Las visitas de Duque y Bolsonaro. Entre el discurso y la realidad

Por Pablo Kornblum para Ámbito Financiero. 21-06-2019

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El presidente Mauricio Macri recibió este mes a dos mandatarios aliados: los recientemente electos presidentes de Colombia y Brasil, Iván Duque y Jair Bolsonaro. Con ambos comparte un background similar: son ‘Outsiders’ de la dinámica política enraizada en Sudamérica – Duque es un joven profesional con una carrera asociada al gerenciamiento técnico y al ámbito académico, mientras que Bolsonaro tiene un bagaje militar (con un pasado legislativo menor en términos de participación activa) y fuertes vínculos con las iglesias no tradicionales (sobre todo las evangélicas, que se calcula tienen alrededor de 70 millones de fieles en todo el país) -, y han contado desde sus comienzos con un enorme ‘marketing político’ para sustentar sus campañas y políticas públicas.

En el marco de los encuentros per se, el principal motivo de festejo para el oficialismo nacional fue el apoyo explícito a Macri ante las próximas elecciones en Argentina. El resto de las declamaciones han sido una conjunción de fuerte contenido de liberalismo económico (con pretensiones de avanzar con reformas estructurales en términos previsionales, laborales, y de comercio exterior), entremezclado con una fusión geopolítica anti-populista que busca desterrar a Maduro (y a los potenciales Maduros) de América Latina para siempre.

En tanto a lo dicho en términos de política económica exterior, podemos indicar que lo irreal del discurso se lleva puesto cualquier tipo de análisis racional. Hace más de veinte años se habla de un infructuoso Tratado de Libre Comercio entre el Mercosur y la Unión Europea. ¿Alguien cree que es posible, solo para citar un ejemplo, que el presidente de Francia Emmanuel Macron pueda ceder ante la lógica aperturista liberal de un potencial acuerdo que afecte a la agricultura francesa, en medio de una disputa que parece no tener fin con los chalecos amarillos? ¿Puede Europa pensar en una lógica cohesionada en medio del dilema del BREXIT, que claramente se contrapone con el avance a paso firme de Rusia y China en la disputa con Estados Unidos por el dominio del tablero geopolítico global? No parece muy factible.

Menos aún si posamos la mirada en nuestros lares. No solo a través del ninguneo brasileño (el propio Ministro de Hacienda, Paulo Guedes, sostuvo a las pocas semanas de asumir que «la Argentina y el Mercosur no son una prioridad») a la par de la gran crisis económica Argentina actual, sino que además se ha dejado afuera de la discusión a las economías más pequeñas, Uruguay y Paraguay. Parece que el dialogo bilateral no tomó nota de las históricas y reiteradas quejas de estos dos socios primarios de que el tamaño de sus mercados no tiene que ser una excusa para excluirlos de las decisiones claves. Si a ello le adicionamos las trabas burocráticas y logísticas, el escenario es aún más complicado.

Ni que hablar de la propuesta de la moneda única común entre Brasil y Argentina (cabe recordar que todavía no tenemos ni un swap con nuestro principal socio comercial), desmentida a una velocidad inusitada por el propio Banco Central de Brasil. ¿Es posible pensar en una moneda común cuando desde la época de Alfonsín-Sarney se hablaba, solo para mencionar una temática, de una complementación económica que nunca se dio? Basta recordar cuando las empresas argentinas ‘volaban’ a Brasil al ritmo de la convertibilidad y el ‘deme dos’ en los 1990’. Menos aún el pensar que un ciudadano brasileño medio, que ni siquiera suele atesorar sus activos en dólares, pueda considerar al Peso Argentino como reserva de valor, aunque sea a través de una mixtura con el Real. Difícil ya es poner en análisis que Brasilia aceptara ‘compartir’ un Banco Central.

En este sentido, deberíamos aprender de la historia, que siempre es aleccionadora. Si la Unión Europea no pudo hacer cumplir el Tratado de Maastricht, porque no previeron que la productividad, el Gasto público, o la Tasa de Ahorro privado no es similar para un país latino, un anglicano, o un cristiano ortodoxo (solo para conjugar la variable económica con la religiosa), ¿porque entonces deberíamos pensar que no ocurrirá lo mismo en Sudamérica, donde existen también amplias diferencias culturales, institucionales o de consumo?

El otro punto a tener en cuenta es la geopolítica. Los tres gobiernos han aclarado que van a “hacer todo lo posible para que se restablezca la democracia en Venezuela; pero más importante que eso es el tema ideológico: el populismo no puede volver nunca más a América Latina”. No solo lo piensan sino que también se lo exige su principal aliado, Donald Trump, quien contribuyó (y contribuye) en gran medida, a la sustentabilidad de sus mandatos: lo sacó de la carrera presidencial a Lula para que triunfe Bolsonaro, le habilitó el préstamo más importante de la historia del FMI a la Argentina para evitar una mayor fuga de divisas, y le dio el visto bueno al delfín de Uribe, un partidario de la no reconciliación con las FARC y muy ligado a los círculos más libertarios americanos.

Lamentablemente, la cosmovisión de la macropolítica y la geoeconomía global elucubrada en cómodos sillones, debe necesariamente complementarse con la lógica – incluida la electoral – doméstica. Aunque está claro que nadie en Argentina va a cambiar su voto por el locuaz apoyo de Duque y Bolsonaro: el ciudadano vota, principalmente, abriendo su heladera y observando si se encuentra más llena que vacía (o viceversa).

En este aspecto, ninguno de los tres mandatarios pueda mostrar signos de suficiencia económica nacional. Tenemos un escenario adverso para la economía de Brasil – con una gran crisis derivada de una reforma al sistema previsional inconclusa, bloqueada por las centrales sindicales, y que a su vez tiene como contraparte un gran enojo por parte del empresariado por la falta de fortaleza del ejecutivo para darle impulso legislativo -; Argentina, con una probable prevalencia a la estanflación por lo menos hasta el año que viene que se clarifique el escenario electoral y la capacidad de refinanciación de la deuda externa; y una Colombia que, a pesar de contar con una macroeconomía con un crecimiento estable (incremento del PBI previsto en torno al 3,5% para este año, aumento de la IED (68,4%) y la producción de petróleo (5,3%) en el primer trimestre recién concluido, déficit fiscal esperado para fin del corriente 2019 en torno al 2,4%, y una deuda externa del sector público que representa solamente el 22,8 % del PBI), la misma OCDE en un reciente estudio sostiene que la desigualdad y la formalidad continúan siendo muy altas en el país, a tono con el resto de la región.

En definitiva, la dialéctica diplomática o la discursiva en redes sociales, son solo herramientas que trazan imaginarios que, difícilmente se suelen ver plasmados en beneficios concretos para las mayorías. Encontrar la manera de balancear la relación con Estados Unidos y China, el cómo potenciar la relación entre el Mercosur y otros bloques comerciales (ya sea con la Unión Europea o bien podría ser el caso de la Alianza del Pacifico), o el modo de generar un desarrollo socio-económico y productivo sustentable que termine definitivamente con la pobreza en la región, requieren decisiones complejas que afectan fuertemente intereses poderosos, concentrados, y muchas veces contrapuestos.

Por ende, se requiere capacidad, coherencia y ética para gobernar. Es por ello que cuando Bolsonaro apoyó explícitamente a Macri en su visita al país pidiendo que los argentinos voten con “la razón y no con la emoción”, uno podría pensar que debería haber sido más prudente con sus palabras. Ya que cumpliendo su propia premisa, podría, si es que alguien realmente lo escuchó de este lado de la frontera, haberle sido contraproducente haciéndole perder parte del caudal electoral al propio oficialismo que había querido beneficiar.