Publicado en el diario BAE, 5 de Octubre de 2010.
Autor: Pablo Kornblum
Finalmente, habrá ballotage en Brasil. Y de cara a la segunda vuelta el próximo 31 de Octubre, es interesante analizar como en un país estructuralmente heterogéneo, las desigualdades inter e intra regionales persistentes a lo largo del tiempo se han visto reflejadas en las decisiones de los votantes el domingo pasado.
Para comenzar, hemos observado como el partido oficialista ha triunfado claramente en la región Nordeste. Caracterizada por populosa – clave en cuanto a las políticas de corto plazo de tinte cuantitativo del gobierno – y retrasada en casi todo su territorio, los programas sociales (como el programa Bolsa de Familia) y económicos (como el PAC I y el propuesto PAC II), han sacado de la pobreza extrema a millones de familias y consecuentemente, solidificaron la base electoral del PT y sus aliados a lo largo de la región: En los Estados de Bahía (60,83%), Sergipe (52,08%), Piauí (46,37%), Marañhao (50,08%) y Ceará (61,27%) – entre otros -, la victoria del partido de gobierno ha sido contundente.
En contraposición, la Región Norte no ha sido favorable al partido del presidente Lula. Extensa en kilómetros y alejada de los conglomerados industriales y los poderes decisorios, la misma es esquiva a un gobierno que puso énfasis en la clase obreras y en un mayor control/regulación gubernamental para con el Gasto Público. Si a ello le agregamos una activa pero ambigua política medioambiental – Marina Silva, la candidata del Partido Verde, obtuvo casi veinte millones de votos (19,33%) y será clave su posicionamiento de cara a la segunda vuelta -, los números de la derrota no sorprenden: en los Estados más grandes de la región, el PT solo obtuvo el 25,91% en Amazonas, el 36,04% en Pará, y el 18,17% en Rondonia.
Por otro lado, el gobierno ha obtenido victorias claves en los Estados costeros de la Región Sudeste, como son Río de Janeiro y Espíritu Santo (66,08% y 82,30% para el PT respectivamente). La inserción explosiva de Brasil en el mundo en esta última década, tanto a nivel comercial como financiero, sumado a la profundización de políticas que incentivan el turismo (incluyendo la realización de las Olimpíadas en Río de Janeiro en el año 2016), han sido el despegue para la inclusión de vastos sectores de la población – anteriormente marginados y con bajos niveles de escolarización/capacitación – a través de la creación empleos de mejor calidad; lo que posibilitó un mayor acceso al crédito (fomentado a su vez por una fuerte política pública crediticia) con implicancias directas en el aumento del poder de compra de capas históricamente empobrecidas que respondieron con un voto de apoyo al gobierno.
Sin embargo, el resultado ha sido adverso en los Estados céntricos de la misma región. Las victorias opositoras en el Estado de San Pablo (50,63% del PSDB contra el 35,23% que obtuvo la lista oficial) y en Minas Gerais (62,72% del PSDB frente al 34,18% del PT) conllevan a una lectura donde las características históricas-estructurales juegan un rol fundamental. San Pablo (y en menor medida Minas Gerais) continúan siendo el motor económico del país industrial ideado hace décadas por diferentes gobiernos – tanto en procesos democráticos como dictatoriales -, logrando cierta estabilidad productiva que ha permitido sostener el nivel de empleo y mantener un colchón de contención social en las diversas coyunturas económicas. Aunque los cambios provocados por los diversos programas sociales nacionales han tenido un impacto positivo en las poblaciones más humilde de ambos Estados, debemos centrar el análisis en los cambios relativos (de menor impacto en este caso que en otros Estados y regiones del país) y no en términos absolutos.
La comprensión de este concepto es el pilar fundamental que debe guiar al candidato que gane el ballotage. Aunque la tasa de desempleo durante el primer semestre de 2010 se situó en 7,3%, y las familias brasileras que viven en situación de insuficiencia alimentaria disminuyeron del 46,7% en el período 2002-2003, al 35% en el período 2008-2009, las mejoras relativas son insuficientes para unas mayorías que todavía no acceden a salarios, infraestructura (viviendas, medios de transporte) y servicios esenciales (salud, educación) que se puedan correlacionar con un estándar de vida digno en una sociedad desarrollada. Los cambios marginales positivos durante la era Lula han sido necesarios pero no suficientes; mientras la discusión política se aleja cada vez más de cambios estructurales/radicales, más necesario aún será consolidar y profundizar los programas socio-económicos redistributivos y realmente inclusivos a largo plazo para lograr, en palabras del saliente presidente Lula, “un país decente para todos los Brasileros”.