Elecciones Mexicanas: Entre las contradicciones y la superficialidad

Publicado en el diario BAE, 06 de Julio de 2010.

Autor: Pablo Kornblum

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Más allá de los resultados del Domingo pasado, donde el Partido Revolucionario Institucional (PRI) se impuso en la mayoría de los Estados donde se elegía gobernador, las elecciones mexicanas han mostrado una vez más las dos falencias más graves que puede tener un proceso político democrático, y que alejan a México de aquellos países que quieren lograr una solidez institucional definitiva que vele por mejorar la calidad de vida de su población tan necesitada.

El primer gran dilema es la contradicción que han encontrado sus ciudadanos al observar como dos partidos políticos de ideología totalmente opuesta, como son el Partido de Acción Nacional (PAN) – de una clara tendencia derechista y conservadora – y el Partido de la Revolución Democrática (PRD) – que abarca diferentes vertientes de la izquierda progresista -, han llevado a cabo alianzas electoralistas para vencer al histórico PRI.
Un proceso político regular implicaría que cada partido plasme sus ideales en su plataforma política, para luego poder explayarla y explicarla con detenimiento en los diferentes medios de comunicación. De este modo, podrá seducir a los votantes que se sientan representados por ese ideario político. Pero si el partido donde posan sus esperanzas, teje una alianza espuria con un partido de un tinte ideológico y político totalmente opuesto, las políticas que sus votantes desean ver plasmadas probablemente nunca se llevarán a cabo.
Las bases de un partido representan su razón de ser, su vida política. En un país donde las promesas electoralistas son pocas veces llevadas a cabo, más difícil aún será lograr que se ejecuten luego de que los políticos partidarios hayan creado compromisos y forjado intereses que atentan contra las ideas que sus votantes apoyaron.     

El otro punto fundamental ha sido la superficialidad y la coyunturalidad de las discusiones pre-electorales. Sin restarle importancia a la problemática de la violencia, las chicanas políticas o las discusiones sobre los indicadores macroeconómicos, se observa claramente que los dilemas estructurales no son tratados con la seriedad y la profundidad que se requiere. Más aún, unas elecciones de tinte legislativo, municipal y estadual, como las vividas el pasado Domingo, deberían focalizar su espectro en las problemáticas microeconómicas de las últimos eslabones de la cadena productiva, los programas sociales gubernamentales para las poblaciones más necesitadas, y el fortalecimiento de la legislación vigente para la protección de los ciudadanos más carentes y débiles.

México es un país donde existe una pobreza generalizada y una anarquía dirigencial que conlleva a la profundización de las estructuras de poder económico y político concentradas ajenas a las mayorías necesitadas. Las derivaciones históricas de la desigualdad, la corrupción y la pauperización en los niveles de vida de los estratos más humildes, solo pueden tener lugar en un ambiente macro-despersonalizado contenido dentro de un escenario de descreimiento para con el cambio, la falta de educación generalizada, y una telaraña de intereses que mantienen el status-quo como una simple continuidad de lo que siempre se ha vivido.

Las elecciones del domingo pasado parecen no haber quebrado este patrón histórico. La discusión política se volvió a centrar en las guerras entre los carteles que erosionan la imagen de México y alejan las inversiones extranjeras del país, la reducción del gasto público y la elevación de impuestos provocados por la contracción de la economía mexicana del 6,5% el año pasado, las presiones de los inversores para la aprobación de reformas como la flexibilización del mercado laboral, y una mayor apertura en las normas sobre la inversión extranjera en el sector energético que controla el Estado – sobre todo debido a que por la falta de nuevos proyectos petrolíferos la producción petrolera en México se redujo notablemente en los últimos años -. 

En definitiva y por lo tanto, las esperanzas de la ciudadanía se deberán volver a centrar en factores coyunturales que deriven en mejoras graduales sin consecuencias directas positivas sobre las especificidades estructurales. Los grandes y verdaderos cambios, por lo pronto, deberán esperar; por lo menos, hasta las próximas elecciones.