es una declaración política, sino que es una experiencia que viven muchas personas, con independencia de su religión o creencia, educación o ideología política.

Y si lo ponemos en términos socio-económicos, los beneficios de realizarse un aborto seguro son claros. Las estadísticas en los Estados Unidos indican que después de Roe contra Wade, menos niños crecieron viviendo en la pobreza, en hogares monoparentales, y encabezados por beneficiarios de la asistencia social. Por otra parte, hay evidencia de que la situación económica para las mujeres mejoró directamente mediante la legalización del aborto, sobre todo como un pilar clave de la igualdad de ingresos. ¿Será que hay un machismo implícito a nivel global donde los ingresos de los hombres son mayores que los de las mujeres, ya que estas últimas se ocupan mayoritariamente de los hijos y las tareas del hogar? Aunque las cosas están cambiando, sin lugar a duda todavía es así. Por supuesto el machismo es un causal previo, pero esa es otra historia; hay que atacar todas las variables en simultáneo, más allá de cual golpea primero o cual es más dañina.  

Otro temor que viraliza la derecha conservadora es que, legalizando el aborto, se terminarán los nacimientos. Claro que no. Eirin Molland, una renombrada académica noruega, explica que en su país la disponibilidad del aborto retrasó la fertilidad, pero no redujo el tamaño de la familia, mientras que también resultó en mayores logros educativos y mejor situación en el mercado laboral para las mujeres afectadas. A su vez, encontró que los buenos resultados se extendían a los hijos de madres que tenían acceso a la interrupción del embarazo.

¿No será que el tamaño de la familia tiene más que ver con la estructura sistémica, el sistema mundo creado a imagen y semejanza del actual capitalismo, con la consecuente disminución de los ingresos generalizados que conlleva a que el ser humano ya no quiera tener hijos, principalmente por las exigencias de productividad y la incapacidad de brindar una calidad de vida digna a los herederos?

Podemos discutirlo. Lo que es innegable es que obstaculizar el derecho al aborto legal lo único que logra es promover su clandestinidad, quedando por fuera del control del Estado y aumentando los índices de mortalidad materna asociada al aborto, principalmente en mujeres y personas con capacidad de gestar de menores ingresos. Así, la ilegalidad del aborto lo vuelve un negocio para quienes lucran con esta práctica, mientras la atención de sus complicaciones y sus consecuencias aumentan desproporcionadamente los costos directos para el sistema de atención sanitaria, mayoritariamente pública. Como una vez dijo el enorme Eduardo Galeano: “¿Por qué no se legaliza el derecho al aborto? ¿Será porque entonces dejaría de ser el privilegio de las mujeres que pueden pagarlo y de los médicos que pueden cobrarlo?”

En definitiva, legalizar el aborto es garantizar la salud de las mujeres y su derecho soberano a decidir sobre sus cuerpos. Pero la derecha reaccionaria lo pone en términos religiosos, morales e ideológicos, que a su vez lo conjuga dentro de un gran ‘cambalache’ político, económico, sanitario y social. Por el contrario, se ha vivenciado en los últimos años que la solidaridad, el apoyo y la empatía que se ofrece a través de la ley y en términos pragmáticos (médicos, asistentes sociales, etc.) para quienes intentan acceder a servicios de aborto, ha servido enormemente para con el afectar positivamente el futuro de quien decide tomar la difícil decisión de abortar. Un colectivo contrario al individualismo misógino y etéreo bajo el cual se aferra la derecha mesiánica, siempre alejada de cualquier política pública que intente mejorar la calidad de vida de las mayorías desfavorecidas. 

«La Equilibrista que llegó del espacio»

https://www.cronista.com/economia-politica/la-equilibrista-que-llego-del-espacio-como-es-y-de-que-habla-la-primera-novela-distopica-argentina-sobre-economia/#:~:text=Es%20una%20historia%20que%20se,que%20nos%20impacta%20a%20todos.

https://www.ambito.com/informacion-general/pablo-kornblum-presenta-su-novela-distopica-la-equilibrista-que-llego-del-espacio-n5469746

Entrevista a nuestro columnista Pablo Kornblum, Licenciado en Economía, Magister y Doctor en Relaciones Internacionales, quien ha presentado su novela distópica ambientada en la Argentina de finales de siglo XXI, ‘La Equilibrista que llegó del espacio’.

Pregunta: Viniendo de las Ciencias Sociales y habiendo escrito dos ensayos sobre geoeconomía y geopolítica ¿Por qué se decidió a escribir una novela distópica?

Respuesta: Luego de ‘El escenario económico de la inmigración mexicana en los Estados Unidos’ y ‘La sociedad anestesiada’, decidí comenzar a escribir novelas distópicas, un gusto que cultive desde mi adolescencia. Y en mi primera novela, intenté conjugar mis conocimientos de economía y relaciones internacionales, con todo lo que he absorbido a través de mis lecturas sobre escenarios de distopía. Y ello implica también desarrollar las problemáticas sociales, los dilemas morales, las pasiones que existen en cada ser humano.

Pregunta: ¿De qué trata la novela?

La novela se encuentra ambientada a finales de este siglo XXI, cuando una pareja decide tener un hijo por fuera de las normas establecidas por el gobierno argentino. Ello desata una variedad de episodios en la tierra, pero también en una Base Espacial donde se profundizan las problemáticas y se plantea la necesidad de un cambio. Es una historia que se encuentra embebida en un argentinismo a flor de piel, donde se expone la dificultosa búsqueda del preciso equilibrio entre libertad y equidad, entre el yo y el nosotros, entre el pequeño micromundo personal y el medioambiente que nos impacta a todos. En definitiva, los dilemas que se les presentan a los protagonistas simbolizan una gran parte de la disyuntiva presente y futura de la humanidad.

Pregunta: ¿Qué temáticas se encontrará el lector en sus páginas?

A pesar de ser una historia que se centra en la familia, la pasión, el altruismo y el amor, se trasvasa permanentemente por la economía, la política, los temas internacionales. También se tocan cuestiones judiciales, medio ambientales, de recursos y tecnología. Pero sobre todo hace referencia a la puja de intereses de los que menos tienen con los poderes fácticos. Y ello implica un legado de lucha, de nunca rendirse, que se refleja a través de las decisiones firmes, la estrategia, el valor y la ética. El poder expresar, como se pueda – en este caso el de una protagonista adolescente – lo que se piensa, y posteriormente llevarlo a cabo, cumplir con la palabra. Que no es poco.  

Pregunta: Más allá de que el lector se encontrará ante un futuro distópico, ¿se puede realizar alguna semejanza con la actualidad?

En la historia de la humanidad los dilemas son cíclicos, se ‘aggiornan’ a cada coyuntura espacial y temporal, pero nunca desaparecen: la puja de intereses, la ambición por el poder y la riqueza, la permanente lucha – prolongada y compleja – por la libertad y la justicia, la comprensión del posicionamiento que tiene cada uno en un mundo eminentemente clasista, y así podríamos continuar. Si bien podrá existir un diferencial en cuanto a lo tecnológico, la esencia, aquella que conjuga lo que nos apasiona, los deseos, lo que nos motiva a perseguir nuestros sueños, no cambia.

Pregunta: Finalmente, ¿por qué recomendaría al público la lectura de ‘La equilibrista que llegó del espacio’?

Es una novela muy dinámica, que toca una diversidad de problemáticas sociales y nos hace reflexionar sobre los dilemas que tenemos como individuos y como sociedad. Pero también nos interpela a pensar en qué tipo de mundo queremos vivir, cuáles son nuestras prioridades, y hasta que tipo de injusticias estamos dispuestos a tolerar. En un ‘mundo liquido’, donde todo parece ser negociable, creo que es un debate interno que nos debemos dar.

Vaguedad conceptual y falta de valores, la ‘efectiva’ nueva política

https://www.ambito.com/opiniones/colombia/balotaje-vaguedad-conceptual-y-falta-valores-la-efectiva-nueva-politica-n5461829

El 19 de Junio será el ballotage en Colombia para elegir quien gobernará el país los próximos 4 años. Gustavo Petro (quien obtuvo el 40% de los votos en la primera vuelta), ex congresista, ex alcalde de Bogotá, y antiguo miembro de la guerrilla urbana M-19, lidera la coalición de izquierda Pacto Histórico. Es su tercer intento de llegar a la presidencia, con un programa que plantea reformas profundas al modelo económico, productivo y social. 

Su contrincante será Rodolfo Hernández (28% en las elecciones para “el Trump Colombiano”), quien se presenta como un outsider pragmático. Ingeniero civil, empresario y también ex alcalde (rodeado de una meritocracia valorada por su gestión), Hernández se declara desideologizado, ajeno al establishment y a los partidos tradicionales, con una retórica temperamental fuerte y un discurso directo a través de redes sociales, enarbolando principalmente la bandera contra la corrupción.

Como ocurre en la mayor parte de las latitudes del planeta, han quedado afuera los tibios centristas (Sergio Fajardo se desinfló en las últimas semanas) y el statu-quo inoperante (‘Fico’ Gutiérrez, quien contaba con apoyo de los partidos tradicionales, quedó tercero a 5 puntos de Hernández). Es la hora de la revolución y el caos, la ruptura más grande con lo que había. Que todo cambie (¿Para que nada cambie?). Es que ahora que pasó el ‘huracán’ de la primera vuelta, no son pocos los que se plantean que hay cambios que son al vacío, que son ‘suicidios políticos’. Y ello no solo genera duda y temor, sino también la necesitad de autogenerarse un halo de pseudo-seguridad que ate de nuevo al votante a la ‘firmeza’ que implica el pasado conocido.

En el contexto descripto, el mayor problema para Petro en la segunda vuelta es que se pasó del ‘cambio vs continuidad’ si el candidato era Fico, a el ‘cambio vs cambio’, donde Petro buscará posicionarse como el estadista previsible frente al ‘Rey del Tiktok’ y el cambio desestabilizador. En cuanto a este último punto, sus detractores no están muy de acuerdo: les preocupa más la potencial inestabilidad económica bajo un gobierno de izquierda, el cambio en la relación con Estados Unidos (sin ir más lejos, tras el conflicto desatado en Ucrania el gobierno de Joe Biden puso en marcha una batería de negociaciones para oficializar a Colombia como aliado estratégico extra-OTAN) y Venezuela, o el equilibrio de fuerzas con un Congreso de mayoría conservadora.

Y aquí también entra en juego la retórica: ¿Cuál es el problema con todo lo expuesto? O, mejor dicho, ¿cómo le fue a Colombia – léase a la mayoría de los colombianos – a lo largo de su historia con gobiernos conservadores? Solo para mencionar un ejemplo, el viejo entramado oligárquico y corporativo ha convertido a Colombia en uno de los principales suministradores de cocaína al mundo. Un régimen de terror que ha sido sostenido dentro y fuera de Colombia por décadas.

Pero lejos estamos de los cuestionamientos, por lo que para Hernández parece ser todo más sencillo: aglutinar la todavía mayoritaria centro-derecha/derecha que lo transporte a la primera magistratura. ¿Extraño? Para nada. Desde su independencia hace dos siglos, Colombia nunca ha estado gobernada por la izquierda. Y ello además tiene su lógica: es el país donde existe una mayor concentración de la tierra y el segundo más desigual de toda América Latina.

Como complemento necesario, cuenta con todo el apoyo de los medios de comunicación masivos tradicionales colombianos, quienes siempre se han preciado de ser guardianes y protectores del orden institucional. Por supuesto, el manejo de la información es sutil y efectiva; no se jactan de conservadores, y además existe un acuerdo tácito de que ciertos episodios no se subrayan, mientras se reacomoda la percepción al concepto civilizatorio con la estrategia del miedo (en este caso al Petro-comunismo diabólico).

Ahora bien, ¿Quién sostiene esta lógica? El establishment, aquellas élites agrarias y ganaderas, católicas y blancas, que han mantenido el poder basado en la tierra, la propiedad, la familia y dios. Solo basta dirigirse a las estadísticas: hasta el año 2018, en 200 años de historia los colombianos habían sido gobernados por tan solo 40 familias. Aquellas que mantienen la boca cerrada ante la muerte – solo en el actual gobierno de Duque han asesinado a más de 300 líderes sociales, a los que se le debe adicionar los 80 manifestantes que perdieron en el estallido social del 2021 -, y fomentan la paradoja de la defensa a ultranza del libertarismo económico (incluido el capitalismo narco), mientras  viven del Estado: antes que ser parte de un mercado competitivo, ellos se benefician de sus leyes, sus subsidios, su protección. Una conjunción de poderes fácticos (empresarios – que son los dueños de los medios de comunicación -, los políticos, la casta judicial y militar), cuyo más rentable negocio es el ‘secuestro’ del gobierno.

Este contexto sistémico ha sido forjado en base a tres variables: una economía cautelosa sin grandes saltos de consumo o crecimiento (no es de extrañar que en el ‘mar de informalidad’ que es el mercado laboral colombiano, la única forma de ascender socialmente haya sido a través de la ilegalidad); la influencia de la Iglesia en la educación y el Estado (que se declaró laico recién en 1991); y la ausencia de migración externa. Pero además algunos analistas adicionan una cuarta variable: Colombia se modernizó y se abrió al mundo demasiado tarde, y ello permitió que la matriz autoritaria tuviera un efecto más duradero.

No obstante, y a pesar de la astucia de sus élites para hacer convivir, por un lado, la imagen demagógica de un pueblo violento, conservador e ignorante y, por otro, un mecanismo de terror para silenciarlos y atemorizarlos – a punta de asesinatos sistemáticos a líderes políticos, sociales y territoriales –, los sectores populares lograron articularse en un sujeto político tanto en las calles como en las instancias de representación institucional: en los últimos años, las regiones se articularon entre sí, el país se conectó con el mundo — en parte por la emigración heredada de la violencia — y los acuerdos de paz abrieron un nuevo abanico de preocupaciones en temas sociales y culturales. Además, durante los últimos 20 años la izquierda ha logrado, de manera lenta y tortuosa, unificarse y crear cierta base electoral; y ello ha sido posible, sin dudas y tal como ha ocurrido por ejemplo con la ‘primavera árabe’, debido a la potente irrupción de las redes sociales como un factor determinante de la comunicación.

En definitiva, pareciera que el gran enemigo del pueblo colombiano no es la guerrilla, no es el comunismo, y no es la insurgencia; sino es la gran desigualdad del país que sostiene el dominio y el privilegio de las clases dominantes. El Petrismo, entonces, aparece como un rescate del clamor del liberalismo popular y plebeyo: el liberalismo de la reforma agraria, de la revolución productiva, de la mitigación de la desigualdad en el ámbito rural y urbano. Una modernización democrática y productiva de Colombia, en oposición al gran latifundio improductivo alineado con el narcotráfico.

Por otro lado, frente al «vivir sabroso» – el desarrollo socio-económico totalizador del colectivo (cuidado del medio ambiente, causas feministas, apoyo a la diversidad sexual, derechos de los pueblos indígenas, mejoras en la salud y educación pública, la generación de una transición energética hacia un modelo económico sustentable) – de la candidata a vice-presidente del Pacto Histórico, Francia Márquez, Hernández representa el «emprendedorismo», ese individualismo del capitalismo liberal clásico, donde supuestamente la ‘cultura del esfuerzo’ es suficiente. Sabemos que no es así: sin educación y capital financiero (algo que escasea para las mayorías), alcanzar el ‘Sueño Colombiano’ es, lisa y llanamente, cuasi imposible.

Pero poco importa que Hernández no esgrima un programa coherente. Tampoco su vaguedad conceptual, su falta de modales. Menos aún su escasa representatividad en grupos de poder fácilmente identificables, ni que tenga una base territorial demográficamente desequilibrante. Su retórica no apela a una memoria ni conjura un futuro muy preciso, pero conecta eficazmente con un estado de ánimo presente. En su apelación al sentido común, encadena insatisfacciones y representa miserias de posición que se centran en la percepción de corrupción sistémica. Es que Hernández es, lisa y llanamente, un candidato que abraza la volatilidad y la inconsistencia de los estados de opinión pública. Y ello no solo lo fortalece, sino que puede ser decisivo porque afirma una cuestión central: que la apatía, el desánimo, y la falta de comprensión situacional, tanto de clase como personal, está triunfando. Una situación que se replica a lo largo y ancho del mundo, incluido nuestro país. Y ello, lamentablemente, no es para nada un buen síntoma. Más bien es una premonición preocupante.

La economía como eje conductor de la historia  

https://www.ambito.com/opiniones/irlanda/la-economia-como-eje-conductor-la-historia-n5444279

El Sinn Fein (SF), brazo político del disuelto Ejército Republicano Irlandés (IRA) y favorable a la unificación con la República de Irlanda, fue el Partido político más votado en los recientes comicios del Parlamento local, algo inédito en los cien años desde que la isla de Irlanda se partió en un extenso país independiente al sur, y un pequeño territorio británico en el norte. El SF, haciendo honor a su tradición progresista, consiguió captar el descontento en un país que, a pesar de tener un notable crecimiento económico, no puede ocultar sus enormes desigualdades; lo que demuestra, una vez más, que un relevante incremento en la producción en términos cuantitativos no es sinónimo del desarrollo de los pueblos.

Para comprender la lógica economicista que se ‘lleva puesto’ claramente cualquier atisbo de ideologización religiosa (con heladera vacía no hay dios que valga), no alcanza con hacer la ‘gran argentina’ y echarle solamente la culpa a las variables exógenas. Es que más allá de la pandemia – la economía local se contrajo 9,6% en 2020 -, o el conflicto entre Ucrania y Rusia que conlleva a un proceso inflacionario conjugado con una importante escases de ciertos bienes claves (como son los alimentos e hidrocarburos), las nuevas generaciones de protestantes y republicanos que pretender forjar una convivencia pacífica – como son los moderados del Partido Social Demócrata y Laborista (SDLP), o el Partido de la Alianza (no confesional ni vinculado a ninguna de las dos comunidades) -, vivencian diariamente las consecuencias negativas del endógeno Brexit (contra el que los norirlandeses votaron mayoritariamente, ya que el 56% optó por el STAY -), como son los asfixiantes controles aduaneros a través de inspecciones relativas a la seguridad o la higiene, o mismo los costos adicionales (tasas y aranceles) que se han establecido para las mercancías que se dirigen desde y hacia la Gran Bretaña.

«Normalmente se tardaba unos días en llevar una caja de semillas de Inglaterra a Irlanda del Norte», explica el presidente de la empresa Hillmount Garden Centre. «Ahora se tarda cuatro semanas por el papeleo y ningún transportista se encuentra dispuesto a hacerlo. Traer una planta desde Inglaterra es una verdadera pesadilla, por lo que hemos decidido comenzar a comprar plantas en Europa”. Es que Irlanda del Norte, como parte del acuerdo entre Londres y Bruselas, continúa perteneciendo a la Unión Europea. Sin embargo, aquí no hay Win-Win: los costos de la logística no son los mismos que desde los cercanos y probos mercados de los países del Reino.

Por otra parte, y mientras el bloque protestante se desangró en discusiones sobre un sinfín de medidas económicas – muchas incompresibles desde la racionalidad, salvo por la excepcional lealtad al imperio británico -, el Sinn Fein, apoyado en el aura (y el auge) general de los nacionalismos europeos (de todo signo), el fin del bipartidismo clásico, y el desgaste del sistema de partidos tradicional de centro, propuso un programa económico con énfasis en la inversión (especialmente en la construcción de viviendas y el transporte), gasto público creciente para mejorar la educación y la salubridad pública, impuestos más altos para los más adinerados, y un shock de consumo. En cuanto este último punto, la victoriosa candidata del SF, Michelle O’Neill sostuvo en épica Kirchnerista: “El público quiere que le pongamos dinero en sus bolsillos para ayudarlos a lidiar con la crisis que representa el incremento del costo de vida”.

Este programa económico que le ha dado fuerza a la victoria del SF, es altamente contraproducente para los economistas neoliberales. Más aún cuando estos últimos presentan como contrapunto sus amados números de la macro: la producción de la economía de Irlanda del Norte alcanzó un máximo en 13 años durante el 2021, con un crecimiento económico del 6,2% interanual. Para el actual 2022 se prevé un número no menos interesante de alrededor de +4%.

Ello no se debe solo a los resultados positivos de la post-pandemia (entre otros factores debido a que diversos grupos de trabajadores podían continuar trabajando desde sus hogares, como así también el ser un país con una cantidad importante de empleados estatales), sino que además se potenció su icónico sector de servicios (sobre todo en las diversas áreas de la ingeniería) y el sector comercial, principalmente en base a una mayor tecnologización de los procesos de administración, logística, y compra-venta. Es la lógica preeminente en la estructura económica del mundo más desarrollado: más servicios, comercio e industrias de alta tecnología; menor valor agregado a través de los sectores menos productivos, pero que absorben el otrora ‘ejercito industrial de reserva’.

No quedan dudas que, a tono con lo que ocurre en vastas regiones del planeta, se continuarán perdiendo puestos de trabajo en industrias de menor productividad, a tono con la reticente inversión en capital físico para manufacturas de baja y mediana complejidad. Por otro lado, sino se realiza una mejora en el sistema educativo que permita reducir el número de abandonos escolares prematuros y aumentar el número de graduados, la pelea para salir de la ‘trampa de los bajos salarios’ se encontrará pérdida. Ni que hablar si la puja de intereses la continúan ganando los grupos económicos concentrados.

Pero justamente O’Neill prometió el ‘gran cambio económico’, dejando de lado – para muchos sorprendentemente – el histórico reclamo por la reunificación de la isla. Hasta el día de las elecciones, este último fue ‘el tema tabú’; sin embargo, no habían pasado ni 24 horas luego de la confirmación de la victoria para que la candidata ganadora sostuviera que “confía en que haya un referéndum en un plazo máximo de cinco años”.

Su discurso no debe sorprender: es solo una réplica más de los incontables ejemplos históricos de candidatos victoriosos a ocupar los más altos cargos ejecutivos. Sino recordemos que Fidel Castro nunca dijo que iba a instaurar el socialismo hasta que la revolución se encontró consumada y el régimen formalmente instalado. O mismo nuestro ex presidente noventista, que quedó en la historia con su famosa frase “Si yo decía lo que iba a hacer, no me votaba nadie”.

Por ello, no debemos ser ingenuos: con la impronta de una historia de cien años de tensiones, la variable económica seguramente es solo el basamento para el consecuente objetivo ulterior que, como una llama momentáneamente atenuada, espera convertirse en algún momento en un fuego de difícil contención. Por otro lado, a sabiendas de esta profecía casi seguro autocumplida, la reunificación no va a ser fácil: por un lado, los acuerdos del Viernes Santo señalan que deberá celebrarse una consulta cuando “esté claro que es el deseo de la mayoría”. Por otro lado, la República de Irlanda tendría que dar el visto bueno. Al fin y al cabo, para muchos sería quien ‘pagaría la factura’ por su diferencial positivo en la calidad de vida, como lo hizo Alemania Occidental con su vecino comunista de oriente hace tres décadas cuando cayó el Muro de Berlín.

Finalmente, no podemos olvidar al Reino Unido como el otro partenaire bajo el actual cambalache de intereses. El mismo Boris Johnson llamó a todos los líderes de Irlanda del Norte a unirse para formar un Ejecutivo local que garantice la “estabilidad” de la provincia británica. No sea cosa que se resquebraje el statu – quo, en un mundo que colapsa entre la guerra y la escases, donde claramente el Londres requiere de un imperio cohesionado para enfrentar los desafíos geopolíticos del futuro. 

Más allá de todo lo expuesto, al Sinn Fein le toca ahora la responsabilidad de cogobernar con los protestantes, pero esta vez con el bastón de mando. Cumplir con lo prometido, demostrar que no son lo mismo que sus oponentes, ser perseverantes en llevar a cabo un programa económico de tinte fuertemente redistributivo que permita balancear un escenario socio-económico muy complejo para la actual vida diaria de la mayoría de los norirlandeses. Satisfacer las demandas ciudadanas para que la victoria del Sinn Féin no sea solo simbólica; aunque como suelen decir los nostálgicos del IRA, en el Ulster los símbolos lo son todo.

Y para cerrar sin irnos tan lejos, podemos afirmar que nuestra casa también es un ejemplo de ello. Si el gobierno actual quiere ser reelegido, primaria y primordialmente debe apuntalar la economía, la madre de todas las batallas, bajando urgentemente la galopante inflación que aqueja a la mayoría de los argentinos. Es que, tal cual ocurre en Irlanda del Norte y a diferencia de lo que indica gran parte de nuestra historia, con la liturgia peronista ya no alcanza. 

Inflación ¿mal de muchos, consuelo de tontos?

https://www.ambito.com/opiniones/pensiones/inflacion-mal-muchos-consuelo-tontos-n5428884

Recientemente, el Congreso chileno rechazó las dos propuestas de retiro de fondos de las Administradoras de Fondos de Pensiones (AFP, símil a nuestras otrora AFJP). La primera correspondía a un nuevo 10% — que se sumaba a los tres anteriores que comenzaron a implementarse desde 2020, cuyo objetivo en aquel momento había sido el paliar la crisis de empleo provocada por la pandemia de COVID-19 — y la segunda era una propuesta del actual gobierno de Gabriel Boric, la cual buscaba evitar una fuga masiva de dinero a través de acotar su utilización al pago exclusivo de deudas con bancos, financieras u otros tipos de instituciones que brinden servicios.

¿Cuál es la razón que se esgrimió desde el ámbito legislativo? Claramente la principal fue de tinte economicista: el volcar ese dinero al mercado, sin una contraparte de incremento de producción en la economía real, empujaría al país a un escenario inflacionario – que le echaría ‘más fuego’ al 9,4% de inflación interanual -, lo cual, al final del camino y tal cual círculo vicioso, terminaría perjudicando justamente a las mayorías que el espíritu de la propuesta trataba de proteger.

Lamentablemente para Boric, más allá de las justificaciones presentes – el conflicto de Rusia con Ucrania, la pandemia, o mismo los efectos del incremento en el consumo derivado de los anteriores retiros por un valor de 55.000 millones de dólares -, gran parte del objetivo de encontrar una solución a futuro se cierna en comprender que el dilema es históricamente estructural: la gran mayoría de los chilenos tiene grandes problemas económicos (estallido social de 2019 dixit), lo que conlleva a un enorme descontento de seres humanos que desean y necesitan el dinero YA en sus bolsillos.

Por ende, este contrapunto entre lo coyuntural, el famoso ‘parche económico’ que tan bien conocemos en nuestro país y sabemos que no soluciona el problema de fondo, puede transformarse en un gran dilema político para Boric: es que el gobierno recién asumido quiere mostrar un pragmatismo de centro-izquierda que no conforma ni a la oposición de centro-derecha, ni al propio oficialismo inundado de trotskismo.  

Y sí, es imposible armonizar con la histórica casta neoliberal – la cual ha signado, en sus diversas variantes desde el regreso de la democracia, los destinos macroeconómicos del país -, cuyo eje dogmático central es mantener a raya el nivel de precios. Pero ello no es todo; por ejemplo, una de sus principales banderas explicativas les dice a los trabajadores que ‘no es correcto’ que paguen la crisis con sus propios ahorros, sino que desde el gobierno se debe incentivar el mismo más allá de las AFP. Suena lógico. Pero qué difícil es lograrlo.

Es que como sostiene la izquierda opositora: con los salarios actuales no existe margen para el ahorro. “Los que sí pueden ahorrar son los financistas vinculados a las ingentes ganancias que han obtenido las AFP en las últimas décadas”, señalan desde una posición crítica apelando a la justicia moral. Para ello, se requiere una política económica distributiva más progresiva (¿Agresiva?), que es la que única que podría generar un marco económico intra-sistémico más equitativo. Por supuesto, se sabe que a la derecha más conservadora se le puede hablar con el corazón, pero siempre responderán con el bolsillo: para las Elites, los retiros de fondos son «una política populista, irresponsable, cortoplacista, y sobre todo miope».

Y en medio de todo este ‘berenjenal’ se encuentra el recientemente ungido presidente, quien busca evitar a como sea el efecto multiplicador, obstaculizando un recalentamiento de una economía que, ya golpeada, tiene muchos frentes de batalla. Para ello utilizó el voto afirmativo a su proyecto de 11 de los 12 diputados del histórico Partido Comunista chileno. Cuidado con los nombres, la dialéctica es peligrosa para los pocos que tienen alguna esperanza en los programas ideológicos que pueden verdaderamente subvertir un régimen que genera enorme descontento.

“¿Pero eso quiere decir que los que se verían beneficiados con el proyecto de ley del Ejecutivo serían los bancos y las empresas de servicios que cobrarían las deudas de los empobrecidos clientes?”, cargaron desde el seno de la propia coalición de gobierno. Así es; la sabana es corta y no se puede conformar a todos: en la ‘lucha de clases’ todo vale y hay que ir a fondo. “Si quieren enfrentar la inflación de verdad, desde la izquierda proponemos además otras medidas estructurales. No solo se deben elevar los salarios y las pensiones, sino que además debe haber un control de los precios mediante comités de trabajadores y usuarios, como así también la apertura de los registros contables de las grandes empresas y distribuidoras de bienes de primera necesidad que permitan frenar la especulación con las necesidades básicas de la población”.

Más allá de las chicanas y propuestas diversas, la otra pregunta se seña en el propio sistema de jubilaciones y pensiones en sí. En la lógica estructuralista de la izquierda más radicalizada, el objetivo primario es el fin de las propias AFP, las cuales han ganado fortunas en los últimos 40 años y solo brindan una tasa de devolución promedio al trabajador del orden del 30% del salario (mientras que en la OCDE se encuentra en torno al 66%). “Solo aceptaremos la necesaria la implementación de un sistema solidario, de reparto, tripartito y democrático; es decir, que los propios trabajadores y jubilados decidan cuándo y cómo se invierte en obras públicas o servicios sociales para que ese ahorro crezca y permita una jubilación con pensiones que cubran la canasta familiar”.

La respuesta de la variedad de partidos que se balancean en el espectro que cubre del centro a la derecha, se sostiene en que ello es completamente irresponsable porque hoy día en Chile hay cerca de 260.000 millones de dólares en ahorros previsionales que están en cuentas de ahorro personales; por ende, con el fin de las AFP los valores de los fondos de pensiones se licuarán enormemente y el dinero de los aportantes se verá totalmente depreciado al momento que quieran recuperarlos. ¿Se juega con el miedo? Probablemente. ¿Quién se hará cargo de las pérdidas en caso de que ello suceda? El Estado como siempre, por supuesto. La norma ‘ganancias individuales, perdidas socializadas’, se cumple siempre bajo el lógica de la dinámica sistémica concentradora que he hecho mella en nuestra historia latinoamericana.

En definitiva, el presidente Boric está intentando mostrar su mote de ‘equilibrista’. A la izquierda de su electorado, les dice que “hay que ser responsable en el gasto fiscal”. Por su parte, a las Elites las trata de contener con un «no espero que estén de acuerdo conmigo, pero sí que dejen de tenernos temor».

Bajo este contexto, podemos afirmar que en un mundo donde prima la racionalidad y el pragmatismo – estemos de acuerdo o no según nuestra moral y buenas costumbres – una alta inflación es un flagelo que hay que combatir. Lo único certero es que, dada la estructura económica sistémica global en la cual estamos inmersos, un escenario de subas de precios fuera de control perjudica sobre todo a los que menos tienen. Que, lamentablemente, hoy en día son las mayorías.

‘¿Mal de muchos, consuelo de tontos?’ Mientras algunos se resignan, otros sostienen que solo falta coraje para brindar una solución superadora. En el mientras tanto, en el momento que usted se encuentra leyendo estas líneas, los mismos de siempre, desde las mieles de una bonanza derivada de la combinación perfecta de poder en exceso y riqueza en abundancia, vivencian este proceso inflacionario como una más de tantos que por supuesto, pase lo que pase, nunca los afecta.

La lenta agonía de la vieja política

https://www.ambito.com/opiniones/francia/sin-lugar-los-tibios-la-lenta-agonia-la-vieja-politica-n5417357

Las recientes elecciones en Francia mostraron, una vez más, una tendencia que parece irreversible – aunque ‘en política nada es imposible’, como diría un importante dirigente de la historia de nuestro país -. No por nada la participación electoral del 73,3% es la más baja registrada en los últimos veinte años y muestra una vez más un desinterés del electorado. No más tibieza. No más programas teñidos exclusivamente de discurso ideológico. No más promesas que nunca terminan de cumplir.

Por ello no es de extrañar que la candidata del Partido Socialista y actual Intendenta de Paris, Anne Hidalgo, obtuviera una ‘propina electoral’ de un 1,7%; mientras que Valérie Pécresse, la candidata Republicana, sumó un humillante 5%. Estos dos partidos tradicionales de Elites enraizadas que asumieron la alternancia política en el siglo XX y principios del XXI, salen (literalmente) de la escena política francesa sin pena ni gloria.

A pesar de ello, parece no haber un claro reconocimiento ni entendimiento situacional, por lo menos de algunos de sus principales dirigentes: la propia Hidalgo sostuvo después de la elección que utilizará su energía como política para “Conquistar una Francia más fuerte, más bella y más justa. Bajo una izquierda moderna, abierta, de todos los colores, inventiva. Porque sin ella, la Francia que queremos, la Francia republicana democrática, social, laica y europea, no puede cumplir sus promesas de libertad, de igualdad y de fraternidad”. Lo interesante es que no solo describe un país que no existe más; sino que, básicamente, desarrolla una estructura dialéctica que ya no le sirve – ni le llega – a nadie.

Vamos entonces por los ganadores. Por un lado, el joven ex banquero Macron, líder neoliberal pro-europeo, ha sido el vencedor con un 27,6% de los votos. En estos años de gobierno – más allá del efecto positivo que implicó su rol activo ante la pandemia y la crisis en Ucrania -, el presidente gestionó con el apoyo del establishment – reducción de impuestos y flexibilización laboral mediante -, el cual ayudó a motorizar la economía con inversiones que generaron cientos de miles de puestos de trabajo (el desempleo disminuyó del 10% al 7,4% en su mandato), y colaboró para con el sopesar el mal humor social que generó el aumento del precio de los combustibles y su desencadenante conflicto con los ‘chalecos amarillos’, o mismo el proyecto para incrementar la edad jubilatoria, entre otros.

Por su parte, la gran elección de Le Pen (23,2% de sufragios) derivó del hartazgo – igual que ocurrió con Mélenchon (tercero con algo más del 21%) – de una población cansada de los fracasos de la centro-izquierda y la centro-derecha. Discursos vacíos de valores que no llenan ni la heladera ni el alma. Solo para citar un ejemplo, en las últimas décadas los salarios se han venido depreciando en términos reales, y gran parte de la población con empleo remunerado vive con ingresos apenas por sobre la línea de pobreza (lo que hace que los actuales aumentos de precios ‘de guerra’ golpeen muy severamente el bolsillo de las mayorías).  

Es por ello que la candidata de Agrupación Nacional le llegó a aquellos franceses que ven en la globalización – y la consecuente inmigración – un riesgo para los principios y su bienestar económico (‘los problemas reales de los franceses’), sobre todo los de la Francia rural y más conservadora – ya aseveró que si gana las elecciones va a prohibir el uso del hiyab islámico en las áreas públicas -. Además se corrió endógenamente hacia el centro – expresó que prefería reformar la Unión Europea «desde adentro» en lugar de abandonarla, como así también que quitará las contribuciones a las empresas si aumentan un 10% el salario mínimo de sus empleados, entre otros -, y por osmosis externa ante un candidato populista de ultra derecha como Zemmour,  quien la mostró, en términos comparativos (lo cual es relevante en períodos electorales), como más moderada. Finalmente, eligió un vocabulario diferente – más abarcativo y suavizado – para explicitar sus propuestas, como que gobernará “en nombre del laicismo y el feminismo”. Aquellos temas puntuales que le interesan a un electorado apático de las monumentales promesas no cumplidas, pero que desean ver sus sueños particulares de políticas públicas hechos realidad. 

En el caso del candidato de izquierda, el ‘insumiso’ Mélenchon recibió el apoyo de la clase media pauperizada y los obreros desclasados de las grandes urbes. ¿Entenderá la izquierda alguna vez que deben dejar de lado las miserias y los egoísmos  para tener alguna chance de poder alzarse con el poder ejecutivo? Si a la gran elección de Mélenchon le adicionamos el 2,1% del Partido Socialista, el 3,2% del Partido Comunista, y 4,7% del Partido Ecologista (el cual no obtuvo un mal resultado apelando el voto del interés específico de un problema real), no sería descabellado el que una potencial alianza pueda disputar un ballotage con dignidad. Uno entiende que cada momento histórico es diferente, pero sería interesante si ponen las barbas en remojo mientras rememoran el acuerdo de ya hace más de medio siglo entre el comunista Pablo Neruda, quien declinó su candidatura presidencial, y Salvador Allende, para que la izquierda llegue democráticamente por primera vez al poder en Chile.

Pero hay algo más: el pragmatismo racional. «Acumulan reivindicaciones, pero no saben ni cómo darles respuesta, ni cuáles deberían ser las prioridades», se quejó un militante izquierdista del llano con bastante razón. Es que denunciar que el 10% de los hogares más ricos posee casi el 50% de la riqueza total y 160 veces más que el 10% más pobre, hoy ya no alcanza. Es bien sabido: cuando hay un vacío de propuestas concretas y sustanciales, la derecha domina. Nada más y nada menos que aquellas fuerzas conservadoras que quieren preservar el sistema tal y como está.

Ahora bien, salvando las distancias históricas, culturales, y políticas, ¿podemos hacer una simetría entre lo que ocurrió en las elecciones francesas y lo que se vivencia en otros países, especialmente en nuestra Argentina?

Probablemente sí. La diferencia en el voto se observa claramente entre el interior agrícola (la pampa húmeda) y los polos industriales (conurbano bonaerense), las brechas generadas entre los barrios empobrecidos y los ricos (el clásico norte pujante y sur abandonado dentro de una misma urbe), la apatía ante una clase política que no brinda respuestas (la desigualdad y marginalidad creciente vivenciada en el último medio siglo), y los objetivos específicos de cada ciudadano (conquistas de género, ecología, derechos humanos, etc.) que, bajo un halo de sinceridad, han generado un abandono de los deseos de las siempre inconclusas grandes epopeyas ideológicas colectivas. Por supuesto, no podemos olvidarnos de los miedos que generan lo diferente – inmigrantes, otras clases sociales -, o mismo el cansancio provocado por la inestabilidad y la pobreza, que a su vez nos obnubila para razonar con cierta lógica y no nos permite reflexionar bajo un paradigma de ciertos ‘valores humanos mínimos’ (cuya consecuencia podría ser, por ejemplo, el incremento de la violencia social).

Por supuesto, en las tendencias se encuentran los contrapuntos derivados de la conjugación difusa de las variables expuestas, las cuales conforman una interesante campana de Gauss. Ya sea porque lo piensan o sienten (como podría ser el ingente voto libertario en los barrios más humildes de CABA en las últimas elecciones legislativas de nuestro país), más allá de la cabal comprensión situacional.

Y en ello tiene mucho que ver la discursiva. En este sentido, Le Pen lo entendió perfectamente, ya que dejó de hablar del peligro musulmán y empezó a mencionar como eje central de su futuro gobierno el poder adquisitivo de las clases populares olvidadas, de los perdedores de una globalización que sólo ha favorecido a las élites y que tiene a Macron como uno de sus adalides. Más aún: ha remozado el discurso de su formación, matando figuradamente al padre y fabricando una neolengua capaz de confundir a izquierdistas poco avisados.

Para los apáticos, su novedoso mix discursivo podría ser razonable o lógico si se lo desglosa y analiza más puntillosamente. Sin embargo, lo más importante a destacar es que desde hace algún tiempo y según diversas encuestas, los votantes de Reagrupamiento Nacional de Le Pen no se ven a sí mismos como personas de extrema derecha. Lo son, claro, pero ellos piensan que no. Y para los políticos, eso es de vital importancia.

En definitiva, una nueva forma de hacer y formular la política se consolida en el mundo. En este aspecto, lo que seguro intentan dilucidar muchos franceses, desconfiados y reacios de tener que inclinarse por el candidato ‘menos malo’ en la segunda vuelta, es que el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones.