Publicado en el diario EL CRONISTA COMERCIAL, 7 de Diciembre de 2007.
Autor: Pablo Kornblum
Con los actuales sucesos de violencia en Francia, otra vez el dilema de la inmigración vuelve a salir del tapete para situarse en la primera plana de la política doméstica e internacional. Ante esta situación de alta complejidad y difícil solución, nos podemos realizar la siguiente pregunta: ¿Son las migraciones un posible desencadenante de conflictos interestatales?
En las últimas décadas se viene observando un aumento de las desigualdades en referencia a los niveles de desarrollo interestatales. Estados con una alta tecnologización, fuertes instituciones democráticas y sólidas variables macroeconómicas, se diferencian cada vez más de los países más atrasados del planeta.
Cuando la globalización tecnológica desnuda estas realidades de opulencia en millares de pantallas de televisión de países tercermundistas, los sueños e ilusiones de miles de africanos o latinoamericanos que intentan diariamente cruzar las fronteras para escapar del infierno que significan la desidia estructural y el indefectible círculo vicioso de la pobreza se ven, indefectiblemente, cristalizados.
Por otro lado: ¿Cual es la respuesta del mundo desarrollado? Muchos franceses dirían que la invasión de Europeos Orientales es una de las principales causas del desempleo de sus hijos y el congelamiento de sus salarios. Sin ir más lejos, los mismos españoles culpan a los inmigrantes latinoamericanos y africanos por el renacimiento de algunas de las ya olvidadas ?enfermedades sociales?, como son la delicuencia y la violencia sectaria.
Ante esta tensa situación y la imposibilidad de los propios gobiernos de los países desarrollados de resolver los dilemas domésticos, no nos extrañaría que sus gobernantes retomen a aquellos teóricos que indican que la mejor receta para resolver el descontento interno es la búsqueda de un enemigo externo claramente visible. Las culpas y exigencias por parte de los países desarrollados hacia los sub-desarrollados para que estos últimos generen políticas que eviten las olas de emigrantes podrían, en un futuro no muy lejano, pasar de ser de simples llamados de atención diplomáticos a posibilidades reales de conflictos de mayor intensidad.
No podemos negar que los países sub-desarrollados tienen, por un lado, un sinnúmero de inconvenientes estructurales (ya sea tanto a nivel doméstico institucional como así también por su posición dentro del sistema capitalista internacional) para evitar la emigración. Pero por otro lado, también hay una conveniencia (muchas veces no explicitada), para no realizar ningún tipo de políticas de retención para con sus ciudadanos. La sola disminución del gasto público en seguros de desempleo o el flujo importante de remesas con su consecuente impacto positivo en el PBI, son solo algunos ejemplos de porqué los dilemas de la inmigración son barridos debajo de las alfombras gubernamentales de los países menos desarrollados.
¿Será viable o probable un entendimiento a futuro? Para que esto ocurra, seguramente las mejoras en los indicadores económicos de los países sub-desarrollados serán fundamentales. A su vez, las mismas deberán ser complementadas con desarrollos institucionales y diplomáticos favorables para todos. Como contrapartida, solo queda esperar la colaboración y el entendimiento de los países desarrollados, ya sea tanto a nivel político como comercial. De esta manera, ambas partes se podrán focalizar en la finalidad última que tienen todos los Estados: el como mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos.