Sangre, sudor y lágrimas en Venezuela

Por Pablo Kornblum para Ámbito Financiero, 15-1-2022

https://www.ambito.com/opiniones/venezuela/la-politica-blast-sangre-sudor-y-lagrimas-n5351257

La política BLAST (sangre sudor y lágrimas en su traducción del inglés) fue un eje central de lo que le pedía el politburó soviético a su población para pasar los momentos de zozobra. Un esfuerzo de las mayorías que solo trataba de ocultar – con éxito por décadas – una mezcla de mala praxis macroeconómica, intereses propios de los jerarcas del partido que enmascaraban una realidad de productividad aumentada, y una distribución de los recursos en pos de la carrera militar/espacial contra el imperialismo, muy alejada de lo que se prometía: brindar una calidad de vida superadora a su vasta población.

El final de la historia, ya lo conocemos. La implosión de la Unión Soviética para con el nacimiento de un modelo ulterior, opuesto 180 grados, de escala global. Un fin de la historia de tinte neoliberal, que tampoco fue tal. En la actualidad, bajo un capitalismo nacionalista con ciertos rasgos populistas, Rusia intenta volver a conquistar la gloria mundial alguna vez alcanzada. Aunque ya sin aquellos sueños de inclusión social plena y equidad distributiva.

Venezuela, entendiendo los diferenciales que exige una historia, cultura y geografía diferente, pasa por un momento similar.  El esfuerzo desgastante de ya una década sin resultados prometidos ni presentes ni a la vista, provocaron la caída de Barinas, el último bastión bolivariano: allí donde comenzó todo, la cuna del Comandante Hugo Chávez, su lugar de culto y donde su selecto núcleo familiar – literalmente, desde hace 23 años todos los gobernadores electos en ese Estado han sido familiares directos de Chávez – había creado un feudo que se creía inexpugnable.

Luego de la reciente elección, Sergio Garrido será el primer gobernador no chavista de Barinas desde 1998. El candidato de la coalición Mesa de la Unidad Democrática (MUD) logró imponerse con 55,36% de los votos al aspirante del oficialista Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV), Jorge Arreaza – quien estuvo casado con la hija mayor de Hugo Chávez y ha ocupado altos cargos en el gobierno central desde 2011-, el cual obtuvo un 41,27% de los sufragios.

Más allá de la lección que implica para la oposición presentarse en unidad a las elecciones con el único objetivo de sacar al chavismo del poder (el resultado de esta división fue un éxito rotundo del oficialismo, quien logró alzarse con 20 de 24 gobernaciones y más de 200 de 322 alcaldías, pese a que solamente en cinco Estados logró sumar más de la mitad de los votos válidos), la pérdida de electores es sinónimo de un fracaso estructural del PSUV para con las políticas de Estado, aquellas de largo plazo necesarias para cambiar la magra realidad de raíz.

Esta vez, ya no alcanzó la entrega de bolsas de comida, los electrodomésticos regalados, la vuelta de la provisión de gas natural a las viviendas. Tampoco el control exhaustivo de los medios de comunicación, la utilización de los milicianos y la fuerza pública para intimidar y amedrentar a los electores, o las promesas de ‘cambio estructural ante las lecciones aprendidas’ de último momento.

Es que la persistente dependencia de un recurso natural exportable cuyos ingresos exhiben un comportamiento altamente volátil, la tendencia a acumular gestiones fiscales deficitarias, el escaso dinamismo del sector privado no petrolero para competir, o la alta dependencia de las importaciones, entre otros, han calado en lo más hondo de la microeconomía diaria. Si a ello le adicionamos el aislamiento financiero y el estrangulamiento externo, la crisis productiva, y el persistente incremento de la oferta monetaria que condujo a la economía venezolana a un destructivo proceso de hiperinflación, pobreza y un derrumbe de todos los servicios estatales, nos encontramos con un tsunami socio-económico que se lleva todo a su paso.

Las consecuencias en la mayoría de los ciudadanos de a pie se encuentran a la vista a través de los ojos de su dura cotidianeidad. No hay encuesta que contradiga que al menos el 70% de los venezolanos vive bajo la línea de pobreza, o que no indique que el país ya se encuentra entre los más inequitativos del mundo. Un claro ejemplo se observa en los magros niveles de ingresos: solo para citar un ejemplo, en apenas tres años, uno de los Estados más grandes de América Latina, el Petro-Estado Venezolano, pasó de ser omnipresente a casi irrelevante; mantiene subsidios y misiones sociales, pero en bolívares; es un empleador de tres millones de personas que no ganan más de US$10 dólares mensuales y paga jubilaciones que no alcanzan para más de tres chocolates.

Por ello, y para decirlo vulgarmente, la mayoría de los venezolanos ya no saben qué hacer para ganar unos dólares adicionales. Es que después de tantos años de erosión de la moneda nacional/inflación fuera de control, la gente genera más ingresos ofreciendo alimentos, repuestos y electrodomésticos usados que trabajando en una empresa formal. Trabajan el doble, y en lo que puedan. Y a pesar de ello, siguen siendo pobres. Mientras continúen los elevados niveles de informalidad y precariedad laboral que multiplica los crecientes lazos de dependencia con sus familias en la diáspora, como así también se potencie el pronunciado deterioro de la red de protección social del país, nada va a cambiar.

Por lo expuesto, la mayoría de los venezolanos ya casi no piensan en política. Están cansados, aturdidos, desganados. Como escribió Pablo Kornblum en su libro, La Sociedad Anestesiada, cuando se pierde la voluntad, sobre todo ideológica en manos de la pobreza y el hambre, la caída del modelo es inevitable. Al menos tal cual fuera establecido en sus comienzos.  

Le queda entonces a Maduro colocar 4 yunques debajo de la mesa para sostenerla a como sea. Y ello implica hasta pactar con el imperio. O con los imperios. Y desatar la guerra del sálvese quien pueda. Como dicen algunos académicos, Venezuela “pasó del socialismo, sin escalas, al capitalismo salvaje». Es que el gobierno que tutelaba toda la economía decidió hace no tanto erradicar los controles – así es, liberalización y desregulación de algunos mercados -, abrir los puertos, disolver ciertos tributos relevantes para las arcas del Estado. Más aún, se adoptó una política económica más amigable con el empresariado ‘no oficialista’ para sobrevivir – incluyendo la transferencia de activos y el empoderamiento de una nueva elite económica- , se buscó desesperadamente estímulos a la inversión internacional para palear los graves déficit de infraestructura, y se han incrementado las ‘relaciones carnales’ con actores estatales y no estatales de relevancia para hacerse de divisas.

A ello se la ha adicionado la terminación del anclaje cambiario, el fortalecimiento de la disciplina monetaria y fiscal – Gabriel Boric Dixit -, y el nacimiento del bolívar digital, que no es más que el reconocimiento formal de una realidad ya conocida por la población: el uso de medios electrónicos a falta de medios de pago tradicionales, amén del creciente uso de monedas extranjeras diversas, criptomonedas, oro y hasta café como medios de pago. Por supuesto, todas estas medidas se encuentran avaladas – y gracias al siempre apoyo irrestricto – por la Fuerza Armada Nacional Bolivariana. Una condición necesaria – aunque insuficiente en el largo plazo -, para mantenerse en el poder.

Hasta el momento, Maduro por lo menos se puede vanagloriar que lo viene logrando. Veremos cuanto más lo puede hacer. Lo que sí es seguro, es que lo está haciendo es con más pragmatismo y menos idealismo. Bajo un recrudecimiento del autoritarismo en el modelo político, sin dudas; una suerte de perestroika sin glásnost que se contrapone con una implícita dialéctica económica: se necesitan más heladeras llenas y menos promesas revolucionarias.