Publicado en el diario BAE, 20 de Diciembre de 2007.
Autor: Pablo Kornblum
Desde los principios de nuestra historia como país, la base de la economía nacional ha sido el campo. Tal es así que hasta las primeras décadas del siglo XX, la exportación agrícola-ganadera representó casi la totalidad del PBI Argentino. Años más tarde, una política focalizada en la sustitución de importaciones y el desarrollismo pudo ser promovida en gran medida por los diversos organismos que administraban los excedentes producidos por el campo. Más cerca en el tiempo y con la llegada de la apertura y la liberalización de la economía, el campo se fue acomodando a los cambios estructurales (especialmente en pro de los servicios y en detrimento de la industria), manteniéndose a la vanguardia de la economía nacional. Hoy en día, nadie puede negar que gran parte del superávit fiscal y la financiación del consumo interno tienen un causal preponderante: las retenciones a las exportaciones del sector agrícola.
¿Ha sido conveniente el haberse focalizado en el campo? Si observamos retrospectivamente, luego de la Revolución Industrial y con la conformación del Sistema Capitalista Internacional, los precios de los productos agrícola-ganaderos han sido siempre funcionales a los países más industrializados y desarrollados del planeta (salvo en algunos períodos de excepción como fueron las dos grandes guerras mundiales). Tal es así que los mismos siempre han tenido valores muy por debajo de los bienes de capital, los insumos industriales o los servicios financieros. Por lo tanto y rememorando a los teóricos de la dependencia y su explicación sobre los deterioros en los términos de intercambio, deberíamos sostener que la elección no fue la correcta. O por lo menos esto era lo que parecía ser hasta ahora.
Hoy en día la situación ha cambiado. Las últimas décadas han mostrado un sostenido crecimiento demográfico a nivel global, a lo que se le ha sumado un proceso de aceleramiento debido a la entrada al mercado de consumo de millones de habitantes pertenecientes a las economías emergentes de la India o China. Como consecuencia de este incremento en la demanda de alimentos, los precios internacionales de los mismos han aumentado a niveles sin precedentes. Por lo tanto pareciera ser que, conciente o inconcientemente, el haber dirigido nuestras miradas siempre al campo ha dado finalmente resultado. Pero en realidad: ¿cual es la mejor opción para el país?
Con la recuperación del sector industrial del último lustro, se ha abierto el paso hacia un camino alternativo. El crecimiento del sector no solo ha repercutido positivamente en el mercado interno, sino que ya ha dado signos de exportación con alto valor agregado. Este cambio significativo ha sido un importante primer paso dentro de los cambios estructurales necesarios para lograr una economía balanceada positivamente que promueva un desarrollo sostenido y equitativo para todos los sectores. Para concluir, se podría decir que de esta manera se comienza a evitar la doble dependencia: por un lado, la del sector agrícola-ganadero de ser siempre el principal impulsor de la economía argentina; y por el otro, la que se obtiene al lograr una mayor autonomía ante las variaciones coyunturales de los términos de intercambio.