Pablo Kornblum para Ámbito Financiero, 8/10/2021
Evergrande es el segundo desarrollador inmobiliario más importante de China y miembro del Global 500, lo que significa que también es una de las empresas más grandes del mundo por ingresos. Además cotiza en la bolsa de Hong Kong, emplea a unas 200.000 personas (3.800.000 de forma indirecta), y posee más de 1.300 proyectos en 280 ciudades en China. Fuera del sector de Retail, Evergrande ha invertido en otras industrias: vehículos eléctricos, parques deportivos y temáticos, negocios de alimentos y bebidas; hasta posee un equipo de fútbol, el Guangzhou Evergrande.
Sin embargo, solicitando prestamos de forma descontrolada, Evergrande alcanzó un pasivo de 305.000 millones de dólares (el 2% del PBI chino), por lo que algunos días atrás la compañía debió desprenderse de casi el 20% de las acciones que poseía del banco comercial Shengjing Bank, las cuales fueron vendidas a un conglomerado de propiedad estatal por 1.545 millones de dólares. La razón es simple: el gobierno chino utilizó las herramientas económicas a su disposición para evitar el colapso de la empresa. Es que si algo realmente dramático le ocurre a Evergrande, la prima de riesgo de la deuda de otros desarrolladores será mucho mayor, creando un lastre productivo y financiero para el sector que podría generar derivaciones inusitadas. Por ende, el Partido Comunista debió realizar una tarea quirúrgica para no mostrarse como el gran hermano salvador, pero tampoco dio cuenta de señales de ‘debilidad gubernamental’ que podrían haberse interpretado como incapacidad o falta de voluntad para el rescate.
Beijing sabe que no puede arriesgarse a jugar con fuego y ha trabajado para frenar cualquier efecto rebote: el banco central se comprometió a proteger a los consumidores expuestos al mercado de la vivienda y ya inyectó 17.000 millones de dólares netos en el sistema financiero. En este sentido, serán los accionistas y prestamistas, tenedores de bonos en general, quienes lleven las grandes pérdidas; pero quedó más que claro que el gobierno se asegurará de que las más de un millón de casas y departamentos pre-vendidos sean entregados a sus compradores. Por otro lado, el gobierno tomará ‘por asalto’ el directorio: seguramente reorganizará Evergrande en varias unidades para poder vender algunas y dinamizar productivamente otras – lo que permitirá hacerse de liquidez y llevar a cabo los procesos productivos que continuarán de manera eficiente y eficaz -, con el objetivo de reducir los pasivos y cumplir con los compromisos financieros y productivos asumidos.
Por el contrario, cabe destacar que es poco probable que el gobierno central intervenga directamente para resolver la crisis en forma de rescate: sería un ‘mal precedente’ para otras empresas que se han dedicado a potenciar el círculo vicioso del endeudamiento traccionado por promesas ejecutivas de imposible cumplimiento. Esto se ve más claramente reflejado en el reciente lanzamiento de la agenda de política interna de Xi Jimping centrada en la ‘prosperidad común’, un eje central en su apuesta por lograr un tercer mandato como jefe del partido comunista chino a partir de finales de 2022. Por ende, el rescate de Evergrande no encaja con la visión de una sociedad más equitativa, donde las viviendas son vistas como bienes sociales en lugar de propiedades de inversión.
Es que la realidad indica que las facturas pendientes con miles de proveedores, como así también los cientos de miles de usuarios estafados, forman parte de un sector sobre-endeudado en un país que en los últimos años ha sido unan especie de incubadora de burbujas que el gobierno de Beijing no supo, o probablemente no quiso, obstaculizar para lograr el todavía tan ‘necesario crecimiento económico’ que los chinos consideran vital para sus aspiraciones como primer potencia global en el mediano plazo. Por lo tanto, como la economía se vería afectada si el sector inmobiliario se desacelerara drásticamente, lo más probable es que otro conglomerado tomé la posta; más controlado, más cuidado, pero con el mismo objetivo y la misma potencia que Evergrande.
Finalmente, en términos sistémicos es importante resaltar que Evergrande está lejos de desatar un pánico financiero global al estilo de Lehman Brothers, dado que no solo los pasivos financieros afectados son simplemente demasiado pequeños y se encuentran difusamente repartidos como para suponer una amenaza a escala mundial, sino que además el sistema financiero chino todavía no se encuentra muy vinculado al exterior – con una cuenta de capitales bastante intrincada (para no decir cerrada) -, lo que implica que el contagio de una eventual crisis bancaria hacia el resto de las regiones sería muy limitada. ¿Se podría hacer una analogía con la Argentina en la crisis global de 2008/2009? Otro contexto y diferente eje, pero evidentemente el alejamiento de los mercados financieros para con nuestro país – y viceversa -, conllevó a que, en ambos casos, las turbulencias del tercero sean suavizadas.
Para concluir, lo expuesto nos conlleva a reflexionar que el objetivo regulatorio debería tender a reducir el riesgo moral; lo que permitiría esperar que las corporaciones de magnitud asuman a futuro una mayor responsabilidad por sus decisiones de inversión, sin pretender que los gobiernos proporcionen automáticamente los rescates. ¿Era necesario llegar a esta situación? La respuesta tajante, radical, sería pedirle al gobierno chino que desempolve los libros marxistas que tanto resaltan para dejarle el monopolio de la producción al Estado, evitando las ‘infames decisiones sin ética e individualistas del capital privado’. ¿Y si probamos con un capitalismo competitivo? Demasiado difícil para un mundo que exige resultados y acumulación desmedida a una velocidad sin precedentes.
Hacer equilibrio, lograr alcanzar el balance adecuado y plausible, pareciera ser la respuesta más racional que busca denodadamente el Bureau del Partido Comunista. Como así también la mayoría de los gobiernos del mundo, que hacen malabares ante un complejo escenario global donde las pujas de intereses y las miserias provenientes de la inequidad reinan embebidas en los siete pecados capitales. Lo único seguro, parafraseando al entonces presidente de los Estados Unidos, Bill Clinton, es un sincero e históricamente probado “Son los monopolios sin regulación, estúpido”.