Pablo Kornblum para Página 12, 17-02-2020
https://www.pagina12.com.ar/247873-como-favorecer-la-insercion-internacional
La Europa renaciente de las cenizas de la Segunda Guerra Mundial era el futuro. La Unión Europea iba a ser la consolidación de un mundo homogéneo y pujante, bajo la lógica capitalista, occidental y democrática. El tratado de Maastricht de 1992, junto con la creación y puesta en circulación del Euro en los albores de este siglo, eran la culminación de un proceso virtuoso, acordado, prácticamente sin fisuras. Una Europa potencia dispuesta a demostrar que, bajo el halo de un desarrollo socio-económico y productivo común, podrían aventajar como modelo de vida al imperio estadounidense, al alicaído pero siempre vanguardista Japón, a la transicional Rusia, y a la consolidación del ‘Socialismo de Mercado’ chino.
¿Qué Europa tenemos hoy, pasadas nada más que dos décadas de aquel momento cumbre? Un pedido de clemencia para que los Estados Unidos vuelva al dialogo con Irán por el acuerdo nuclear y no se caiga la venta de 112 aviones Airbus al gigante persa; una Irlanda que hace caso omiso a la legislación laboral o medioambiental comunitaria para incentivar inversiones a como dé lugar; una Francia que aplica una tasa de digitalización que impacta a propios y extraños, agudizando la guerra comercial global; o los mismos británicos, que a días de pegar un portazo denostando a sus otrora ex socios, festejan un convenio con China/Huawei por la tecnología 5-G en todo el Reino Unido.
El complemento macro se nutre además de las políticas que impactan en el entramado socio-económico: los países nórdicos desmantelando lentamente el Estado de Bienestar en nombre del ‘empoderamiento del individuo’; una reconversión productiva que transfirió el valor agregado a las industrias de los países emergentes, equiparando tecnología pero con menores salarios (como es el caso de Alemania, país que ha producido un trasvase de empleados de la industria a los servicios – 59,5% en 1991 a 73,5% en la actualidad -); el pedido de ajuste fiscal a los ‘ineficientes e ineficaces griegos’ por parte de la propia Bruselas – con los bancos alemanes a la cabeza – que solo les interesaba recuperar lo prestado a un país inviable post-crisis del año 2010 (una deuda soberana griega que había alcanzado los 320.000 millones de Euros, casi el 200% de su PBI), a sabiendas que las ganancias se habían concentrado en una elite política y financiera corrupta, mientras las pérdidas se terminarían socializando a través de fuertes medidas de austeridad; o el denostado Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE), donde algunos países han puesto el grito en el cielo cuando Italia pidió ayuda para lidiar con sus pasivos públicos, que al día de hoy ya superan el 130% de su PBI. Los ‘países del sur no son de fiar’, reclamaron desde Holanda y Bélgica. Solo les falto aclarar que existen culturas más proclives al trabajo versus ‘vagos improductivos’, dentro del propio seno comunitario.
Evidentemente, hay 3 ejes que mellan contra lo lógica de poder europeísta: por un lado, los resquebrajamientos intra-nacionales (inmigración, pérdida de las capacidades de los Estados de generar desarrollo socio-económico) propias de un capitalismo cada día más agresivo y desigual; por otro lado, la grave equivocación (bajo la típica dialéctica de los Organismos Internacionales) de homogeneizar las políticas inter-estatales de la Unión Europea (todos – teóricamente -, podían mantener a raja tabla un déficit fiscal y la deuda pública no mayor al 3% y 60% del PBI respectivamente); y finalmente, no alcanza la cooperación y las buenas voluntades para construir poder cohesionado en base a una fortaleza política y militar, que permita avanzar geopolítica y geoeconómicamente sobre el resto de las áreas del planeta (incluida los polos y el ciberespacio).
En contraposición, Estados Unidos, China y Rusia, en ese orden (y por ahora), si han logrado mantener o incrementar sus cuotas de poder global. Poseen claramente en su haber los puntos dos y tres. Y cuando miran hacia adentro, las debilidades generadas inherentes al sistema se las contrarresta con poder de coerción. Y punto.
¿Tenemos desde nuestros lares una lógica de poder regional? En términos políticos-militares, totalmente descartado. A la pulverización de la UNASUR bajo la dinámica de izquierda vs. derecha que prima en nuestra región – trasvasadas por la histórica Doctrina Monroe estadounidense, a la que se le adiciona a partir del corriente siglo XXI el involucramiento, más o menos explícito y profundo según sea el caso, de China y Rusia -, se le adiciona un Mercosur que claramente nunca funcionó en plenitud. El consenso de las políticas macroeconómicas, tanto domésticas como mirando hacia afuera, quedaron siempre en el debe (Brasil abriendo los brazos a nuestras empresas en la convertibilidad, Uruguay y Paraguay quejándose de su ‘menor relevancia’ en las decisiones trascendentes, etc.).
Como no hemos estado a la altura de construir poder regional, menos aún de avanzar hacia un estatus de potencia media en soledad bajo un escenario intrínseco altamente desfavorable. Las enormes problemáticas argentinas de tinte institucional, enraizadas en la corrupción y la mala praxis, han sido la norma y no la excepción en el último medio siglo. Solo existen soluciones con beneficios individuales y parciales, no para el conjunto de la sociedad. Ello se observa en el propio Tratado de Libre Comercio entre el Mercosur y la Unión Europea, donde los grandes grupos agroexportadores sacarán provecho una vez más de nuestras abundantes y preciadas materias primas; siempre a cambio de la compra de productos de mediana y alta tecnología, la extensión en la vigencia de patentes (especialmente las industrias farmacéuticas y la electrónica), o la posibilidad de adquirir sin obstáculos los denominados ‘metales raros’. Podemos disentir si económicamente el acuerdo será favorable para nuestra frágil macroeconomía. Lo que es seguro es que no nos servirá para construir poder real – y no el ‘soft power’ que se escurre entre los dedos – en términos de proyección global.
Pero además, las voces de los ganadores de siempre ya comenzaron a pedir cambios que impliquen la reducción de la presión impositiva y la reforma de los convenios laborales. Bajo la bien conocida doctrina del ‘esfuerzo permanente’, estos grupos explicitan, una vez más, la urgente necesidad de ser más competitivos. Salarios africanos y 50% de los niños bajo la línea de la pobreza multidimensional – sin una educación y salubridad de calidad que nos permita desarrollar un capital humano superador para el futuro -, es un cóctel perverso y explosivo que no podemos permitirnos. Pero no solo porque es inmoral para con nuestros conciudadanos: sino porque este eje socio-económico solo ayuda a sostener el círculo vicioso de la dependencia productiva, sin crear un ápice de verdadero poder económico, tecnológico y militar que nos genere, al menos, cierto respeto a nivel internacional.