Publicado en el diario BAE, 22 de Septiembre de 2010.
Autor: Pablo Kornblum
Las elecciones suecas del domingo pasado parecen haber sido un mero trámite que prolonga una continuidad histórica de cómo hacer políticas que busquen el beneficio de la mayoría de la ciudadanía. El resultado, por lo tanto, es una anécdota. El bloque gubernamental, formado por el Partido Moderado, el Partido del Centro, el Partido Liberal y el Partido Cristiano Demócrata, obtuvo el 49,3% de los sufragios y se quedó con 173 diputados de los 349 del Riksdagen (Parlamento); mientras que la coalición de izquierda, compuesta por una alianza de socialdemócratas, ecologistas y ex comunistas, recibió el 43,5% de los votos.
La política sueca es un ejemplo. Los partidos políticos mayoritarios discutieron democráticamente una alternancia sin alianzas espurias. Es por ello que ambos han dejado de lado cualquier acuerdo con el ultra-derechista partido Democráticos de Suecia (SD), que aunque logró un avance hasta superar el 5% de los sufragios, sigue muy lejos de cualquier tipo de poder decisorio para lograr cambios sustanciales en la vida diaria y los ideales básicos de la cultura sueca.
Por otro lado, ninguna de las dos coaliciones ha siquiera deslizado algún tipo de cuestionamiento al Estado de Bienestar. Mientras que el gobierno prometió elevar la edad de jubilación hasta los 69 años, reducir a la mitad el IVA para la hostelería, y promocionar los contratos de aprendizaje; la oposición propuso bajar los impuestos a los pensionistas, reintroducir el impuesto a la riqueza para invertir más dinero en la educación y la sanidad pública, y crear 100.000 puestos de trabajo. Lo único que pudo haber hecho una mínima diferencia entre los conservadores actualmente en el poder y la centro-izquierda, ha sido el hecho que los primeros proclamaron un estricto control fiscal atractivo para un electorado que observó en el desorden y la falta de regulaciones uno de los grandes detonantes de la gran crisis económica internacional.
Por lo tanto, se puede entender que la airosa salida de la crisis tiene su explicación en razones más estructurales que en la política coyuntural del actual gobierno. Por ejemplo, la historia y la cultura han mellado de manera determinante en la ausencia de una discusión sobre la política exterior durante toda la campaña electoral. Los partidos han rehuido al debate sobre la integración en la zona euro – una encuesta publicada en junio por el Instituto Estatal de Estadística puso en su mínimo histórico el apoyo a la integración: apenas un 27%, frente a un 60% de rechazo – y sobre la integración a la OTAN (propugnada por la coalición gubernamental), que la sociedad sueca – históricamente neutralista e internacionalista – observa con recelo.
Otro ejemplo de la fortaleza estructural es la economía del país. Según un estudio del Foro Económico Mundial, la economía sueca es una de las más competitivas de la UE junto con las de Holanda, Dinamarca y otros países nórdicos. Suecia y sus hermanos nórdicos son los países que han mostrado mejor desempeño en términos de innovación, lo que se atribuye a la capacidad de sus compañías de adaptarse a las nuevas tecnologías. Si a ello le agregamos la reducción de los impuestos a las ganancias de los trabajadores y el menor temor del asalariado de gastar sus ahorros, podemos observar, según las últimas cifras de la Oficina Central de Estadística, que el PBI creció un 3% el primer trimestre de este año y el consumo interno aumentó en un 1,7% (especialmente en autos, ropa y alimentos) en relación con el primer trimestre del 2009.
Finalmente, aunque la desocupación, mal endémico global, también golpea al país nórdico (la cifra de desempleo ronda el 8%, donde los más afectados por el paro son los jóvenes de entre 15 y 24 años y los inmigrantes de países no europeos que aún no han logrado insertarse en el mercado de trabajo) la capacidad recaudadora del gobierno continúa solventando la seguridad social de los grupos más castigados por un modelo productivo global que demanda día a día menos mano de obra – recordemos que Suecia tiene, junto con Dinamarca, los impuestos más elevados del mundo; donde un contribuyente con un salario medio, por ejemplo, paga cerca del 34% de sus ingresos, en comparación con un 19% de la media europea -. En este sentido, en los últimos años las inversiones han crecido a un ritmo rápido pero no se han creado puestos de trabajo a esa misma velocidad, lo que indica que las mismas han puesto foco en la eficiencia y la productividad en detrimento de la incorporación de capital humano.
En definitiva, en contraposición a un mundo cada vez más cíclico, la estabilidad sueca no deja de sorprender. Democracia participativa, sistema económico inclusivo y valores con proyección a largo plazo. Suecia no quiere cambiar su historia. Simplemente observa con altura y brinda un ejemplo al mundo de una conducta a seguir.