Autor: Pablo Kornblum, Publicado en el diario Tiempo Argentino, el 21/07//2013
El crecimiento económico Brasileño de la última década (4% promedio) tuvo su correlato positivo para las clases más desfavorecidas, especialmente a través de la conjunción del efecto derrame y el amplio Gasto Social (el Programa ‘Bolsa Familia’ distribuyó a 12,7 millones de familias una renta mensual aproximada de 80 dólares, consiguiendo que 29 millones de personas salgan de la pobreza).
Sin embargo, como no se puede tapar el sol con las manos, tampoco se puede pensar que las mejoras marginales hayan podido avanzar sobre los cambios estructurales necesarios para generar un verdadero desarrollo socio-económico. En este sentido, el estatus-quo se ha mantenido inalterable: instituciones viciadas de corrupción, elites económicas y políticas alejadas de las necesidades del pueblo, y obsoletos sistemas de servicios e infraestructura acordes a un escenario de dignidad.
Los sucesos acontecidos en las últimas semanas entremezclan ambos mundos: el de las mejoras marginales y las carencias estructurales. El acceso a una mejor educación/formación (se triplicó el presupuesto en educación desde 2003, creando más de 14 nuevas universidades y permitiendo que 1.300.000 alumnos puedan acceder al sistema universitario) permite comprender mejor lo que falta, la desidia injustificada, las inequidades innecesarias pero deliberadamente provocadas. Solo alcanza destacar que mientras el 20% de los brasileños más ricos posee el 57,7% del total de los ingresos del país, mientras que el 20% más pobre solo se lleva el 3,5% de la riqueza nacional.
Y estas son las contradicciones del sistema; las que generan el temor desestabilizante para aquellos poderosos que solo desean que nada cambie. El ex presidente Lula da Silva tenía como slogan el soñar con un ‘Brasil decente’. Sin embargo, la decencia genuina conlleva costos. El futuro dirá si algún gobierno brasileño estará dispuesto a afrontarlos.